Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman-Boston. Lo que llamó mi atención no fue solamente el cenicero abandonado languideciendo en la mesa del mercadillo. Era el cartel que lo etiquetaba como «vintage,» como si necesitáramos etiquetar esta reliquia de la América de mediados de siglo.

Los ceniceros que hace mucho adornaban cada reposabrazos, mesa de centro y oficina han seguido el camino de las escupideras. El encendedor del coche hoy en día se usa para recargar el móvil. Pregunte en cualquier restaurante por la zona de fumadores, y le enseñarán la puerta.

Si tuviera que escoger el año en que cambiaron las actitudes, sería 1994, cuando siete consejeros delegados de tabaqueras comparecieron ante el Congreso y afirmaron bajo juramento que la nicotina no es adictiva. Un lobby demasiado grande para quebrar y demasiado poderoso para oponérsele empezó a perder influencia. Los fumadores ya no son vistos como atractivos y glamurosos, sino como incautos adictos.

Desconozco si viviremos alguna vez o no un momento tan dramático en los anales del sector de la alimentación industrial Big Food. Pero he comenzado a preguntarme si éste será el verano en que las (chirriantes) tornas se han vuelto contra la industria de la obesidad.

Ahora que dos tercios de los estadounidenses sufren de sobrepeso, los efectos mortales de la grasa están alcanzando a los del tabaco. Escuchamos con regularidad el sonido de la caja registradora de los costes de la obesidad dentro del debate de la sanidad. Y empezamos a ver que la América Obesa no se debe al colapso colectivo de la voluntad a nivel nacional, sino a un plan de negocios.

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Una muestra de la tónica es «Food Inc.,» un documental que recoge el coste que supone para el país, el trabajador y el consumidor una industria alimentaria que tiene más de fábrica siniestra que de granja bucólica. Un sistema que abarata la compra de comida rápida frente a los alimentos frescos.

Un relato más personal es el éxito literario de David Kessler, «The End of Overeating,» que es a la vez el dietario de una persona sensata y una investigación de una industria que quiere que comamos más cantidad. El ex director de la Agencia del Medicamento inició una cruzada contra el tabaco, pero terminó desarmado frente a una galleta de virutas de chocolate. Así que este sufridor de dietas yoyó se dispuso a descubrir a qué nos enfrentamos exactamente.
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Kessler es un científico, no un conspiracionista. Pero escribe acerca de la forma en que la industria alimentaria ha aprendido a fabricar ??combinaciones hiperestimulantes de azúcar, grasa y sal? que no sólo nos atraen sino que ??tienen la capacidad de reanimar nuestro cerebro, empujándonos a consumir cada vez más de esos productos.»

Y si las palabras que utiliza Kessler, como «ansiedad» o «hiperestimulación condicionada,» suenan exageradas, le traslada a una reunión del ramo en la que un experto en alimentación en un grupo llamado «Simplemente Irresistible» ofrece consejos sobre «graduar la frustración» con la comida para que la gente siga comiendo.

Comemos más de lo que hay en el plato. Comemos más cuando hay aperitivos por doquier, cuando los sabores están graduados sin mezclarse y se comercializan como «juego y comida.» Como admitía un ejecutivo delante de Kessler, «Todo lo que nos ha dado el éxito como empresa es el problema.»

Parece a veces que nuestra sociedad de consumo plantea el mismo conflicto una y otra vez. Campañas de marketing sofisticadas a prueba de indecisos venden de todo desde sexo a cigarrillos pasando por el batido de Oreo Sundae de 1.010 calorías en Burger King. Y se nos dice que debemos ser abstinentes o no fumar o flacos a base de resistirnos a ello. Se nos prometen entradas al «Grill sin Culpabilidad» en Chili’s que pueden acarrear peso de 750 en 750 calorías y que no llevan culpabilidad solo por comparación con una bandeja de patatas Texas con queso que supera las 1.920 calorías.

La analogía entre las tabaqueras y la industria de comida rápida es imperfecta. No se puede dejar de comer con un parche. También nos debatimos con ??la aceptación de la curva? — una lucha contra el prejuicio de la grasa que ha puesto sus miras hasta en la barriga del candidato a director del departamento de salud — y criticando la grasa como riesgo para la salud.

Pero si la campaña contra el tabaco aporta una plantilla, es la del esfuerzo por etiquetar el contenido calórico de los alimentos de los restaurantes y denunciar las tácticas de la industria. También cambia la imagen de los amigos que nos traen raciones más generosas, bebidas y aperitivos grandes como marchantes de la obesidad. Como escribe Kessler, «El mayor poder reside en nuestra capacidad para cambiar la definición de comportamiento responsable. Eso es lo que pasó con el tabaco — las posturas que dieron lugar a la aceptabilidad social del hábito cambiaron.» ¿Y qué hay de nosotros, los incautos enganchados al Frappuccino?

Los directivos de McDonald’s pueden no confesar nunca que un Big Mac nos engorda, y los expertos en alimentación de Frito-Lay pueden no explicar por qué «no podrás comer sólo una» patata frita. Pero éste puede ser el año en que una ración de quesadillas de pollo con tocino, queso variado, guarnición de rancho y crema agria — 1.750 calorías — empezó a parecerse más a un cenicero.

Ellen Goodman

 

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