E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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«Esas palabras sugieren que hasta aquí ha llegado el Presidente Obama con la pretenciosidad y las posturas de cara a la galería adoptadas por «negociadores» Republicanos que no van a negociar. ¿Quién puede culparle?

La advertencia de Obama al secretario de la mayoría en la Cámara Eric Cantor puso abrupto fin a las conversaciones del miércoles relativas a la crisis del techo de la deuda. El impasible Presidente preguntó si Ronald Reagan habría aguantado tal pérdida de tiempo, pronunciando a continuación otra memorable sentencia: «He llegado a mi límite. Esto puede llevarse por delante mi presidencia, pero no voy a ceder en esto».

Por «esto» Obama entiende la insistencia de Cantor en que el presidente acepte un incremento del techo de la deuda a corto plazo, que se traduciría en que el Congreso tendría que someter a votación otra subida más antes de las elecciones del año que viene. Los Republicanos saben que Obama ha descartado esta opción. Cuando Cantor lo volvió a plantear el miércoles, y otra vez, y una vez más, el presidente perdió su paciencia y salió el comandante en jefe.

La frustración de Obama surge mientras los legisladores Republicanos se niegan a tomar una decisión simple: pueden abandonar su exigencia patentemente injusta e irracional de que un acuerdo de reducción del déficit no incluya absolutamente ninguna fuente nueva de recaudación; o pueden renunciar a su exigencia igualmente absurda de que cualquier subida del techo de la deuda se acompañe de recortes presupuestarios, por un valor equivalente. Esa segunda opción significaría por necesidad un incremento modesto del techo de la deuda solamente.

De ahí la manifestación de resentimiento presidencial de Obama.

Examinemos el motivo de que el jueguecito que se traen los Publicanos resulte tan peligroso. Si el umbral de deuda no se eleva antes del 2 de agosto, la administración estadounidense queda en mora. El gobernador de la Reserva Federal Ben Bernanke, un caballero que no es dado a las exageraciones, decía el miércoles que el resultado sería «una enorme catástrofe económica» — y la herida, destacaba, sería totalmente auto-infligida.

«Al poco después de esa fecha», decía Bernanke, «tendrían que producirse recortes significativos en la seguridad social, el programa Medicare de los ancianos, los salarios del ejército o alguna combinación de esos factores con el fin de evitar endeudarse más».

En contra de la impresión popular, quedar en mora no sería una cuestión de resistirse a pagar a los autócratas de Pekín simplemente. Menos de la tercera parte de la deuda nacional de 14,3 billones está en manos de extranjeros — alrededor del 10% del total en manos de China. El porcentaje mayor, en torno al 40%, es propiedad de instituciones y de particulares estadounidenses. Otro 25 por ciento más o menos son débitos del fondo de la seguridad social, el Fondo de Jubilación del Servicio Civil de los Estados Unidos y el Fondo de Jubilación Militar del Ejército. En cierto sentido sería como resistirse a pagar a los jubilados estadounidenses, veteranos incluidos.

En un sentido más genérico, sin embargo, no importa a quién se debe. Inmovilizar la capacidad de endeudarse del ejecutivo provocaría una crisis de liquidez de volumen inimaginable — al menos 306.000 millones en facturas en concepto de agosto frente a solamente en 172.000 millones en recaudación pública.

La señal más esperanzadora es que algunos Republicanos, por lo menos, entienden que su negativa a ceder un ápice, incluso mientras los Demócratas manifiestan cierta disposición al compromiso, se traduce en que el Partido Republicano será culpado si los cheques de la seguridad social no salen a tiempo. El secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell advertía que «la imagen» del partido podría salir destruida.

De hecho, un sondeo Quinnipiac dado a conocer el jueves da la razón a McConnell. La encuesta concluye que el 48% de los electores culparía al Partido Republicano en caso de descubierto mientras el 34% pediría cuentas a la administración Obama. Hasta el 20% de los Republicanos dirigiría la acusación a su propio partido. El sector privado — tanto el sector financiero como la clase media — está cada vez más nervioso.

Lo que hace falta en este extremo es alguna forma de que los legisladores Republicanos se bajen de la burra en la que se aislaron solos. Obama les ha ofrecido una escalera – cerca de 1,7 billones de dólares en recortes presupuestarios sin compensación en la recaudación pública. Todo lo que tienen que hacer es tramitar una subida lo bastante grande del techo de la deuda para evitar tener este mismo enfrentamiento dentro de unos meses. Se niegan.

McConnell ha ofrecido un plan que esencialmente deja a Obama elevar por su cuenta el techo de la deuda — asumiendo los riesgos políticos — sin recortes presupuestarios obligatorios por ley. Los legisladores Republicanos dicen no.

Sería satisfactorio tomar distancia y ver a los Republicanos pagar los platos. Esto se le debe de haber ocurrido a Obama cuando dijo al sonriente y extasiado Cantor que se atreviera — pero el presidente acabó la reunión diciendo a los líderes legislativos que los volvería a ver el jueves.

Obama seguirá ofreciendo a los Republicanos formas sensatas de abstenerse de cometer un acto de gamberrismo económico chocantemente antipatriótico. El lamentable hecho es que si ellos se inmolan, se llevarán por delante al resto de nosotros.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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