E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson. Constituye una ironía de los tiempos modernos que el tipo de escándalo sexual más devastador, en el caso de los políticos al menos, no implique mantener relaciones sexuales reales. Como el congresista Anthony Weiner ha descubierto.

Weiner, que dimitía el jueves, se aseguró su propia caída hace años cuando empezó a enviar imágenes obscenas y mensajes subidos de tono a mujeres de internet al azar. Habría salido mejor parado de haber acordado encontrarse con esas mujeres en citas secretas — porque tampoco es que haya indicación alguna de que las mujeres tuvieran el interés más remoto en encontrarse con Weiner con ese objetivo.

Permítame aclarar: no sugiero que cometer adulterio deje a Weiner, ni a nadie, «mejor parado» en un sentido moral. Voy a entrar en esa importante dimensión del escándalo Weiner, pero primero quiero considerar las facetas prácticas de forma tan desapasionada como sea posible.

A pesar de todo su talento deslumbrante, a pesar de todo su desparpajo neoyorquino, Weiner fue ignorante e ingenuo con la red en la misma medida. Hay ciertas cosas del ciberespacio, y ciertas cosas de la naturaleza humana, que cualquiera tentado de convertir en pasatiempo el envío de mensajes SMS subidos de tono tendría que saber de verdad.

La primera es el hecho de que la red no es, repito no es, un espacio privado. Es esencialmente un ámbito público en el que es difícil, por no decir imposible, mantenerse activo pero pasar inadvertido.

La caída de Weiner en desgracia empezó hace tres semanas cuando, a través de la red social Twitter, envió una fotografía de su entrepierna en ropa interior a una universitaria de la pública de Washington con la que había mantenido intercambios de mensajes en Twitter, o «tuits». Weiner se dio cuenta inmediatamente de que había cometido un error — en lugar de enviar la foto a través de un canal privado, la envió a través de un canal público que la facilitaría a cualquiera de los 300 millones de usuarios de Twitter. Repito: 300 millones.

Weiner bajó rápidamente la fotografía obscena pero no antes de ser descubierta y capturada electrónicamente por activistas conservadores que venían siguiendo sus actividades en el ciberespacio durante algún tiempo. El congresista había dado a conocer brevemente su afición privada — estoy convencido de que «basura» es el término artístico — en una esfera pública. De ahí parte el desmoronamiento de una prometedora carrera política.

Weiner tampoco era consciente al parecer de que la red nunca olvida. Una vez se ha enviado un mensaje o una fotografía en el ciberespacio, hay que dar por sentado que vivirá para siempre. El receptor puede conservar una copia — como sucedió al parecer con otras mujeres que compartían jugosas fotografías comparables que Weiner les enviaba, incluyendo una por lo menos sin ropa interior.

Las misivas obscenas también tenían que atravesar diversos servidores y conexiones de camino — ¿hace copias alguno de ellos? — y en el caso de Weiner, terminar siendo inquilinas de las grandes granjas de servidores de Twitter y Facebook.

¿De verdad quiere usted que Mark Zuckerberg tenga fotografías íntimas de sus partes pudendas? ¿En serio?

Y por último — recuerde, seguimos hablando solamente de los aspectos prácticos — Weiner ignoró el hecho de que una persona conocida solamente como «amigo» en Facebook, o alguien que te «sigue» en Twitter, sigue siendo un extraño básicamente. Sí, es posible aprender mucho acerca de una persona a través de una relación desarrollada íntegramente en el ciberespacio — mucho, pero no suficiente.

Permítame proponer una norma general: si intercambia mensajes instantáneos explícitos con una estrella del porno, como hacía al parecer Weiner, con el tiempo va a ser el tema de una rueda de prensa convocada por la presentadora Gloria Allred.

No tiene sentido criticar la gestión, o la mala gestión, del escándalo por parte de Weiner. El resultado era conocido desde el principio, y la única cuestión era si Weiner dimitiría inmediatamente — como hizo el ex congresista Chris Lee cuando diversos portales publicaron una foto sin camisa que envió a una mujer que conoció en Craigslist – o si pasaría una semana o dos negándolo.

Ahora el interrogante moral: otros políticos — como el Senador Republicano David Vitter, o Bill Clinton, por poner sólo dos nombres de muchos — sobrevivieron en la administración a escándalos sexuales en los que hubo, ya sabe, contacto real. Las transgresiones de Weiner implican fantasías sexuales, ninguna realidad sexual. ¿En serio lo que hizo fue tan malo que tenía que dimitir?

Sí, lo fue. A juzgar por todas las pruebas, Weiner no fue alentado ni inducido por ninguna de estas mujeres. ?l les imponía sus fantasías y sus fotografías eróticas a ellas, casi igual que si fuera un exhibicionista de los de gabardina. Era una intrusión de la privacidad, tal vez hasta un allanamiento, pero era grave e insalvablemente espeluznante.

La Cámara echará de menos la voz progresista de Anthony Weiner. Pero no tenía más opción que marcharse.

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