Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

Sobre Cohen

Sus columnas, ahora en radiocable.com

Otros columnistas del WP

 

   

Richard Cohen – Washington. El día después de que Naciones Unidas creara el estado de Israel, el primer presidente del país, Chaim Weizmann, encontró tiempo para trabajar en sus memorias, «Ensayo y error.? En ellas, realizaba una advertencia a los líderes israelíes de hoy: «Estoy seguro de que el mundo juzgará al estado judío según lo que haga con los árabes.? Corría el 30 de noviembre de 1947.

Weizmann era un hombre asombrosamente culto -químico, diplomático y estadista- pero tal vez su talento más misterioso fuera el de adivino. Asomándose al futuro, alcanzó a ver el desagradable giro que la política israelí ha dado recientemente y la forma en que ahora es aceptable hablar de forma repulsiva acerca de los 1,3 millones de árabes. ??No debe de haber una ley para los judíos y otra para los árabes,? escribió.

La advertencia de Weizmann podría no ser conocida por Avigdor Lieberman, inmigrante de la antigua república soviética de Moldova y uno de los líderes políticos más importantes de Israel hoy. El Partido Yisrael Beitenu de Lieberman se situó tercero en las últimas elecciones, lo que significa que casi seguro formará parte del próximo gobierno. Lieberman con frecuencia es llamado «nacionalista.? Quizá sea así, pero también es un demagogo antiárabe.

Publicidad

Los árabes de la antipatía de Lieberman no son los enemigos tradicionales de Israel — ya sea en Gaza, Cisjordania o en cualquier parte de Oriente Medio. Se refieren más bien a los árabes de territorio soberano de Israel, alrededor del 20% de la población. Son sus conciudadanos, algunos de ellos de dudosa lealtad, es cierto, y la mayor parte de ellos con agravios que saldar, también es cierto. Esencialmente, Lieberman quiere intercambiarlos por los colonos judíos que viven provocadoramente en la Cisjordania ocupada. Es buena idea en parte.

Pero es la otra parte -la que liberaría a Israel de sus árabes- la que ha impulsado a
Lieberman a la primera liga de políticos israelíes. El electorado israelí, sintiéndose sitiado, se ha desplazado a la derecha. El centrista Partido Kadima ganó las elecciones por un pelo, pero es la derecha la que ganó fuerza en conjunto y ahora el favorito a Primer Ministro Binyamin Netanyahu, no Tzipi Livni del Kadima, es el que intenta formar gobierno. Sería mejor que Lieberman no formase parte de él.

El tema de los árabes de Israel es complejo. No son judíos, pero se espera que sean legales al estado judío. Son árabes, pero se espera de ellos que no se mezclen mientras sus correligionarios árabes son martilleados -como en Gaza- por las armas israelíes.

Aún con todo, de una forma extraña, los árabes de Israel tendrían que representar lo mejor de Israel. Ellos pueden votar. Ellos ocupan escaños del parlamento. Ellos tienen más derechos civiles en Israel de los que tienen en cualquier otra nación árabe. Deberían ser motivo de orgullo. Sus libertades civiles, su estándar de vida, su participación política tendrían que demostrar al mundo el tipo de país que es Israel. Eso es lo que quiso Weizmann.

Weizmann no era ningún soñador. Su siglo -el siglo XX- se convertía rápidamente en el más sangriento de la historia. El mundo estaba rematando una orgía de genocidio, limpieza étnica y transferencias de población -griegos por turcos y turcos por griegos, alemanes por polacos y polacos por alemanes, una reyerta de décadas de duración que culmina en el Holocausto y se acompaña de la expulsión de millones de habitantes de etnia germana de toda Europa Oriental. Pakistán y la India nacieron de forma similar- un intercambio de población de muchos millones de personas. Así es cómo se hacían las cosas antes.

Israel, también, entabló limpieza étnica -¿por qué más todos esos refugiados palestinos? Pero la tentativa fue caótica y a la vez, como se puede ver, no enteramente fructífera. Lo que es más importante, el concepto era anatema para los miembros del estamento sionista como Weizmann. La costumbre que había practicado el mundo -erradicar a la minoría étnica- no iba a ser practicada por esa misma minoría étnica que había sufrido más que ninguna.

Está claro que el mundo se ha cansado de Israel. Sus problemas parecen insuperables, irresolubles. Sus omnipresentes críticos sugieren beber del veneno de la proporcionalidad -un misil por cada misil, un cohete por cada cohete. Hacer lo contrario equivale a «terrorismo de estado,» según la propagandística formulación de Bill Moyers. Resulta que ganar no lo es todo; perder con gracia sí.

La retórica de Lieberman ha provocado cierta preocupación en la comunidad judía estadounidense, pero como es costumbre, la mayor parte de los líderes guarda silencio. Deberían abrir su ejemplar de Weizmann por la página 461 para ser preciso, y ver lo que los padres fundadores de Israel tenían en mente. Israel puede canjear tierras por paz, pero no árabes por judíos. Eso dejaría un vacío -no sólo en el lugar donde los árabes estaban antes, sino donde Israel tenía antes sus valores.

Richard Cohen
© 2009, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com

Sección en convenio con el Washington Post

Print Friendly, PDF & Email