E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington . El color de la piel entre los afroamericanos no se debe discutir en un ambiente formal, por lo que los comentarios del secretario de la mayoría en el Senado Harry Reid sobre el Presidente Obama recién difundidos – que los votantes se sienten más cómodos con él porque es de piel clara – ofenden el decoro. Pero sin duda son ciertos.Los prejuicios por el color de la piel siempre han existido en este país. No hablamos de ello porque nos parece que el color es el subordinado de la identificación racial. Hay afroamericanos con la piel tan clara que solo las pistas contextuales apuntan la cuestión de la raza. Recuerdo en una ocasión buscar a unos primos lejanos por parte de padre. Eran tan rubios y de mejillas tan rosadas que pensé que me había equivocado de domicilio, hasta que uno de ellos me saludó en lo que creo Reid llamaría «dialecto negro».

Perdóneme si no estoy ni sorprendido ni indignado. Hace unos años escribí un libro sobre el color y la raza llamado «Carbón de quemar», y la cuestión ya no tiene misterio para mí. Lo que encuentro sorprendente es que la prueba de la evaluación de Reid – planteada en la campaña de 2008 y trasladada en un nuevo libro por los periodistas John Heilemann y Mark Halperin – es cualquier cosa menos precisa.

La publicidad es una ventana fiable a la psique de América, así que me fijo en las imágenes que nos presentan la televisión y las revistas. Los modelos negros tienden a ser caramelo o café con leche, con un pelo que realmente no es rizado – que es como describiría el mío – sino ondulado, incluso liso. Algunos modelos cuya piel es chocolate o de tono oscuro han alcanzado el estatus de superestrella, como Alek Wek o Tyson Beckford, pero son raras excepciones.

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El color de la piel no podría ser un atributo más visible, pero no se habla de ello en este país. Esa ha sido bueno.

Me interesé por la percepción del color y la raza siendo corresponsal del Washington Post en América del Sur. En los viajes a Brasil, un país con un historial de esclavitud parecido al nuestro, seguí cruzándome con personas con piel oscura como la mía, o un poco más oscura, que no se consideraban «negros». Me enteré en aquella época – hace casi 20 años – de que menos del 10 por ciento de los brasileños se identifica como negro. Sin embargo, al menos la mitad de la población, se estima, habría sido considerada negra en Estados Unidos.

Esto se debe a que la sociedad norteamericana aplicó la norma «de la gota»: si tienes una sola gota de sangre africana, eres negro. En Brasil, por el contrario, se puede ser mulato, se puede tener la piel clara, se puede ser marrón «moro», toda la gama cromática hasta «café solo» – más de una docena de clasificaciones informales nada menos. El color sustituye a la identificación racial. En Salvador da Bahía, conocí a una pareja que se consideraba negra, pero cuyos hijos eran de piel más clara. La partida de nacimiento de los niños los clasificaba como branco , o blanco.

El sistema brasileño minimiza la fricción racial a nivel interpersonal. El sistema estadounidense fomenta la fricción, a través de códigos formales e informales que implantan la segregación racial. Pero nuestro paradigma «de la gota» también generó una gran solidaridad racial entre los afroamericanos, al tiempo que maximizaba nuestras filas. Luchamos, nos manifestamos, hicimos sentadas, combatimos, y con el tiempo hicimos enormes avances hacia la igualdad. El más reciente, por supuesto, fue la elección de Obama, que es difícil de imaginar en Brasil – o, a esos efectos, en cualquier país donde haya una minoría importante históricamente oprimida.

Brasil ha comenzado a abordar las disparidades raciales asentadas, a través de iniciativas de discriminación positiva. Pero los escalafones superiores de la sociedad – el distrito financiero de Sao Paulo, por ejemplo, o los ministerios en Brasilia – siguen siendo tan exclusivamente blancos que parecen trozos de Portugal que de algún modo terminaron en la orilla equivocada del océano.

El énfasis de la sociedad norteamericana en la raza en lugar del color explica que Harry Reid resultara tan grosero. Pero no creo que pueda considerarse coincidencia que tantos pioneros – Edward Brooke, el primer senador negro desde la Reconstrucción; Thurgood Marshall, el primer magistrado negro del Supremo; Colin Powell, el primer secretario negro de estado – hayan sido negros de piel clara. El análisis de Reid fue probablemente un ejemplo de buena sociología, incluso si constituye una mala política.

Mucho peor, en lo que a mí respecta, fue la cita que el nuevo libro, «Cambio de Tercio», atribuye a Bill Clinton. En un intento por convencer a Ted Kennedy de apoyar a Obama, se rumorea que Clinton dijo que «hace unos años, este tipo nos traería el café».

Supongo que la ley de la gota sigue teniendo preferencia sobre un título de leyes por Harvard.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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