E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Hay quien escuchó una declaración de victoria, otros el reconocimiento de la derrota. Las numerosas contradicciones del discurso del Presidente Obama sobre Afganistán la noche del miércoles pretendían tal vez ocultar la idea esencial: decenas de miles de efectivos estadounidenses van a permanecer destacados durante tres años más al menos, perdiendo miembros o la vida parte de ellos, y Obama no dio ningún buen motivo.

El único debate en el seno de la administración, al parecer, era si traer a las tropas muy lentamente o no traerlas. Obama opta por la opción muy lentamente.

Dentro de un año, habremos replegado a los más de 30.000 efectivos «del incremento» que Obama destacó en combate hace 18 meses. Pero esto significa que casi 70.000 efectivos estadounidenses van a permanecer en Afganistán — cerca del doble de la cifra destacada allí cuando Obama llegó a la administración. Un «proceso de transición», en el que los afganos asumen la responsabilidad de la seguridad del país mientras los estadounidenses vuelven a casa, ha de haber finalizado en 2014. Pero suena como si algún tipo de considerable despliegue fuera a quedarse destacado en un papel «de apoyo».

En otras palabras, habrá tres años más de guerra seguidos de una presencia a largo plazo de magnitud no especificada.

¿Por qué? ¿Qué podemos ganar plausiblemente tras una década de guerra saliendo penosamente?

En su alocución, Obama daba un amplio abanico de motivos para considerar cumplida nuestra misión en Afganistán. La dirección de al-Qaeda se ha visto diezmada. Osama bin Laden está muerto. Los talibanes han sido expulsados del poder. La capacidad del ejecutivo afgano elegido libre y democráticamente con el respaldo estadounidense para librar la guerra — y quizá, algún día, mantener la paz — ha crecido a pasos agigantados.

«El objetivo al que aspiramos es factible», decía Obama, «y se puede expresar con sencillez: que no haya refugios desde los que al-Qaeda o sus filiales puedan lanzar ataques contra nuestra patria o nuestros aliados».

Según ese criterio, hemos tenido éxito. Las tropas pueden volver mañana – todas.

Si, por otra parte, el objetivo es dejar atrás un país que nunca se pueda utilizar de base terrorista, entonces el éxito es imposible. No se podrían dar garantías tan irrecusables con Canadá, no digamos Afganistán. ¿Han olvidado el Presidente y sus Generales que gran parte de la planificación de los atentados del 11 de septiembre de 2001 tuvo lugar en Alemania?

«No intentamos hacer de Afganistán un lugar perfecto», dijo Obama. Suena razonable — hasta darse cuenta de que el imperfecto Afganistán de 2014 se parecerá mucho desde luego al imperfecto Afganistán de hoy.

Dentro de tres años, el ejecutivo afgano seguirá siendo integralmente corrupto. Los talibanes seguirán teniendo considerable apoyo, sustentado en la etnia y el parentesco, en el interior pastún. La desconfianza hacia la autoridad central seguirá siendo un rasgo nacional definitorio.

Ya hemos hecho todo lo que está en nuestra mano para eliminar la amenaza terrorista que Afganistán planteaba en tiempos. No está a nuestro alcance imponer una paz y una prosperidad duraderas. Obama reconoció que esto sólo puede lograrse a través de un acuerdo político. Pero sólo los afganos pueden llegar a – y mantener – un acuerdo así.

En esencia, utilizamos medios militares para perseguir fines políticos más allá de nuestro alcance. Obama debería de darse cuenta que no tiene el más mínimo sentido.

Lo más descorazonador del discurso de Obama tal vez sea la ausencia de ideas frescas o incluso de razonamiento claro. Era difícil saber si mantenía su estrategia de contrainsurgencia o si cambiaba a un enfoque de contraterrorismo – o, quizá, si hacía un poco de las dos cosas. No hay pruebas de que haya considerado la posibilidad de que la guerra no sea perpetuada en la búsqueda racional de nuestros intereses nacionales, sino por su propia inercia.

Tampoco se produjo ninguna indicación de que hubiera examinado detenidamente los pasajes melosos diseñados para poner el conflicto en un contexto de la política exterior más amplio. No podemos «replegarnos de nuestras responsabilidades» pero tampoco nos podemos «extralimitar», y por tanto hemos de «proyectar un rumbo más centrado». Tenemos que ser «tan prácticos como apasionados, tan estratégicos como resueltos». Si tiene alguna idea de lo que significa esto, hágamelo saber por favor.

Obama sí dijo que siempre que la intervención militar sea necesaria, debería de ser internacional en lugar de unilateral. Como ejemplo, ponía Libia, donde la OTAN está a cargo de forma nominal. Debió haberse perdido el discurso de su secretario saliente de defensa Robert Gates, que advertía que la OTAN se está transformando en un mal chiste inofensivo.

El presidente sólo fue clarísimo en un único punto: por ahora, la guerra va a continuar.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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