Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Allá por 1953, un oficial del ejército egipcio fue preguntado durante una entrevista con la revista Al-Musawwar lo que escribiría a Hitler si siguiera vivo. «Querido Hitler», comenzó emotivamente, «le admiro con todo mi corazón». Procedía a deshacerse en elogios al dictador alemán por, entre otras cosas, sembrar la discordia entre «el viejo Churchill y sus aliados, la prole de Satán». Si el asesinato colectivo de los judíos molestaba lo más mínimo al oficial, no lo mencionó. Años más tarde, siendo presidente de Egipto, perdió la vida asesinado por alcanzar la paz con el estado judío. Su nombre, por supuesto, era Anwar Sadat.

La paz que fabricó artificialmente Sadat se está desgarrando ahora, una hebra por aquí, una hebra por allá. Israelíes y egipcios han intercambiado insultos de todo tipo, y ahora la embajada de Israel, inmueble que siempre se levantó sobre una quimera, ha sido saqueada por una multitud enardecida de cairotas. El embajador israelí se ha marchado, y cuándo volverá, si es que vuelve, no está claro en absoluto.

La paz egipcio-israelí corre peligro y también la relación cordial que mantuvo Israel con Turquía en tiempos. Junto a Irán y Etiopía, Turquía representaba lo que se vino en llamar «la estrategia de la periferia», la relación que el primer ministro fundacional de Israel, David Ben-Gurión, estableció con los países no árabes. Pero Irán es hoy el enemigo jurado de Israel, Etiopía no tiene ninguna importancia y Turquía rebosa hostilidad. Ankara quiere que Israel se disculpe — no que exprese su pesar simplemente — por su tentativa impecablemente legal de repeler la denominada flotilla humanitaria rumbo a Gaza. Murieron nueve. Los efectivos israelíes reaccionaron de forma exagerada y ahora Turquía hace lo propio.

El dilema de Israel reside en que Oriente Próximo, a pesar de todo el revuelo de revolución, está retrocediendo lentamente. Turquía está evolucionando probablemente hacia una república islámica e incluso si no es el caso, está haciendo valer su papel histórico de potencia regional. Irán derrocó a su shah modernizador y occidentalizador con sus tendencias pro-Israel y en 1979 se convirtió en teocracia. Y Egipto, líder durante mucho tiempo del mundo árabe, podría descubrir que no puede liderar a su propia población. La paz con Israel cuenta con escaso apoyo entre las clases bajas. No es que Israel no sea apreciado simplemente, es que los judíos son odiados.

Piense de nuevo en Sadat redactando su misiva ficticia a Hitler. Esto ocurría ocho años después de demolerse los hornos de Auschwitz y de que gran parte del mundo afrontara el alcance monumental del Holocausto. Pero una revista egipcia no sólo podía solicitar misivas de esta naturaleza, sino que un oficial militar de los recursos intelectuales para dirigir el país algún día era partícipe. Esto insinúa una sociedad en la que el Holocausto se creía un invento judío, una exageración judía, o bien alguna forma de aperitivo.

Desde aquellos días la situación ha evolucionado, pero no a mejor necesariamente. La sociedad egipcia, el mundo árabe entero de hecho, ha sido empapada en un chaparrón constante de antisemitismo tolerado o aprobado por el estado. Haría falta una ignorancia histórica deliberada para restar importancia a la probable repercusión. Casi ya no quedan judíos en Egipto — el grueso de la comunidad fue expulsado, primero por Gamal Abdel Nasser y después a través de la incesante opresión y el miedo — pero hay montones de judíos en Israel justo al otro lado de la frontera.

El reloj también debe retroceder para Estados Unidos. Harry Truman tardó solamente 11 minutos en reconocer al nuevo Estado de Israel en 1948 — y lo hizo sobre los reparos ruidosos de ciertos aliados clave, en particular del inmensamente importante General George C. Marshall, el Secretario de Estado. Como escribe el historiador y embajador israelí Michael B. Oren en su obra «Poder, fe y fantasía», Marshall estaba tan contrariado que le espetó a Truman a la cara que si reconocía a Israel «votaré contra el presidente». Truman ni se inmutó.

Los argumentos de Marshall no son inválidos del todo. El mundo árabe tiene el crudo y a la geografía y las cifras de su parte. Pero Estados Unidos tiene la obligación moral de seguir fiel a la democracia revoltosa en ocasiones que se sintió moralmente obligado a aceptar. La administración Obama no debe mostrar fisuras entre Israel y ella — con independencia de que Binyamin Netanyahu no sea ningún Ben-Gurión. Los líderes van y vienen, pero lo que permanecen son los valores y las fuerzas culturales que transforman radicalmente las cosas a paso de tortuga. Sadat demostró esto. Fue un actor equívoco que puso de manifiesto lo que es posible y lo que no. Fue esperanza y fue desesperación y finalmente fue tragedia. Está claro que cambió mucho con los años. No está tan claro que su país lo haya hecho.

Richard Cohen
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