E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington . Los Ángeles parecía una buena idea en aquel entonces.  Era una buena idea, en realidad – el entorno es espectacular y el clima es perfecto. No es un misterio el motivo de que millones de personas decidan vivir allí, y es lógico que algunas construyan sus casas en el cañón de las colinas que miran a través de la vasta cuenca urbana hacia el mar espumoso e infinito.Pero cada año, algunos de los cañones arden. Es un ciclo de destrucción y renovación que inexorablemente seguirá su curso a menos que intervenga la mano del hombre – lo que significa que la intervención es una buena idea. Eso significa no sólo remover Roma con Santiago para apagar los incendios que sí se inician, sino también hacer todo lo posible por impedir que se produzcan los conatos de incendio antes de pasar a mayores.

La prevención y extinción de incendios tuvieron tanto éxito que muchos de los cañones que conducen más allá del Monte Wilson hacia Pasadena no se habían quemado en 40 años o más – hasta ahora. Y dado que estas laderas no han sido recorridas últimamente por las llamas, están rebosantes de chaparral seco que es igual que un bosque de yesca, agravando el incendio que comenzó el fin de semana. El enorme «incendio Station» – en Los Ángeles les ponen nombre – hasta ahora se ha cobrado la vida de dos bomberos, ha quemado más de 20 casas y calcinado al menos 3.800 kilómetros cuadrados.

¿Significa esto que nunca debería de haberse construido la ciudad de Los Ángeles, o que nunca se debería de haber escuchado del Oso mascota Smokey? Por supuesto que no. Pero sí nos recuerda cuánto tiempo y esfuerzos empleamos en lidiar con las consecuencias de las decisiones que parecían buenas ideas en su momento.

Y no he mencionado los terremotos.

Esto no es ninguna diatriba contra el Sur de California. Tal vez un ejemplo aún mejor de la carga de una buena idea es Nueva Orleans – que, a decir verdad, parecía dudosa desde el principio. Los primeros colonos franceses se dieron cuenta de lo precario que era el emplazamiento, con el lago Pontchartrain al norte y el río Mississippi al sur. Su preocupación quedó justificada cuando un huracán barrió la zona sin obstáculos y arrasó la ciudad en ciernes.

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Pero estratégicamente era una buena idea por fuerza poner una ciudad en la desembocadura del río más caudaloso del continente, por lo que Nueva Orleans fue reconstruida – no por última vez. La ciudad ahora está en el cuarto aniversario de la catástrofe del Huracán Katrina, que ha demostrado algo que ya sabíamos: que los huracanes se meten habitualmente en el Golfo de México y que de vez en cuando uno grande se estrella contra Nueva Orleans.

Reconstruir la ciudad tiene que ser una buena idea, ya que desplazar a toda esa gente y abandonar todas esas infraestructuras – y la historia y la cultura – sería impensable. Tiene que ser una buena idea mejorar los diques y compuertas, y sería una idea aún mejor construir algún tipo de barrera enorme adaptada al estilo de los diques de Holanda que ofreciera mayor protección. Pero sería una idea terrible pretender que nunca habrá otro impacto directo de otro huracán grande – o que Nueva Orleans, gran parte de la cual se encuentra por debajo del nivel del mar, nunca podrá protegerse contra cualquier inclemencia.

Y ni siquiera he mencionado el cambio climático, la subida del nivel del mar o el aumento previsto de fenómenos meteorológicos «extremos». Como los grandes huracanes.

Tal vez nunca se puedan predecir las consecuencias de nuestras buenas ideas. Hubo un momento en que la energía nuclear parecía la cosa más genial desde el pan de molde. Luego vino Three Mile Island y Chernobyl, y el uso de reactores nucleares para generar electricidad parecía una idea horrible. Ahora que somos conscientes de lo que la quema de combustibles fósiles ha hecho al clima, hasta algunos ecologistas han llegado a la conclusión de que tal vez haya sido un error descartar la opción nuclear.
Pero, por supuesto, está la cuestión de dónde colocar los residuos nucleares. Si la Montaña Yucca se descarta, algún otro lugar tendrá que ser escogido.

Al final, lo menos que podemos hacer – y, probablemente, lo más que podemos hacer – es hacer todo lo posible para prever cuáles de nuestras buenas ideas parecen más dadas a visitar a las generaciones futuras. ¿Deberíamos estar limitando seriamente el desarrollo costero? ¿Secuestrar y almacenar las emisiones contaminantes y almacenarlas bajo tierra va a crear nuevos problemas a resolver por nuestros nietos? ¿Se prepara algo, en otras palabras, que sea el equivalente a construir una gran ciudad que regularmente arde y otra que regularmente se ahoga?

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.

 

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