Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen-Washington. En el Despacho Oval, el Presidente Obama tiene bustos de sus héroes – Abraham Lincoln y Martin Luther King Jr. Debería añadir uno de Milton Berle, el llamado Mr. Televisión en los años 50. Berle solía indicar al público de su estudio que siguiera aplaudiendo o que dejara de aplaudir levantando una mano para movilizarlo y otra para que se callara. Es la versión condensada de la política libia del presidente.

La Doctrina Berle, lo más parecido que tiene esta administración a una política exterior coherente, ha costado vidas casi seguro. Implicó una irónica cantidad de vacilaciones a medida que la administración Obama entraba en guerra primero consigo misma — intervenir o no intervenir — entre los llamados chicos (Bob Gates, Tom Donilon) que discutían con las chicas (Hillary Clinton, Susan Rice, Samantha Power), una metáfora de campamentos impropia de la gravedad de la situación. Clinton terminó logrando su zona de exclusión aérea pero no se llevó ningún mérito. «Nosotros no llevamos esto», decía en París.

Eso está claro. Los franceses llevan esto, diciendo el Presidente Nicolás Sarkozy que Francia «ha decidido asumir su papel, su papel ante la historia». ¡Oui! A pesar de toda la irritante galicidad de esa declaración, Sarkozy tiene razón — igual que el Senador John Kerry, que pedía desde el principio la intervención internacional en la guerra civil libia. Junto a los demás, Kerry y Sarkozy entendían que Muammar Gaddafi es un psicópata, un asesino de inocentes, y que en caso de arrinconar a sus enemigos en Bengasi, los masacraría con total fruición. Virtualmente prometía lo propio, y cuando hablamos de crímenes, él normalmente ha cumplido su palabra.

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Oriente Próximo es un caos y un lío, que sucede a velocidad extremadamente rápida. La búsqueda de una Teoría Unificada de Lo que Está Pasando es inútil. Bahréin es colega nuestro; Libia no. Arabia Saudí tiene todo ese crudo; Egipto no. Irán es nuestro enemigo y sus enemigos tienen que ser por fuerza nuestros amigos. El escorpión que pica mortalmente a la rana que lo transporta a través del Canal de Suez no es metáfora para Oriente Medio pero es un informe detallado válido. Mire: Amr Moussa, de la Liga Árabe – su secretario general saliente – pedía una zona de exclusión aérea y a continuación, consternado por la violencia de este ataque militar, expresaba dudas. Moussa tiene el rictus de un crupier de blackjack de Las Vegas, una infrecuente manifestación de formas que cumplen una función.

Aún así, la administración Obama ha añadido incoherencia a la confusión. Es un cóctel raro y peligroso. Transcurrida una jornada de la operación, el desaliñado jefe del Estado Mayor, el Almirante Mike Mullen, salía por todas partes menos en el Discovery Channel para decir que la operación de la que él había dicho en persona no ser partidario podría terminar con el caballero al que el presidente dice querer fuera — un tal Coronel Gaddafi – aún en el poder. «?se desde luego, potencialmente, es un resultado», decía Mullen en el debate «Meet the Press».

El cambio que prometió Obama se ha instalado entre todos nosotros igual que un irritante chaparrón. Sus ideas no habían sido puestas a prueba ni por la edad ni por la experiencia. Una cosa es condenar el unilateralismo estadounidense y otra muy diferente esperar a la acción internacional cuando el tiempo es crucial. No es imprescindible que América lidere siempre, pero a veces es imprescindible que lidere — y siempre es imprescindible que el Presidente sepa cuándo ha llegado ése momento. No parece que Obama lo sepa. A menudo resuelve los problemas a base de ignorarlos.

A decir verdad, desconozco si es apropiado o no que Obama se marche a su visita a Sudamérica, pero desde luego es simbólico. Aquí queda su país abriendo otra operación militar más, y allí está el presidente en Brasil. El contraste es estremecedor — como si se estuviera distanciando de forma muy literal de las consecuencias de su propia política. El caballero que se supone es el centro de todo se queda en la periferia.

Obama no tiene ningún estómago para la guerra en Afganistán, pero de todas formas la libra. Lo mismo puede decirse de lo que queda de nuestra iniciativa en Irak. Ahora es Libia. Estas misiones carecen de claridad, y las dos primeras estuvieron tan marcadas por la administración anterior que quedan más allá de la redención. Pero Libia es — y debe seguir siendo — una misión humanitaria, una que habría de emprenderse cuanto antes mejor en lugar de más tarde por una administración unida que tuviera un mensaje coherente y que dejara claros sus objetivos. Se podría defender la idea de quedarse al margen o se podría haber hecho una defensa más encendida de intervenir. En lugar de eso, se hicieron las dos cosas. Milton Berle rige ahora a la Casa Blanca espectadora.

Richard Cohen
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