Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Se dice que cuando preguntaron a Napoleón por los rasgos que buscaba en sus Generales, él respondió: «Solamente uno — que tengan suerte». Es un rasgo que el Presidente Obama tiene en abundancia — basta con mirar el caos que han montado los Republicanos de su campaña presidencial. Esto revierte en favor de Barack Obama. Ellos siempre lo montan y parece que siempre lo montarán.

¿Empezamos con el dato del paro más reciente? En el 8,6%, la tasa de paro es inferior a la que se viene registrando en dos años y medio y va en la dirección correcta. Montones de personas siguen sin trabajo y seguirán estándolo porque el problema es estructural, pero la economía mejora y queda prácticamente un año para las presidenciales — tiempo para que una nueva realidad supere viejas percepciones. Sorprendentemente, Estados Unidos está a punto de convertirse en exportador neto de derivados del petróleo. La última vez que sucedió esto corría el año 1949, lo que son 12 años antes de nacer Obama. ¡Hablando de suerte!

Dos de los grandes fabricantes automovilísticos estadounidenses han sobrevivido por los pelos a la quiebra y ahora tienen beneficios. Junto al sistema financiero, fueron salvados por programas públicos que los Republicanos caracterizan muy próximos a ser neoestalinistas. Llamándolos como sea, funcionaron. Se salvaron empleos. ¿Tiene un problema con eso?

La guerra de Irak, el propio programa de estímulo de George W. Bush, está finalizando y la guerra de Afganistán está cediendo. Osama bin Laden está criando malvas, reducidas sus filas de forma drástica a través de vehículos no tripulados. Y aunque la política de Oriente Próximo viene siendo una especie de caos, hasta los israelíes le han encontrado el gusto a Obama: una mayoría tiene ahora opinión favorable de él. ¡Mazel tov!

Parte de esto se debe al capricho de la suerte y parte es recompensa de buenas políticas. Pero la muestra de potra más sorprendente de Obama es el abanico de rivales que ha escupido el Partido Republicano. Es simplemente sorprendente que en un país de 313 millones de personas, cultas muchas de ellas, la oposición política se componga de ignorantes, idiotas, gente que lleva siempre la contraria, yihadistas cristianos, y ahora dos caballeros tan integralmente huecos que tener un principio moral emitiría dentro de ellos el sonido de un cascabel. Hablo por supuesto de Newt Gingrich y Mitt Romney. (No sé cómo clasificar a Jon Huntsman y al parecer, el Partido Republicano tampoco).

A esta gente yo la llamo Los Aclaradores. Ponga el tema, y ellos se lo van a aclarar. Muestre algún escrúpulo con el aborto y los candidatos Republicanos insistirán en que un embrión es una persona y, al insistir, le recordarán el motivo de que usted sea partidario del aborto. Tenga alguna duda con la reforma sanitaria Obamacare y los Republicanos le harán desear una medicina socializada. Pregúntese qué hacer con los inmigrantes irregulares y los Republicanos le harán desear poner azafatas de bienvenida Welcome Wagon en la frontera. Crea que el estado acapara demasiadas funciones, que es demasiado lento o demasiado ineficaz, y esta gente hará que le encante tal como está. Hasta le saben aclarar el problema de Irán. Romney, por su parte, virtualmente promete guerra desde el primer día. A lo mejor hay otra forma.

El oportunismo ideológico, político y filosófico tanto de Gingrich como de Romney es a estas alturas conocido y algo escalofriante. Gingrich es un demagogo festivo — un exagerado, un inventor, un creador de calumnias. Dorothy Parker dijo: «La agudeza tiene algo de verdad; el comentario ocurrente no es más que gimnasia verbal ligera». Así es Newt.

Pero Romney es peor en cierto sentido. Al emitir un anuncio de campaña que priva a un comentario de Obama de su contexto específico, Romney demuestra que no va a permitir que la verdad simple se interponga entre su objetivo y él. Como empresario, ese objetivo era la rentabilidad; como político es la victoria en las urnas.

El contexto en este caso no es vago. Cuando durante la campaña de 2008 Obama dijo «Si seguimos hablando de economía, vamos a perder», estaba citando a un asistente de John McCain. El anuncio de Romney le sitúa diciéndolo a título particular. Esto es mentira. Romney apoya el anuncio. ¿En qué convierte eso a Romney? En un mentiroso.

Más de la buena suerte de Obama. En Romney, tenía un rival que parecía ser honesto. Es un veleta, pero eso es una enfermedad que responde a la posición — como los atletas que citan a la hinchada como excusa de cada acto de egoísmo. Pero el anuncio es distinto. Es una falta, una falta a la verdad, y que yo sepa eso es algo que Obama no hecho nunca. No es un hombre especialmente alto, pero la suerte le ha traído un elenco de pigmeos políticos.

Richard Cohen
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