E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Joe Barton no es el único. La abundante simpatía del congresista de Texas hacia BP – que no ve como la autora material de un desastre evitable, sino como la víctima de una «extorsión» por parte de la Casa Blanca – es en realidad lo que circula como opinión generalizada entre los Republicanos conservadores del momento.

La dirección del Partido Republicano se cebó con Barton después de que pidiera disculpas a la petrolera por la forma brutal en que fue tratada por la Casa Blanca, diciendo estar «avergonzado» de que BP fuera obligada a aportar 20.000 millones de dólares a un «fondo de compensación» del que compensar a las víctimas de la marea negra de la Deepwater Horizon. Barton fue al parecer amenazado con perder su posición de poder como coordinador del Comité de Energía y Comercio si no se retractaba de sus palabras, y cuanto antes.

Pero Barton sólo reflejaba las declaraciones que el Representante Tom Price, Republicano por Georgia, había realizado la víspera en representación del Comité Republicano de Estudio, un comité de congresistas cuya página web dice tener más de 115 miembros. La declaración se quejaba de que «no existe autoridad legal para que el Presidente obligue a una empresa privada a contribuir o abrir una cuenta de ahorro» y acusaba a la administración Obama de realizar «política de extorsión al estilo Chicago».

Para resumir: Un grupo que abarca más o menos a las dos terceras partes de todos los Republicanos de la Cámara adopta la postura de que el Presidente Obama se equivoca al exigir que BP aporte dinero para garantizar que aquellos cuyo sustento se ha visto arruinado por la marea negra reciben compensación. En otras palabras, es más importante rendir pleitesía a la ideología conservadora radical que sentir alguna compasión por los conciudadanos estadounidenses de uno. Así es, señoras y caballeros, como actúa el actual Partido Republicano.

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Desde luego hay Republicanos que se dan cuenta de que no es éste el mensaje que debería estar trasladando el partido al acercarse las legislativas. «No podría estar más en desacuerdo con Joe Barton», declaraba el secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell. Los líderes del partido insistían en que no había nada que ver en la salida de tono política de Barton y que todo el mundo debe pasar página simplemente.

Pero no. Vamos a reducir y a mirar el accidente.

Las declaraciones de Barton no fueron ninguna metedura de pata espontánea. Se produjeron en medio de una declaración preparada y representan claramente su opinión genuina de la situación: que los derechos de la empresa privada son absolutos hasta cuando se evalúan en función del claro interés de la opinión pública.

Mientras que la dirección del partido ha logrado acallar a los congresistas que podrían sentirse tentados de opinar como Barton, el coro conservador no puede evitarlo. Rush Limbaugh declaraba «inconstitucional» el acuerdo del fondo de 20.000 millones de dólares y acusaba a la administración de actuar igual que «una banda del crimen organizado». Newt Gingrich decía que la Casa Blanca estaba «extorsionando dinero a una empresa». Stuart Varney, de Fox News, afirmaba – falsamente – que Obama había entrado en el terreno de «socializar los activos de una empresa privada» y afirmaba que la medida es «de estilo Hugo Chávez». El editor del Weekly Standard Bill Kristol dice que «No siento ninguna simpatía por BP», pero a continuación procedía a mostrarse comprensivo, sugiriendo que «no es útil al país, a la economía en conjunto, que el presidente vaya intimidando a distintas empresas y diferentes sectores industriales».

Aconsejaría a estas personas que se guardaran sus opiniones, pero simplemente dicen lo que piensan. Por casualidad resulta que lo que piensan es absurdo.

Hay abundantes pruebas de que BP, una de las petroleras más grandes y rentables del mundo, se saltó detalles importantes al administrar la plataforma Deepwater Horizon que produjo el peor vertido petrolero que ha contaminado nunca aguas estadounidenses. Los anuncios de BP acerca de su capacidad para evitar, contener y limpiar cualquier fuga de petróleo resultaron ser patentemente falsas. Si no se tratara de una situación tan trágica, la incapacidad de la empresa para las relaciones públicas resultaría cómica; el imperdonable discurso del presidente de BP – «Nos preocupamos por la gente corriente» – suena a algo que se le ocurriría a Mel Brooks para la secuela de «Los productores».

Mientras tanto, miles de pescadores, mariscadores, mano de obra de plataforma petrolera y restauradores entre otros distribuidos a lo largo de la Costa del Golfo sufren el impacto económico del vertido. El daño medioambiental, que sigue agravándose, se sentirá durante décadas. A una milla por debajo de la superficie, esa perjudicial fuga de gas y petróleo sigue rebosando.

Sí, el Presidente Obama se valió de su poder para obligar a BP a destinar dinero a compensaciones. Si los Republicanos están seguros de que no debería haber sido así, entonces deberían hablar claro en todos los aspectos. Llegado noviembre, los electores ya decidirán quién tiene la razón.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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