E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

Sobre Robinson

Sus columnas, ahora en radiocable.com

Otros columnistas del WP

 

   

Eugene Robinson – Washington . El primer discurso del estado de la nación pronunciado por el Presidente Obama no marcó un cambio político hacia un sentido u otro. Sonaba más como un intento astuto de desplazarse desde el interior hacia el exterior – para situarse junto a los votantes descontentos, mirando a través de las ventanas del antro de perdición llamado Washington y reaccionar con consternación ante la depravación en su interior.

En el curso de un discurso de 70 minutos, Obama vertió criticas contra casi todo hijo de vecino. Hasta incluyó un poco de autodesprecio y duda – «Sé que hay muchos americanos que no están seguros de poder creer que podemos cambiar – o de que yo vaya a cumplir». Pero eso acompañó a una amplia acusación de cómo funciona Washington, o de cómo no funciona. Constituye una muestra del talento retórico de Obama que el caballero que ocupa el centro de nuestro sistema político sepa posicionarse como exasperado pero esperanzado profano.

Como era de esperar, el Presidente riñó a los Republicanos por ser siempre obstruccionistas: «Si el liderazgo Republicano va a insistir en que los 60 votos en el Senado son obligatorios para hacer cualquier cosa… entonces la responsabilidad de gobernar ahora es suya también. Limitarse a decir no a todo puede ser buena política a corto plazo, pero no es liderazgo».

Pero también riñó a los Demócratas: «Os recuerdo que todavía tenemos la mayoría más considerable en décadas, y la gente espera de nosotros que resolvamos algunos problemas, no que nos lavemos las manos».

Echó la bronca a ambos partidos a la vez, en un pasaje acerca de reducir el déficit, pero podría haberlo aplicado a la sanidad o a cualquier otro asunto: «Más que librar las mismas batallas agotadas que llevan décadas dominando Washington, es momento de tratar algo nuevo. Vamos a invertir en nuestra gente, sin dejarles una montaña de deudas. Vamos a cumplir con nuestra responsabilidad ante los ciudadanos que nos han enviado aquí. Vamos a tratar de sentido común. Un nuevo concepto».

Riñó a los medios de comunicación: «A medida que los tertulianos televisivos reducen debates serios a argumentos tontos, y los grandes temas a eslóganes, nuestros ciudadanos se distancian». Hmmm, ¿quién iba a hacer tal cosa?

Publicidad

Hasta riñó al Tribunal Supremo, con seis magistrados de cuerpo presente, por su reciente resolución sobre la financiación de campaña: «Con todo el debido respeto a la separación de poderes, la semana pasada el Tribunal Supremo revocó un siglo de precedentes abriendo estoy seguro las puertas a que grupos de interés – incluidas empresas extranjeras – gasten sin límite en nuestras elecciones». Con todo respeto: alguna deferencia. El juez Samuel Alito debería haber sido capaz de contenerse antes de mover los labios diciendo lo que parecía ser «No es cierto, no es cierto», pero probablemente no esperaba encontrarse en una zona libre de armas.

Todas estas críticas cumplen, me parece a mí, una finalidad política. Una lección obvia de los alborotos asamblearios del verano pasado, la popularidad del movimiento de protesta fiscal y la victoria del sencillo Scott Brown en los comicios extraordinarios de Massachussets es que muchos votantes están profundamente alienados de Washington. Otra lección, de la victoria de Brown en el Senado en especial, es que las legiones tan fascinadas por la candidatura Obama como para elegir a Demócratas en todo el país están desmotivadas y quizá desencantadas.

Pero las encuestas muestran que Obama sigue siendo personalmente popular – y que los votantes le hacen menos responsable que a los Republicanos o Demócratas en el Congreso. En el discurso del miércoles, Obama utilizó su temática de campaña del «cambio» no sólo para reavivar el fervor de los partidarios decepcionados, sino también para dirigirse a los críticos indignados para los que «Washington» es un epíteto no apto para pronunciarse en una conversación sin tacos.

No, no será capaz de apaciguar a la multitud embravecida de detractores de la política fiscal. Pero los votantes independientes hartos de la parálisis partidista escucharon al Presidente invitar a los Republicanos a exponer sus ideas en materia de salud, energía y educación, entre otras cuestiones. Creo que puede haber tenido éxito a la hora de ponérselo más crudo a los Republicanos que siguen dando un «no» por respuesta multiuso a todo lo que propone el gobierno. El presidente pareció razonable y abierto; la oposición se arriesga a sonar truculenta y maquiavélica.

Obama fue popular sobre todo cuando fue visto como un tipo de político diferente, uno que decía la verdad a los amigos en la misma medida que a los adversarios, que no ofrece el cálculo cínico sino esperanza sin paliativos. En su discurso del estado de la nación, pretendió volver a tocar las notas una vez más – y habitar la persona – de su notable campaña. Ha sido presidente durante un año, pero volvió a sonar como un profano.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
© 2009, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com

Sección en convenio con el Washington Post

Print Friendly, PDF & Email