Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen-Washington: «Durante la Segunda Guerra Mundial, el líder de los palestinos vivía en una mansión berlinesa, regalo de un muy agradecido Adolfo Hitler que claramente rentabilizó lo que valía. Haj Amin al-Husseini, gran muftí de Jerusalén y por tanto líder titular de los palestinos musulmanes, difundió propaganda Nazi por Oriente Medio, reclutó musulmanes europeos para las SS, disfrutó durante el Holocausto y tras la guerra pasó a representar a los suyos ante la Liga Árabe. Murió un poco ignorado, pero nunca censurado.

Husseini pudo haber sido un Nazi convencido, pero también era un nacionalista palestino con verdadero apoyo entre su propio pueblo. Los Aliados le consideraron originalmente criminal de guerra, pero para muchos árabes fue simplemente un patriota. Su antisemitismo exterminista no se consideraba ni patentemente repugnante ni tan excepcional. El mundo árabe está saturado de odio a los judíos.

Parte de este odio fue sembrado por Husseini y parte existía con mucha anterioridad, pero en cualquier caso sigue siendo un rasgo notable, aunque inadvertido, del nacionalismo árabe. El otro día, por ejemplo, cerca de 1 millón de egipcios reunidos en la Plaza de la Liberación escucharon al jeque Yusuf al-Qaradawi, estimado líder religioso y figura de referencia dentro de la Hermandad Musulmana cuyas credenciales antisemitas son intachables. Entre otras cosas, ha dicho que Hitler fue enviado por Alá como «castigo divino» a los judíos. Su programa en Al Jazira es de los que más audiencia tienen en la cadena de televisión.

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He leído las afirmaciones de académicos y periodistas por igual que apuntan a que la Hermandad Musulmana se ha transformado de pronto en la versión egipcia (también jordana) del colectivo de izquierdas Causa Común y que su antisemitismo no es más que un capricho arcaico y raro, igual que las posturas contra la presencia de fluoruros en el agua potable que tienen algunos conservadores estadounidenses. Espero que sea el caso. Pero siendo sinceros, tengo más fe en la capacidad de resistencia del antisemitismo que en la capacidad de adivinación de mis colegas. Si están en lo cierto, maravilloso. Si no, todos tenemos algo de qué preocuparnos.

El problema de las democracias reside en que tienden a satisfacer los prejuicios de la gente – no sólo en buen sentido. Esto explica el motivo de que todos los países de Europa Central y del Este se volvieran rabiosamente antisemitas cuando se instituyó la democracia tras la Primera Guerra Mundial. El antisemitismo era la opinión popular y era explotada por políticos sin principios. El resultado en Polonia, por ejemplo, fue la política anunciada de declarar a los judíos – alrededor del 10 por ciento del país – personae non gratae. Por entonces, sólo llevaban en Polonia alrededor de 1.000 años.

Casi no hay judíos en los países árabes – fueron expulsados después de establecerse Israel en 1948. En ninguna parte de Oriente Medio la paz con Israel es popular. En ninguna parte de Oriente Medio el antisemitismo se considera aberrante ni extraño. Es inconcebible para mí que los políticos árabes no traten de aprovechar ambas opiniones, combinando nacionalismo con antisemitismo – un maridaje volátil e inestable. La historia enseña lo que viene después.

Los líderes israelíes son muy conscientes de que se enfrentan a una nueva realidad en su región. Al margen del régimen que surja en Egipto, es probable que enfríe aún más lo que se denomina ya una paz fría. El mismo caso podría ser el de Jordania. El rey Abdalá está seguro por ahora — las tribus beduinas necesitan que se quede para evitar el caos — pero también él tendrá que escuchar las opiniones populares.

En consecuencia, ahora sería un momento propicio para que Israel se arreglara con los palestinos. Soy consciente de que la resolución de la cuestión palestina no satisfará a los antisemitas ni a los nacionalistas árabes radicales – Israel no va a renunciar a la totalidad de Jerusalén, ni para el caso va a desaparecer – y tanto Hezbolá en el Líbano como Hamás en Gaza no harán sino envalentonarse ante los acontecimientos recientes. Aún así, la creación de un estado palestino – el levantamiento de todas las pesadas restricciones al movimiento de los palestinos — liberará parte del aire de este globo en concreto y, probablemente, mejorará el deterioro moral de la imagen de Israel en Europa y otros sitios. No es una cuestión irrelevante.

Los críticos de Israel tienen un argumento. Pero aun así no exponen ninguno en lo que respecta al antisemitismo árabe. La importancia de Qaradawi no puede ser tranquilizadora para los israelíes. Ellos saben que las palabras pueden ser armas y el odio es asesino. Sin embargo, desde los días de Husseini, una verdadera figura hitleriana, los países árabes han recibido vergonzosamente un permiso para ausentarse de los estándares que se esperan del resto del mundo, igual que si fueran niños. Si yo fuera israelí, estaría preocupado. Si yo fuera árabe, me sentiría insultado. Si yo fuera un crítico exclusivamente de Israel, me sentiría avergonzado.

Richard Cohen
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