E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson-Washington. Soy cauto con la opinión generalizada de que el Partido Demócrata está a punto de ser arrollado por una apisonadora Republicana. Los expertos en encuestas no están tan seguros como les gustaría de quién es un «votante probable» y quién no. Es fácil imaginar que los Demócratas, enfrentándose a predicciones casi unánimes de ser barridos, pueden movilizarse para reducir la brecha de entusiasmo a lo justo para convertir una «racha» electoral potencial en el desgaste legislativo común que sufre el partido en el poder.

Pero por otra parte, los Demócratas pueden reaccionar a la perspectiva de sufrir grandes derrotas liándose la manta a la cabeza y quedándose en casa. Si esto sucede, los Republicanos pueden hacerse de forma viable no sólo con la Cámara sino también con el Senado. América enviará a Washington un mensaje — y Washington seguirá, básicamente, como siempre.

Los conservadores y los activistas fiscales seguros de que van a alterar de forma fundamental la relación entre los ciudadanos y su gobierno quedarán exactamente igual de desencantados que los progresistas y los independientes seguros de estar alterando de forma fundamental esa relación en el año 2008. Dentro de dos años, nos podemos enfrentar a otra racha más — soplando en la dirección contraria. Nuestra política se ha convertido en una marea.

Comencemos por el argumento central que los Republicanos, y los del movimiento fiscal en especial, vienen vertiendo: que la administración federal, bajo el Presidente Obama en especial, es aberrantemente colosal y tiránicamente intrusiva.

Si el Partido Republicano se hace con el control de una o las dos cámaras del Congreso, los votantes van a esperar medidas para recortar el tamaño de la bestia federal. Vale, los presupuestos del ejercicio 2010 rondaban los 3,5 billones de dólares. ¿Por dónde van a meter la tijera los cazadores de bestias?

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Si suma todos los puntos considerados en general obligatorios — la seguridad social, Medicare, Medicaid, la prestación por desempleo, la servidumbre de la deuda nacional — habrá gastado ya alrededor de las dos terceras partes del total. Añada los 667.000 millones de dólares destinados a defensa, que los Republicanos consideran sagrada, y habrá gastado las cuatro quintas partes del presupuesto. Esto deja apenas un quinto para los programas «administrativos», muchos de los cuales no tienen nada de administrativo. Dudo que muchos estadounidenses quieran arriesgarse a vivir sin control alimentario, digamos, o sin el control del tráfico aéreo, o sin el FBI.

Es cierto, no obstante, que no podemos seguir registrando déficits enormes — en el caso del ejercicio 2010, alrededor de 1,3 billones de dólares, según la Oficina Presupuestaria del Congreso. Hay dos formas de cuadrar el balance. Una de ellas, subir los impuestos, supone la excomunión del Partido Republicano actual y ha sido descartada por los líderes de la formación. La otra, rebajar drásticamente el gasto público, significa meter la tijera a las prestaciones sociales. Los Republicanos, con vistas a la campaña presidencial de 2012, no van a hacer nada aparte de simular que cortan flecos.

De acuerdo, si los revolucionarios de la derecha no van a ser dados a realizar ninguna tentativa seria de meter en cintura el presupuesto federal — y, en realidad, cualquiera que se niegue al menos a debatir subir los impuestos no es serio — entonces por lo menos pueden invertir parte de lo que ha hecho Obama, ¿no? No, en realidad no.

El Presidente seguirá teniendo poder de veto, lo que hace discutible todo lo de «invertir Obama». Pero vamos a dejar esta parte un momento. Examinemos el logro más polémico del presidente, la reforma sanitaria. Los Republicanos prometen derogarla. Pero en su manifiesto «Compromiso con América», prometen reemplazar el sistema que llaman «Obamacare» con… elementos del «Obamacare» que el Partido Republicano aspira a rebautizar. Por ejemplo, los Republicanos dicen que quieren prohibir a las aseguradoras no dar cobertura a causa de enfermedades anteriores a la firma de las pólizas — igual que prohíbe el paquete de reforma del presidente. Pero quieren hacer esto sin un reglamento que obligue por ley a los estadounidenses a contratar seguro médico, y sin ese mandato las cifras no cuadran.

Todo esto es imagen para la galería, no legislación. He aquí el verdadero interrogante: ¿Van a trabajar los Republicanos al frente de una o las dos cámaras del Congreso con la administración Obama, o simplemente van a ponerle obstáculos a la menor oportunidad? Si eligen lo primero, los verdaderos fieles les acusarán de ayudar y colaborar con el enemigo. Si es lo segundo, se exponen a acusaciones de permitir que cuestiones políticas se impongan en terrenos en donde deben imperar los principios, en un momento en el que a duras penas la nación se puede permitir tal imprudencia.

Puede dar por descontado el obstruccionismo. Eso será malo para el país, pero será un regalo para una Casa Blanca que aspira a conservar su peso político. Cada vez que Obama tienda la mano al legislativo y sea rechazado, más independientes — frustrados con el partidismo y la inacción — volverán a su columna. Partirá de una buena posición en 2012.

Eso es lo que tienen las rachas electorales: Se estrellan contra las peligrosas costas de la realidad.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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