E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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El moderador Wolf Blitzer abría el debate Republicano del martes presentándose y añadiendo, por alguna razón, «Sí, es mi nombre real». Momentos más tarde, el candidato a presidente más plausible de la formación decía lo siguiente: «Soy Mitt Romney, y sí, Wolf, también es mi nombre».

Pero no lo es. Mitt es el segundo nombre del candidato. Su nombre es Willard.

¿Y hay quien se pregunta por qué tiene un problema de autenticidad este tipo?

El debate, celebrado en la histórica sala de conciertos de las Hijas de la Revolución Americana de Washington, se centró en la política exterior. La cuestión parecía ser ofrecer a Newt Gingrich, un antiguo presidente de la Cámara, la oportunidad para destacar su experiencia en política exterior y consolidar tal vez su súbita posición de favorito. Pero si esperaba lucirse frente al resto en el campo de minas de la política internacional, se equivocó.

Gingrich cometió un único error, pero potencialmente fue importante: se negó a cortejar al electorado con la cuestión de la inmigración. En lugar de reproducir como un loro el draconiano discurso del partido, afirmó el hecho evidente de que no vamos a expulsar a millones de inmigrantes en situación irregular que llevan años en este país y se han convertido en referentes de sus minorías.

Recordará que Rick Perry encabezaba los sondeos cuando también él tropezó diciendo cosas razonables en materia de inmigración. Perry llamó crueles a los ortodoxos de la inmigración, mientras que Gingrich animó a la audiencia a ser «humana».

Romney, como es costumbre, adoptó la posición correcta al apelar al electorado Republicano. Dijo que Gingrich se equivocaba porque «la amnistía es un imán» que atrae a más inmigrantes ilegales.

Ron Paul tuvo cosas inteligentes e importantes que decir acerca de la Patriot Act, llamando al código «antipatriota porque mina nuestras libertades» y a continuación diciendo que «se sigue pudiendo brindar libertad sin sacrificar nuestra Declaración de Derechos». Gingrich, en contraste, adujo que la Patriot Act podría necesitar ser reforzada. Preguntada por el bando del debate que prefería, Michele Bachmann decía estar «con el pueblo estadounidense». Yo creía que Gingrich y Paul eran estadounidenses, pero da igual.

Bachmann se ponía a continuación la medalla de una de las granadas retóricas más estúpidas que lanza con regularidad al Presidente Obama: que «esencialmente ha dejado nuestro interrogatorio de terroristas en manos de la Asociación Americana de Libertades Civiles».

La hemeroteca demuestra que Obama no mima a los sospechosos de terrorismo con las sutilezas de la jurisprudencia de izquierdas. Más bien los hace pedazos con proyectiles disparados por vehículos Predator no tripulados. Es posible discrepar de que el programa de asesinatos selectivos de la administración sea inteligente o eficaz, pero nadie puede decir que es blando.

Rick Santorum sostuvo que debíamos someter a los musulmanes a un escrutinio extra en los aeropuertos y apartar al pasaje que consideramos presenta un riesgo menor. Herman Cain dijo ser partidario de una política de «identificación focalizada» de los terroristas potenciales, concepto tan sutil que desafió las tentativas adicionales de explicación por parte de Cain.

Romney lo volvió a hacer bien, prometiendo «proteger la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos estadounidenses y defenderlos de los enemigos nacionales y extranjeros» sin entrar en detalles de la forma de hacer esto.

Perry tuvo una noche interesante. Se mantuvo firme en su promesa de no enviar «ni un centavo, y punto» de ayuda estadounidense a Pakistán hasta que las autoridades de ese país demuestren «que tienen los intereses de América presentes». Bachmann llamaba a esta postura «muy ingenua» apuntando que Pakistán también es «demasiado nuclear para dejar a su aire».

Pero Perry se mostraba inflexible. Prosiguió para demostrar una sobrecogedora ausencia de entendimiento de lo que sucede en esa parte del mundo, afirmando en un extremo que «tenemos a la India y Afganistán trabajando ahora mismo en concierto presionando a Pakistán». Esa única oración plasma de forma sucinta el temor más grave de las autoridades paquistaníes — verse encajonadas entre dos enemigos — y el motivo de que sigan apoyando a los grupos militantes vinculados a los talibanes que atacan a las fuerzas afganas y estadounidenses.

Váyase a casa, Gobernador. Por favor.

Jon Huntsman vivió su mejor actuación en muchos debates celebrados hasta la fecha, esbozando una visión de la política exterior estadounidense formada, matizada y reflexiva en el mundo real en lugar del mundo imaginario en el que tiene lugar la campaña. A lo mejor es el próximo candidato en vivir un meteórico ascenso y hundirse en su popularidad. Dentro de poco, no obstante, los astros se nos van a acabar.

Lo que dejará a Romney esperando a que su partido le muestre su apoyo. Conoce el percal. Dice todo lo correcto. ¿Por qué siguen chiflados los Republicanos pues con estos incendiarios que, a fin de cuentas, siempre rompen el corazón Republicano?

A lo mejor los votantes simplemente dudan de un tipo dispuesto a ajustarlo todo para complacer a su audiencia. Hasta su nombre.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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