E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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¿La buena noticia? Que ya nadie tiene que actuar como si el General Stanley McChrystal supiera cómo arreglar Afganistán en un año. ¿La mala noticia? Que ahora se espera que actuemos como si el General David Petraeus lo supiera.

El Presidente Obama tenía todo el derecho a destituir al pomposo McChrystal, cuyo círculo de íntimos, como retrata la revista Rolling Stone, tiene toda la rigurosidad y el decoro de una fiesta de la toga en una fraternidad universitaria. Y fue una brillante maniobra política recurrir a Petraeus, que está hecho del teflón más antiadherente. Los críticos que se sientan tentados de cebarse con el presidente por cambiar de líder en medio de la ofensiva a duras penas van a poder poner pegas cuando ha puesto las riendas en manos del caballero que evitó una humillante derrota estadounidense en Irak.

Observe, sin embargo, que yo no reconozco el mérito de «ganar» en Irak a Petraeus. No ganó. Lo que logró hacer es rescatar la situación hasta el extremo en que Estados Unidos puede empezar a traer sus efectivos de combate de vuelta Si los objetivos de la administración Obama en Afganistán vuelven a ajustarse para dar cabida a la realidad objetiva, entonces Petraeus también podrá tener éxito allí. Pero esto significa que la orden dada al General debe ser concreta: poner los medios para una retirada estadounidense que comenzará el verano que viene, como ha prometido Obama.

Tras relevar del mando a McChrystal el miércoles, Obama convocó a su equipo de seguridad nacional y pidió cuentas. Basta de enfrentamientos, puñaladas, calumnias y motes, ordenó el presidente. Hay que respetar el reglamento.

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Pero toda la coordinación del mundo no resuelve la tensión esencial entre aquellos seguros de que nuestro objetivo en Irak debe definirse como «victoria» y aquellos que creen que debe definirse como «encontrar la salida». 2.000 años de historia están de parte del bando de la «salida», y el hecho de que en algún momento vamos a tener que irnos. La pregunta es cuánto tiempo va a pasar — y cuántos jóvenes estadounidenses más van a perder la vida o salir mutilados — antes de llegar esa inevitable fecha.

McChrystal, que diseñó la estrategia de contrainsurgencia abordada en Afganistán, no ocultó sus discrepancias con funcionarios de la administración como el Vicepresidente Biden, el embajador Karl Eikenberry o el enviado especial Richard Holbrooke, que cuestionaba abiertamente que la estrategia pudiera funcionar. Petraeus es un político demasiado consumado para caer en esa trampa. ?l no permitirá que nada se interponga entre la dirección civil del ejército y él.

Pero en última instancia, no va a haber forma de evitar el interrogante capital: ¿qué clase de Afganistán vamos a dejar atrás?

Una respuesta sería que tenemos que dejar implantado un gobierno central duradero y funcional que tenga total legitimidad y control dentro del territorio nacional soberano. Esto brindaría a Estados Unidos un aliado fiable en una región peligrosa, y también garantizaría que Afganistán no vuelve nunca a ser utilizado como trampolín de ataques por parte de al-Qaeda. Pero conducir al país a ese punto, teniendo en cuenta su estado actual, podría llevar una década o más de atención concentrada y mantenida. Ello significaría no sólo derrotar a los talibanes, sino moldear una administración eficaz y razonablemente honesta a partir del régimen del presidente afgano Hamid Karzai. Esto sería una tarea difícil, incluso si Karzai fuera un aliado estable, coherente y leal. ¿Alguien se cree que lo sea?

Una respuesta mejor sería que basta con dejar atrás un Afganistán que ya no plantee una amenaza grave para Estados Unidos o sus intereses vitales. La construcción de la identidad nacional sería problema de los afganos, no nuestro.

Petraeus triunfó en Irak porque se dio cuenta de que no podía crear una democracia helena en Bagdad. Pero el muy imperfecto gobierno iraquí está a años luz de lo que es probable que el General sea capaz de lograr en Kabul. Incluso después de la guerra, a Irak le quedaba una infraestructura moderna, una población bastante formada y sofisticada, y un porcentaje importante de las reservas petroleras demostradas del mundo. Afganistán no cuenta con ninguna de esas ventajas. La cultura política es tercamente medieval; la población es pobre, carece de formación y desconfía de las influencias extranjeras. Afganistán sí tiene grandes yacimientos mineros, al parecer, pero ninguna industria minera que perfore y ninguna infraestructura ferroviaria para trasladar lo extraído al mercado.

En reciente testimonio ante el Congreso, Petraeus no se mostraba tan tajante al ser preguntado por el plazo de julio de 2011 de Obama. Gracias a que tiene tanta credibilidad y es tan valorado en Washington, su opinión acerca del momento en que podemos marcharnos de Afganistán será más importante de lo que nunca fue la de McChrystal. Espero que al poner a Petraeus al frente de la guerra, el Presidente Obama no nos haya reservado una estancia más larga. Sus declaraciones el jueves parecen apuntar esta posibilidad.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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