Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

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Richard Cohen – Washington. Al hablar de la mezquita que no está demasiado cerca de la Zona Cero para sus defensores ni lo suficientemente alejada para sus detractores, la inquietante palabra «compromiso» se emplea hasta en la sopa. Ha sido sugerida por el Gobernador de Nueva York David Paterson, por el arzobispo católico Timothy M. Dolan y, en el Washington Post del domingo, por Karen Hughes, la otrora importante asesora de campaña de George W. Bush. Todas son personas honestas, pero no entienden que en este caso, la diferencia entre compromiso y derrota es inexistente.

No es una cuestión difícil de entender. Si usted cree que una religión entera de más de 1.000 millones de seguidores atacó a los Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, entonces es comprensible que emplazar una mezquita en las inmediaciones del desaparecido World Trade Center pueda resultar inquietante. Pero los hechos apuntan en otro sentido. El islam no estaba implicado en el ataque, sólo una porción de fieles. Siendo ese el caso, aquellas personas con sentimientos legítimos heridos se equivocan. Necesitan nuestra comprensión, no nuestra gratificación.

Si, por contra, usted no cree que el ataque fuera iniciado por una religión entera, entonces tiene el deber moral de apoyar la creación del centro islámico. Montones de personas entran en esta categoría — o dicen hacerlo — y siguen manifestándose contra la mezquita. Incluyen a Newt Gingrich, al candidato Republicano a la gobernación de Nueva York Rick Lazio y a la Tonta del Ramo Twiteante, Sarah Palin. Dan rienda suelta a una especie de pornografía de la comparación — una muestra de bufonería demagoga cada vez más obvia. Simulan tener la obligación solemne de defender a la (poderosa) mayoría de los caprichos de la minoría (indefensa) y defender a gente cuyas emociones se basan en una lectura errónea de los hechos.

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Los que tenemos cierta edad recordamos los días en que los afroamericanos y sus defensores eran advertidos de aceptar el compromiso. Se les decía que tuvieran en consideración los sensibles sentimientos de los blancos, al margen de lo desagradable de su racismo, y que protegieran su almibarado estilo de vida a lo Scarlett O’Hara. Políticos relevantes desposaron esta vía, el Presidente Eisenhower entre ellos. Lo erróneo se volvía de alguna forma algo menos, pero lo correcto se aplazaría dolorosamente. ¿Cuál era el compromiso? ¿La parte media del autobús?

De esa era voy a exhumar un término: persuasión moral. Repetidamente, los activistas de los derechos civiles instaron a Eisenhower a utilizar su privilegiada posición para marcar al país un rumbo moral, dar ejemplo. Durante mucho tiempo, Ike se negó a ceder. El héroe de Normandía olvidó por algún motivo cómo liderar hasta que el Gobernador de Arkansas Orval Faubus obligó al presidente a replegar tropas literalmente. La época sigue siendo una enorme mancha en el pasado por lo demás ejemplar de Eisenhower.

Ahora está pasando algo parecido. No se trata simplemente de que políticos sin escrúpulos estén haciendo demagogia a cuenta de la cuestión de la mezquita, también la mayoría de los demás ha mantenido la boca cerrada. The Washington Post sugería que Bush, que siempre ha demostrado gran iniciativa en cuestiones interreligiosas, se pronunciara. Hughes, que se pronunciaba a favor de la mezquita y a continuación defendía que se construyera en otro lado, debió haber seguido su propia lógica. Y el arzobispo, en lugar de instar al compromiso debería haber animado a sus feligreses a manifestar tolerancia. No es un representante sindical. No es un líder moral.

A lo largo de los años, miles de curas han cometido abusos con muchos miles de niños. Es un hecho lamentable. Pero ninguna persona racional puede creer de forma plausible que todos los curas son pedófilos y que los planes de levantar una iglesia deberían o podrían ser combatidos por las víctimas de la pedofilia en el clero. Conocemos la diferencia entre los actos de particulares — hasta siendo muchos — y el dogma con las creencias de una religión entera. Soy judío, pero no me juzgue por Baruch Goldstein, que en 1994 asesinó a 29 musulmanes en Hebrón.

Participando en «This Week with Christiane Amanpour» en la ABC, Daisy Jan, fundadora de la mezquita (y esposa del imán) rechazaba cualquier compromiso. Tenía motivos para hacerlo porque comprometerse es ceder, incluso un poco, a los argumentos de racistas, demagogos o simplemente desinformados. Ya no es su lucha. La lucha es ya nuestra.

Se ha convertido en un cliché, lo sé, pero nadie expresó nunca mejor este tipo de cosas que William Butler Yeats en su poema «El segundo adviento». «Los mejores no tienen convicción, al tiempo que los peores están llenos de intensidad apasionada».

Parte de la intensidad apasionada de los mejores está fuera de lugar.

© 2010, The Washington Post Writers Group

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