Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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El mulá Rick se ha pronunciado.

Quiere que la religión vuelva a «la esfera pública», es contrario a los anticonceptivos, a las relaciones sexuales antes del matrimonio y al aborto en cualquier circunstancia, quiere que los chavales estudien en lo que vienen a ser las escuelas el siglo XVIII y llamaba al Presidente Obama «esnob» por elogiar la formación universitaria o alguna clase de formación tras el instituto. No es una plataforma política. Es una fatua.

Pero eso no es todo. En los programas dominicales llegó a meterse con el famoso discurso de 1960 de John F. Kennedy dirigido a los ministros religiosos Protestantes en Houston, en el que pedía la separación estricta entre iglesia y estado. Santorum dijo que el discurso le puso enfermo.

«¿Qué clase de país es el que dice que solamente los seculares pueden formar parte de la administración y exponer sus razonamientos?», preguntaba Santorum al periodista George Stephanopoulos en el programa «This Week». «Eso me hace vomitar». Antes, dijo: «No creo en una América en la que la separación entre iglesia y estado sea total», sin darse cuenta que estaba hablando desde lo que viene a ser un lugar público.

El discurso de Kennedy es en realidad un documento triste, una tentativa imprescindible de combatir la noción ignorante y racista de que un presidente católico podría estar siguiendo órdenes del Vaticano. Dijo a los religiosos entre la audiencia que creía «en un presidente cuyas opiniones en materia religiosa son una cuestión privada, ni impuesta por el país ni por la nación en sus manos como condición para ocupar ese cargo público».

Extrañamente, las garantías que ofrecía Kennedy aquella jornada son las que me gustaría escuchar a Santorum. ?l también es católico, aunque no de la variedad de Kennedy. Santorum es severo y estricto en su confesión, y es su rasgo distintivo. Pero ha soltado sus creencias a nuestra cara, sin dejar ninguna duda de que su presidencia estaría influenciada por su catolicismo conservador extremo. Las opiniones de Santorum son demasiado conservadoras hasta para la mayoría de los católicos.

Es un enfoque peligroso y divisorio. Ahí está la historia del mundo para advertirnos de lo que pasa cuando la religión ocupa un lugar demasiado destacado. Que la esfera pública se utiliza para decapitaciones y cosas así. Aunque no es probable que suceda ahora — las ordenanzas públicas y esas cosas lo impiden — sí que sabemos que solapar religión y política es peligroso. Santorum no puede imponer — y no debería de afirmar — que sus creencias políticas vienen de Dios. Eso cierra todo debate y enfurece a menudo a los que difieren.

Esta creencia en que la religión ha sido expulsada del debate público es un cliché conservador que carece de fundamento. El municipio de la ciudad de Nueva York se está recuperando ahora de un festival de publicidad relativa a la elevación a cardenal de Timothy Dolan. Hemos aplaudido las hazañas de Tim Tebow, el llamado defensa religioso que no parece tener problemas a la hora de manifestar públicamente sus creencias religiosas. Y, por supuesto, tenemos la palabrería de Newt Gingrich, convencido de lo que está convencido y de que ni usted ni yo tenemos creencia alguna — si votamos a los Demócratas desde luego que no. Como puede dar fe cualquier europeo, la esfera pública norteamericana está empapada de religión o de discurso religioso.

Las opiniones de Santorum relativas al lugar de la religión y sus pintorescas ideas de la educación son tan anacrónicas que serían ridículas. Pero en cuanto me entra la risa floja, me parece que ciertas afirmaciones absurdas tienen resonancia entre muchos votantes Republicanos de las primarias. Por otra parte, cuando Rick Perry dijo que era correcto ayudar a los menores de padres en situación irregular a ir a la universidad, fue puesto a caer de un burro por ello. Cuando Gingrich se retractó de la idea de deportar literalmente a millones de personas, fue criticado con virulencia. Cada vez que algún Republicano dice algo sensato, el techo se le cae encima.

Pero en cuanto a ideas desquiciadas, Santorum se las pinta. Su defensa intelectualmente deshonesta de lo que vendría a ser una cultura obrera — nada de estudiar más allá del instituto — es la receta del fracaso. Y lo que llama sus «deseos y sueños» es un cuento para bobos: bienvenidos a una economía capaz de proporcionar unos cuantos puestos de trabajo a unos cuantos trabajadores con formación mínima. Y su puñalada a Obama por querer hacer algo al respecto no es la política de siempre — es algo simplemente insensato.

Rick Santorum no es, como dirían algunos, problema del Partido Republicano. El Partido Republicano es la mitad de la ecuación política, y su incapacidad para ofrecer candidatos de opiniones y juicios convincentes es problema también de todo el mundo. Después de todo, a alguien tenemos que votar. Pero cuando examino las opiniones de Santorum en materia de anticonceptivos, del papel de la mujer, del lugar idóneo para la religión y de lo que piensa en educación, me parece que se postula a presidente del país equivocado o que se ha quedado en el siglo erróneo. El caballero está perdido.

Richard Cohen
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