E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. No definimos periodos de la historia norteamericana en función de quién tiene la mayoría en el Congreso. Fue la Era Reagan, no la Era Tip O’Neill — igual que vivimos en la Era Obama, al margen de lo que quieran esperar John Boehner o Mitch McConnell.

El Presidente Obama está siendo inundado con consejos contradictorios acerca de lo que hacer a continuación, ahora que su partido pierde su mayoría en la Cámara y tendrá un menor control del Senado. La mayoría de los consejos de la tertulianocracia se centran en la forma en que Obama debería de recibir a la oposición Republicana reforzada y consolidada.

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¿Con la promesa desafiante y Churchilliana de combatir a los comités en las playas, etc., pero «nunca rendirse» a las hordas usurpadoras? ¿Con la sonrisa amplia y una invitación a cogerse de la mano en compromiso bipartidista, y tal vez cantar a coro alrededor de la fogata? ¿Con una sonrisa algo menos sincera y una serie de maniobras, concertadas con los líderes Demócratas del Congreso, que obliguen a los legisladores Republicanos a tramitar votaciones políticamente difíciles?

Tenga o no valor, mi consejo a Obama es que se olvide de los Republicanos. No literalmente, por supuesto — la nueva dirección de la cámara va a poner difícil olvidarse de ella. Pero en última instancia, es el Presidente el que marca el programa, y a quien en última instancia se le van a pedir cuentas de los éxitos o los fracasos de América. Obama debería de hacer énfasis en utilizar todas las herramientas de su repertorio para orientar al país en la dirección en la que crea que debe ir.

Un nuevo informe del Centro para el Progreso Estadounidense — un laboratorio de ideas dirigido por John Podesta, el antiguo jefe de gabinete de Bill Clinton — pretende recordar a Obama que conducir legislaciones al Congreso es sólo una de las formas que tiene un presidente de hacer las cosas.

Los presidentes pueden extender decretos ejecutivos, destaca el informe. Pueden valerse de sus competencias en la formulación de reglamentos, trabajando a través de agencias federales que ya disponen de amplio mandato según la ley. Pueden forjar sociedades mixtas. Pueden influenciar acontecimientos mundiales a través de la diplomacia y el control de las fuerzas armadas.

«La capacidad del Presidente Obama de lograr un cambio importante a través de estas funciones no debería de subestimarse», decía Podesta en una declaración que acompaña al informe. «El Presidente Bush, por ejemplo, se enfrentó a un Congreso dividido durante la mayor parte de su presidencia, pero pocos dudarán de su capacidad para redactar una agenda única y acusadamente conservadora utilizando cada faceta del mecanismo legislador a su disposición».

«?nica y acusadamente conservadora» es la forma extremadamente educada de describir políticas que incluyeron el inicio de una guerra sin aval y la aprobación de torturas avaladas por el estado. Pero la idea está bien expuesta: George W. Bush, hacia el amargo final de su presidencia, era el Decisor. No fue el Negociador, y desde luego no fue el Explicador – su reciente reaparición, para promocionar sus memorias presidenciales, trae a la mente un torrente de Bushismos clásicos, incluyendo mi favorito de siempre acerca de que a veces hay que «catapultar la propaganda». Sinceramente espero el día en que grabe un álbum rap con su nuevo acompañante, Kanye «Conway» West.

Pero me pierdo. Lo que hay que destacar es que el libro de Bush se titula «Decision Points» — no «Lemas» ni «Goles Políticos».

El informe del Centro para el Progreso Estadounidense observa que en las cuestiones económicas que absorben tanto al país, Obama tiene competencias para ayudar a relanzar el mercado inmobiliario decretando órdenes capaces de acelerar la corrección del caos de los embargos — y también empezar a dar salida al enorme inventario de propiedades embargadas que lastra tanto el precio de la vivienda.

Puede remodelar la Agencia de Protección del Consumidor de Productos Financieros y la implantación de la reforma sanitaria de forma que se dé lugar al mayor beneficio y el más rápido para las familias trabajadoras, observa el informe. Esto no sería solamente buena legislación, sería también buena política. Demonizar el «Obamacare» y la reforma financiera como conceptos abstractos les fue bien a los Republicanos en la campaña de las legislativas, pero no será una estrategia viable si la gente ve los resultados concretos — y le gustan.

Los progresistas tienen razón al quejarse de que la Casa Blanca tiene que hacer un trabajo mucho mejor en la defensa de sus políticas. Pero el desafío va mucho más allá de la comunicación. A juzgar por la forma en que rechazaron la invitación de Obama de trabajar juntos, los Republicanos parecen impacientes por llegar a la parálisis legislativa — y la posibilidad de culpar al presidente de no sacar nada adelante.

Esa será la narrativa predilecta del Partido Republicano, pero Obama puede escribir una narrativa propia. Ahora él es el Decisor.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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