Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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[Washington Post – Radiocable.com] «Corren tiempos prolíficos para los blogueros judíos en lo que respecta a Israel. Uno de ellos, el formidable Ed Koch, prácticamente incineró al Presidente Obama por su política hacia Israel. El premio Nobel Elie Wiesel ha publicado anuncios a toda plana en las principales cabeceras para decir a Obama, en la práctica, que se quite Jerusalén de la cabeza, y Ronald S. Lauder, presidente del Congreso Judío Mundial, escribió al presidente para expresar lo preocupado que está por la política de la administración hacia Israel. En pocas palabras, apesta.

En cuanto a mí, recibo correos electrónicos que dicen que Obama, ese torpe, preguntó a Netanyahu si los judíos no podrían cambiar el rezo de siglos de antigüedad de regresar a Jerusalén y sustituir la palabra por Israel. Y me han dicho – por todos lados – que Obama desairó a Netanyahu al interrumpir una reunión para poder cenar con su familia. Habría sido agradable, por no decir diplomático, pedir al líder de Israel que se reuniera con él en la mesa. Netanyahu se quedó esperando.

No importa que nada de esto sucediera. No hubo desaire, afirman las más solventes de las fuentes solventes de información, y el asunto de la oración y Jerusalén es una invención de cabo a rabo. (Si estoy equivocado, que mi mano derecha pierda su destreza). En cuanto a la política Estados Unidos-Israel, no ha cambiado significativamente. De hecho, los israelíes entre otros dicen que en lo que respecta a la ayuda militar y las operaciones de espionaje, los dos países no han estado nunca más próximos. A modo de ejemplo, Amos Harel y Avi Issacharoff, del Middle East Security Survey, nos dicen que se están fabricando tres aparatos Hércules de fabricación estadounidense para Israel.

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¿Por qué toda esta angustia? Una explicación es que Obama ha encontrado a un Netanyahu tan esquivo y poco colaborador como el que encontró Bill Clinton – y el afecto de Clinton a Israel era manifiesto. No es por nada que los iniciados en Oriente Medio vuelvan a traer a colación la portada de Netanyahu en la revista The Economist en 1997: «El atolondrado en serie de Israel», proclamaba. A excepción de la fecha, nadie en Washington cambiaría nada.

Pero hacen falta dos para bailar el tango, y en este caso Obama no baila como una estrella. Da toda la impresión de no «entender» a Israel; no aprecia sus miedos ni su historia. Israel no es la mitad de la ecuación, como ambas partes convienen. Es una democracia de valores estadounidenses que ha intentado, una y otra vez, hacer la paz con un enemigo recalcitrante e implacable. Es esto, la música y no las palabras, lo que explica lo de Koch y Wiesel y Lauder, por no hablar del correo electrónico, anónimo o no, que parece estar convencido de cualquier cosa mala de Obama. Es francamente preocupante que en una encuesta reciente publicada en el periódico Haaretz, alrededor del 27 por ciento de los israelíes digan creer que Obama es antisemita.

Por el momento, sin embargo, a la mayoría de los israelíes todavía les gusta Obama y aprueban su planteamiento; también ellos quieren una solución de dos estados. La mayoría de los judíos de América piensan igual, aunque el apoyo a Obama está bajando claramente. Sin embargo, es poco probable que los liberales judíos estadounidenses, algunos de los cuales se han enamorado de Obama, abandonen al caballero alguna vez.

Pero el centro político, sobre todo el centro israelí, tiene miedo. Renunciaría a Jerusalén Este y Cisjordania por la paz – pero es escéptico con que esas concesiones lleguen a tener algún resultado. Nada de esto es teórico. Son asuntos de vida o muerte. De proyectiles lanzados desde Gaza una vez más. De los misiles Scud de Hezbolá y el temor razonable a que Hamás pueda desplazar a la moderada (y desafortunada) Autoridad Palestina de Cisjordania y convertir la zona en el equivalente funcional a Gaza, una república islámica cuya constitución es un refrito de antisemitismo chiflado salteado de amenazas de muerte.

¿Y entonces qué pasa? ¿Lucharía Obama con Israel? Muchos israelíes lo dudan. Obama «tiene que abordar los temores de los israelíes», escribió el filósofo israelí Carlo Strenger en el Haaretz hace poco. Hasta ahora, Obama ha hecho justo lo contrario, llegando a ir a El Cairo para asegurar a los palestinos y al mundo árabe en general que aprecia su difícil situación sin garantizar a los israelíes que aprecia la suya. Su frialdad hacia Netanyahu, justificada o no, ha congelado a la opinión pública israelí y alentado las exigencias palestinas. Está a un pelo de una metedura de pata diplomática garrafal.

Obama tiene la política adecuada – la única política que tiene sentido – y Netanyahu es un primer ministro débil que encabeza una coalición inestable. Lo que falta por parte de Obama no es necesariamente buenas intenciones, sino la percepción de ellas. Tiene que hacer lo que hizo en 1977 el Presidente egipcio Anwar Sadat para expresar a los israelíes su sinceridad. Ir a Jerusalén.

Richard Cohen
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