No puede decirse que en el objetivo de ganar «los corazones y las mentes» de afganos e iraquies desde 2001, los militares de EEUU hayan tenido un gran éxito. Por eso en 2007, el Pentágono lanzó un programa llamado Human Terrain System (Sistema de Territorio Humano) para «empotrar» a antropólogos y otros investigadores sociales en unidades militares en Afganistán e Irak.

La idea es que estos científicos pueden ayudar a los soldados a «entender a la población», su estructura social y asesorar a los mandos sobre «acciones culturalmente apropiadas», como sucedía en el argumento de la película Avatar. Pero un sector importante de antropólogos ha criticado con dureza el programa, que plantea un dilema ético y práctico.

Un antropólogo del Human Terrain System
(Foto: Flickr/The red bulls)

Tracy fue una de las primeras antropólogas que viajó a Afganistán. Explicó al New York Times su labor. En un pueblo en el que entró con las tropas, se fijó en un detalle: había un número elevadísmo de viudas. Entendió que la ausencia del padre hacía a los hijos responsables de la supervivencia económica de su familia y eso les inclinaba a integrarse en la insurgencia. La antropóloga alertó a los militares y montaron un programa de formación para las viudas. En otros casos, los investigadores han recomendado construir unas casas, lanzar planes de información, respaldar a una comunidad frente a otra…

En general los militares han alabado los resultados sobre el terreno del Human Terrain System (HTS). Algunos mandos aseguran que gracias a los científicos se han reducido significativamente las operaciones de combate y se han centrado en necesidades no militares como la sanidad o la educación local. Menos violencia y más entendimiento, en resumen. Pero hay otros puntos de vista.

Nada más conocerse la existencia del programa, la Asociación de Antropólogos Americanos se opuso por considerar que vulneraba el codigo ético de la profesión. Y a finales de 2009, tras una investigación de dos años presentó un informe calificándolo de peligroso, no ético y no académico. En concreto rechazan que los antropólogos participen en operaciones de contrainsurgencia y consideran que los datos que recaban, dado que están obtenidos en condiciones de guerra, no sirven para la investigación.

Otras asociaciones de antropólogos han criticado el HTS. Aseguran que no hay evidencias de que sea efectivo, que inclumple su ética y que es un desperdicio del dinero de los contribuyentes. El coste del programa ha sido de al menos 40 millones de dólares. También ha habido oposición por el hecho de que algunos de estos investigadores sociales han llevado armas. El antropologo, David Price, ha sido una de las voces más activas en rechazar todo lo relativo al HTS, en entrevistas o con  artículos.

 

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El programa Human Terrain System también ha funcionado en Irak. Uno de los antropólogos que estuvo alli, Matt Tompkins escribió un blog para contar su experiencia. Pero a su vuelta a EEUU se ha dedicado a criticar el programa. Aunque no tanto por los aspectos éticos como por considerar que las personas reclutadas eran incompetentes o mal formadas.

Con toda esta controversia no está claro cual va a ser el futuro del Human Terrain System. De momento la página web de los militares que informaba de los detalles del programa ya no está activa -aunque aún puede verse en el cache de Google-. En mayo de 2008 se produjo además en Afganistán el fallecimiento de Michael Bhatia, uno de los antropólogos del HTS.

Parece haber consenso en que los militares deben tener un conocimiento más profundo de las culturas y sociedades en donde realizan su acciones. Pero cómo hacerlo es la cuestión. ¿Estaba el Human Terrain System militarizando la antropología o «antropologizando» la guerra?

 

 

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