Desde que estallara el caso Gürtel hace ya unos meses, hay una constante que siempre nos ha acompañado. El comportamiento auténticamente patibulario de uno de los principales protagonistas de este asunto: el presidente de
la Generalitat de Valencia, Francisco Camps. 

El caso le ha tocado de todas las maneras posibles?, fue para él un asunto de piel cuando supimos que algunos de los trajes que llevaba fueron regalo -desinteresado, eso sí- de algunos amigos que, cosas de la vida, conseguían importantes contratos de su gobierno y su partido en Valencia. Fue para él también cosa cercana cuando algunos de sus colaboradores más cercanos ??Costa, Rambla- aparecieron en conversaciones inconvenientes chanchulleando dineros y favores. Con más distancia observó las controvertidas decisiones de su juez favorito, Juan Luis de
la Rúa, colega deseoso de servirle. Y con más distancia aún observó los rotos que su descuido, por no hablar de nada que no esté probado, está provocando en su partido, el Popular. 

Y siempre que se le ha preguntado ha respondido de la misma guisa? con risitas, con excusas, con tomaduras de pelo, más propias del niño cogido in fraganti metiendo la mano en el bolso de mamá, que de un político que gestiona importantes asuntos de la vida de casi tres millones de personas. Pero ¿por qué? Lo sabremos cuando él nos lo diga. Hasta entonces, especulemos, con que pese a su edad y responsabilidad es un adolescente sin granos, porque larguirucho y desgarbado es un rato o con que de no ser por su suerte en la vida, estaría con una navaja en el bolsillo paleando los supermercados de su barrio. 

Ninguno de los dos perfiles era el más indicado para tener una carrera política provechosa (para la comunidad). Al menos hasta ahora.   

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