Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Vienen tiempos malos. El nacionalismo prolifera por toda Europa. En el mundo árabe, la primavera es de pronto invierno y las sectas, las tribus, los clanes, los religiosos, los muy religiosos y el ejército están a la gresca, vigilándose mutuamente con vistas al inminente estruendo. Ahora se produce una cinta fuerte y totalmente absorbente obra de Angelina Jolie acerca de la horrorosa guerra de Bosnia en la década de los 90. Desconozco si trata de lo que ha sucedido o de lo que se avecina. Me temo lo segundo.

La película se llama «In the Land of Blood and Honey» y es una pena que no esté protagonizada por Jolie sino que esté producida y dirigida por ella. (Los que creen que belleza es igual a estupidez quedarán totalmente decepcionados por esta película). Se grabó íntegramente en serbocroata (con subtítulos en inglés) y está protagonizada por actores locales. A duras penas hay público para esta película.

Y aun así trata de los bosnios sólo en parte. También trata de nosotros, nosotros los estadounidenses que aparecemos en todos los planos, mencionados o citados de forma puntual, pero siempre revoloteando, a derecha o a izquierda del plano, mientras las mujeres bosnias son violadas, esclavizadas y luego vueltas a violar. A las jóvenes y las hermosas, un instante antes las más afortunadas de las mujeres, se les acaba la suerte de pronto. El dedo sinuoso del violador hace señas.

No faltan hombres. Unos 8.000 musulmanes bosnios de todas las edades fueron masacrados en Srebrenica. Esto no sucedió en los años 40 obra de alemanes sino en 1995 obra de los serbios, con testigos en el escenario y confirmado a kilómetros de distancia por satélites espía — zanjas reveladoras, montones de varones desaparecidos de la noche a la mañana — y la mayoría de nosotros? no hizo nada.

Así que a eso voy, en el plano izquierdo por así decirlo, habiendo estado en Bosnia y el Pentágono y convencido como resultado que es una guerra a evitar. Y allí, por la derecha del plano por así decirlo, está la primera administración Bush, compuesta de realistas de la política exterior y por James Baker, el secretario de estado, que hace un cameo: «No se nos ha perdido nada en este conflicto», es citado diciendo. Las mujeres están siendo violadas y los varones están siendo masacrados y la mayoría de nosotros seguimos con nuestra vida. Fuimos — seguimos siendo — cómplices por omisión.

Las atrocidades de la guerra bosnia no vieron la luz — impactantemente, por sorpresa y todo eso — con el alto el fuego. Se conocían en aquella época. Pero eran crónicas de prensa, alegaciones que por supuesto eran negadas. Las víctimas no tenían nombre y no tenían cara y no tenían amantes ni hijos, como tienen en la película de Jolie, y no fueron sacadas a punta de pistola de sus casas y seleccionadas por sexos para el placer o la muerte. Recibieron el trato de desafío de la política exterior, tema de debates televisivos a favor y en contra acerca del papel de Estados Unidos, de las Naciones Unidas, del residuo de la Segunda Guerra Mundial, de las inevitables consecuencias del colapso del comunismo y de guerras sin estrategia de salida: No entrar, Callejón sin salida.

La cinta de Jolie es inevitablemente parcial. Los serbobosnios son los malos, pero la implosión de Yugoslavia fue un acontecimiento complejo. Los serbios fueron los malos, pero musulmanes y croatas también tenían sangre en sus manos. Las películas no pueden tratar la verdad, porque la verdad es compleja y sorprendente y — qué demonios — cambia con el tiempo. Pero como en la vida real, el militar serbio, una representación ficticia del verdadero Ratko Mladic, es el principal malo de esta película. Mladic llevó la voz cantante en Srebrenica. Recibe su castigo cinematográfico.

En septiembre de 1995, la OTAN ponía finalmente punto y final a la guerra a golpe de bomba y en cuestión de un par de meses difíciles Richard Holbrooke había forjado un acuerdo de paz. Resultó que Estados Unidos junto a la OTAN podía marcar la diferencia — y marcarla con un esfuerzo relativamente pequeño. No se desplegaron efectivos militares sobre el terreno. La operación se llevó a cabo desde el cielo.

No podemos ser el policía del mundo, lo sé. Aun así, el mundo necesita un policía y ¿quién puede serlo sino Estados Unidos? Tenemos que seleccionar nuestras intervenciones, pero allí donde podamos intervenir, como hicimos con éxito en Libia, tenemos que hacerlo — no en solitario, desde luego no en solitario, pero en concierto con otros. Donde se pueda hacer algo, hay que hacer algo.

Vienen días difíciles. A lo mejor la historia no se repite, pero la naturaleza humana sí. Economías que se contraen se traduce en odios que se contagian. No es momento para recortar de forma insensata los presupuestos del Pentágono. No es momento de desentenderse. Angelina Jolie grabó su película para expresar la frustración con la apatía de la comunidad internacional y la incompetencia en Bosnia. Ha tenido éxito. Sí se nos había perdido algo en aquel conflicto — no por intereses, sino por respeto.

Richard Cohen
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