E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Para los jubilosos revolucionarios de Egipto, ahora viene lo difícil: desmantelar los sistemas de coacción, clientelismo y corrupción que sostuvieron las tres décadas de gobierno del Presidente Hosni Mubarak.

La marcha de Mubarak, impuesta por un levantamiento multitudinario, es una excusa para desempolvar los superlativos exánimes — estremecedor, trastorno mundial, histórico, transformador, trascendental. Las implicaciones para el resto de autocracias árabes, y por tanto para el mundo entero, son trascendentales y profundas; sin duda se van a convocar gabinetes de crisis en Riad, Ammán y Damasco entre otras capitales. El estado de Israel se enfrenta a un momento de incertidumbre acusada y profunda inquietud.

El florecimiento de la democracia nacional en Egipto, el país árabe más poblado y culturalmente más importante, sería un suceso histórico con repercusión mundial de la mayor magnitud. Pero dista mucho de estar garantizado – porque el derrumbe de la policía estatal egipcia está lejos de completarse.

Esto no debería sorprender a nadie que haya prestado atención a lo que han dicho altos funcionarios los últimos días. El Vicepresidente Omar Suleimán dijo a los periodistas que Egipto no estaba maduro aún para la democracia y que «no podemos tolerar» la desobediencia civil por parte de los manifestantes pro-democracia. El Ministro de Exteriores Ahmed Aboul Gheit decía estar «enfurecido» ante las presiones de la Casa Blanca, advirtiendo que la marcha súbita de Mubarak conduciría al caos.

Los funcionarios fueron particularmente inflexibles al rechazar la exigencia estadounidense de que el estado «de excepción» de Egipto, que da al gobierno competencias radicales para detener y encarcelar, concluya con efecto inmediato. El hecho de que palidezcan ante la idea es comprensible: Mubarak mantuvo al país en un estado técnico de excepción desde que fue investido en 1981. Nadie vinculado a su régimen tendrá la más remota idea de cómo se gobierna sin la libertad y la impunidad que proporciona este código.

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Suleimán, jefe hasta hace poco del servicio egipcio de Inteligencia, es famoso por haber trabajado estrechamente con la CIA en el programa «de extradiciones» en el que los sospechosos de terrorismo capturados eran trasladados en secreto a Egipto — entre otros destinos — para ser sometidos a duros interrogatorios. Algunos detenidos dijeron más tarde haber sido torturados estando bajo la custodia de agentes de Suleimán.

La detención arbitraria y las torturas han sido instrumentos clave del control estatal bajo Mubarak. La odiada policía secreta hace acto hostil de aparición en una zona conflictiva; se llevan a gente bajo custodia; unos reaparecen en cuestión de días, con heridas recientes; otros desaparecen durante meses; a unos pocos no se les vuelve a ver. No puede haber democracia genuina en Egipto sin la reforma total de las agencias del orden público a todos los niveles.

El ejército egipcio, por contra, logró conservar el apoyo popular dejando el trabajo sucio de Interior a las fuerzas del orden público. En las últimas semanas, sin embargo, con multitudinarias manifestaciones proliferando por el país, tropas regulares del ejército han sido acusadas de docenas de detenciones ilegales. Un motivo de la marcha de Mubarak puede haber sido la reticencia del gobierno a verle convertido en herramienta de brutal represión.

Aunque los egipcios siguen respetando al ejército, también se han dado cuenta de los extravagantes privilegios de los que disfrutan los militares de graduación. Es otro elemento del sistema de Mubarak: la elevación de los militares a la categoría de casta de élite. Los militares de alto rango residen en cómodas urbanizaciones bien surtidas que están más allá de la imaginación de la mayoría de los egipcios. Llegado el momento de la jubilación, la cúpula militar recurre a hacerse con una parte del imperio de empresas comerciales del ejército en permanente expansión. El pueblo egipcio tendrá que decidir finalmente si esta generosidad debe prolongarse o no.

Con el salario de un empleado público, se rumorea que Mubarak se ha hecho enormemente rico. Todo el mundo entiende que los dictadores depuestos por lo general logran conservar sus millones o miles de millones. Pero ¿qué pasa con los aliados y los compinches de Mubarak que se valieron de sus vínculos con el faraón para amasar grandes fortunas? ¿Qué hay de los colegas y socios del hijo de Mubarak, Gamal? Estos oligarcas querrán conservar su botín; la población tendrá otras ideas.

La constitución que Mubarak deja atrás se diseñó para frustrar la expresión política no autorizada — no sólo por parte de la Hermandad Musulmana, que siempre fue la razón expresa, sino también por parte de las fuerzas de la oposición secular. Habrá de redactarse una nueva constitución. Tienen que constituirse formaciones políticas para canalizar las pasiones democráticas de la Plaza de la Liberación. Tienen que surgir nuevos líderes.

Las fuerzas democráticas tendrán que lograr todo esto mientras el resto de países de Oriente Medio utilizan su influencia económica y política para promover la «estabilidad» en Egipto — el estatus quo esencialmente, puede que con un nuevo rostro.

Pero Estados Unidos también tiene influencia, y debería utilizarla de formas consistentes con los valores y los ideales estadounidenses. El pueblo de Egipto ha elegido la ruta a la democracia, a pesar de los muchos obstáculos por delante. Nosotros debemos caminar junto a ellos.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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