Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. Soy aficionado a las viejas películas de la Segunda Guerra Mundial, aquellas en las que el pelotón se componía de estadounidenses de a pie, según Hollywood. Había un tipo llamado Farmer y uno llamado Preacher y otro llamado Brooklyn (que era abatido poco después de recibir un salami de casa), no había negros y, por supuesto, estaba el oficial que era atractivo y claramente anglosajón blanco Protestante de la variante John Wayne. Ahora, por supuesto, tendríamos que añadir un soldado homosexual. Le compadezco. Le hará falta que alguien le cubra las espaldas.

La derogación de la repugnante política «don’t ask, don’t tell» lleva 17 años preparándose. Se podría haber derogado mucho antes de no ser por la cobardía política y/ o la ignorancia de gran parte del Congreso y de parte del ejército. La nación en conjunto iba muy por delante de estas instituciones, habiendo aprendido de su propia descendencia y de la sociedad en general que los gays y las lesbianas no son pervertidos babeantes, sino seres humanos dotados de una orientación sexual diferente — ni mejor ni peor. La mayoría de nosotros sabemos esto a estas alturas.

Hay buenas razones para pensar, no obstante, que esta elección no ha sido aprendida de manera universal. Durante la sesión previa a la votación en el Senado, el General James Amos, de los Marines, manifestaba su opinión de la perspectiva de que homosexuales que forman parte de los Marines manifiesten abiertamente su orientación. Estaba particularmente preocupado por las situaciones de combate en las que, pensaba él, los gays «pueden suponer una distracción». «Los errores y la falta de atención o las distracciones cuestan vidas de Marines», decía Amos. No era la primera vez que el General había expresado sus dudas. Con anterioridad había hablado de lo que podría pasar cuando sus Marines estuvieran «durmiendo al raso, unos junto a otros y compartiendo la muerte, el miedo y la pérdida de hermanos. Desconozco el efecto que tendrá eso sobre la cohesión. Quiero decir, eso es lo que estamos contemplando. Es la cohesión de la unidad. Es la eficacia en combate».

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Es facilísimo censurar a Amos, pero sus inquietudes entran dentro del ámbito de lo posible. Después de todo, ser gay es una cuestión sexual y los jóvenes no son sino seres sexuales. Es así como se supone que funcionan las cosas. También es el problema de tener a mujeres en las fuerzas armadas o, si usted es una feminista radical, de tener a hombres. Antes o después tendrá lugar una expresión determinada de hostigamiento inaceptable, se cometerán abusos y, de forma algo más inocente, simple ligoteo. Sabemos esto.

Pero también sabemos que esto se puede capear — contener, limitar. Hace falta formación. Hace falta instrucción. Hace falta liderazgo. Esto es lo que más me preocupa de Amos. Sus opiniones están en la picota. ?l considera a los gays algo fuera de control, probablemente cogidos de la mano en combate, metiéndose a hurtadillas en la litera de otro por la noche, distrayéndose justo cuando el enemigo entra por la colina. No sólo es algo estúpido basado en la concepción errónea ignorante de cómo son la mayoría de los gays, sino que se puede tratar.

Amos, sin embargo, es el caballero equivocado para abordarlo. Sus subordinados saben lo que piensa él de los gays. Saben que no tiene un ápice de simpatía a la que podría ser su tesitura, ni tolerancia alguna hacia su estilo de vida. Si yo fuera gay, no querría trabajar para el caballero — ni formar parte de la unidad bajo su mando. Está simplemente a un pelo de ser un racista.

La abolición de la segregación racial en el ejército en 1948 también dio lugar a gran cantidad de tonterías acerca de la cohesión de las unidades. Es cierto, por supuesto, que la raza no tiene que ver con el comportamiento, pero también es cierto que la raza es evidente, diferenciable claramente a simple vista en una estancia — o en un salón de baile, o en un Club de Oficiales de Permiso – y puede suscitar reacciones violentas. (Acuérdese de que el Sur todavía era un país con apartheid en aquel entonces). El ejército logró salir adelante porque estaba obligado a obedecer. El liderazgo llegó del Presidente Truman. A él le gustaba que sus órdenes fueran obedecidas.

Los Marines de hoy en día saben que virtualmente la totalidad del Partido Republicano se plantó a favor del fanatismo. El Cuerpo sabe que senadores importantes – John McCain o Jon Kyl, por poner dos nombres – combatieron ferozmente por conservar el estatus quo, siempre en aras de la sagrada causa de la cohesión. (Kyl dijo que la derogación podría «costar vidas»). Los Marines saben también que en las operaciones, los que están en primera línea son los menos partidarios de tener a los gays entre ellos y también son conscientes de que sus superiores lucharon por proteger la «don’t ask, don’t tell». La cuestión para mí, como para el General Amos, es la cohesión de las unidades. Es el motivo de que él tenga que marcharse.

Richard Cohen
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