E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

Sobre Robinson

Sus columnas, ahora en radiocable.com

Otros columnistas del WP

 

   

No espere sentado a que algún tipo de movimiento Occupy Beijing monte un campamento. Los visitantes de la Plaza de Tiananmen han de superar controles de seguridad de estilo aeroportuario, y no es probable que alguien trate de introducir de contrabando una pancarta, y mucho menos una tienda de campaña. La vasta plaza azotada por el viento es un lugar tranquilo. Los líderes de China tienen intención de conservarla así.

Aléjese de la plaza en cualquier sentido, no obstante, y enseguida acabará inmerso en algún estridente conflicto de naturaleza comercial. Cualquier cosa que haya leído acerca de la velocidad y la escala del desarrollo aquí no le dará una idea hasta que lo vea de primera mano. El contraste entre la desinhibida actividad económica de China y su reprimida vida política no podría ser más acusado.

El retrato icónico del Presidente Mao que preside Tiananmen parece anacrónico. En los centros urbanos al menos, la China actual ha abandonado el comunismo en favor de una especie de hipercapitalismo. Hasta las autoridades reconocen los errores de Mao, la ruinosa Revolución Cultural sobre todo.

Pero el retrato de Mao sigue ahí. El gobierno ha reformado su imagen esencialmente presentándolo como un nacionalista que puso punto y final a siglos de decadencia imperial y dominio exterior, elevando a la China soberana a su correspondiente posición de gran potencia.

«Hemos sido muy ingenuos», dice Hong Lei, portavoz del Ministerio de Exteriores. «Admitimos que cometió errores importantes para el país. Pero nunca damos una desaprobación al 100% de los logros del Presidente Mao».

Y en cualquier caso, dice Hong, la forma de ver la evolución de China es que el país ha entrado ya en una nueva fase de transformación abierta por la revolución de Mao. No importa que China se esté precipitando por unos derroteros que Mao nunca habría seguido.

Tiene sentido que un gobierno que aspira a conservar el monopolio del poder creado por Mao quiera conservar viva la herencia del secretario del partido. Pero muchos de los transeúntes de Tiananmen la tarde del jueves eran recién llegados del interior — entre los millones de inmigrantes que abandonarán este año las regiones rústicas para hacinarse en las ciudades de China — y parecen mirar fijamente el retrato de Mao con un aire de sorpresa, no de ironía. Es el recordatorio de que a pesar de toda la sofisticación de los grandes núcleos urbanos, la mayor parte de China sigue siendo rural y pobre.

Vivir en el país comunista sin comunismo exige un refinado sentido de lo que está permitido y de lo que no. Los periodistas reconocen practicar la autocensura y, cuando es necesario, obedecer a pies juntillas la línea del partido. El empresario se asoma al límite de la denuncia explícita de una política del estado pero no dará el salto, retrocediendo en su lugar al silencio incómodo. Los tertulianos saben que pueden criticar a las autoridades por su nombre en concepto de incompetencia o de corrupción, pero sólo hasta cierto punto; un experto en medios chinos dice que tales ataques al presidente, al titular de una cartera ministerial o a cualquier otro alto funcionario son impensables.

«Tenemos un límite», dice Hong. «Ningún medio de comunicación puede vulnerar la legislación o la constitución». Dice que esto significa que «el sistema político elemental debe respetarse. No se puede derrocar al estado».

Para mí, existe una diferencia evidente entre criticar a cualquier autoridad, incluso al jefe del estado, y defender una nueva revolución. Un periodista chino puede ver también la diferencia — pero estará mal asesorado si la expresa abiertamente.

Aun así, la historia importa. La otra noche cené en casa de Hao Jiang Tian, un reconocido intérprete de ópera asiduo del Metropolitan entre otros lugares de prestigio de todo el mundo. Tiene 50 y tantos años, y fue fascinante — y siniestro — escucharle a él y a varios de sus contemporáneos describir la forma en que sobrevivieron a los años de la Revolución Cultural.

Tenían edad de estar en el instituto, pero pudiendo continuar con su educación fueron enviados a realizar labores de peonaje en la construcción u obligados a alistarse, o eran desterrados a trabajar en el campo. Tenían hambre, estaban agotados y siempre tenían miedo. Cuando acabó por fin el levantamiento de pesadilla, tuvieron que reconstruir sus vidas partiendo de cero.

Escucho estas historias sentado a una mesa repleta de viandas. El enorme y elegante apartamento de Tian se encuentra en un edificio nuevo — todos los rascacielos de Pekín son nuevos — que cuenta con la distinción de ser uno de los contados edificios «verdes» de la ciudad, al hacer un uso innovador de la energía geotérmica. En nuestra compañía se encuentran dos reconocidos arquitectos, inquilinos también del edificio, y un artista famoso.

No, China no es un país libre. Pero sí, ha cambiado.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
© 2011, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com

Sección en convenio con el Washington Post

Print Friendly, PDF & Email