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Fernando Berlín, el autor de este blog, es director de radiocable.com y participa en diversos medios de comunicación españoles.¿Quien soy?english edition.

La mesilla del dormitorio del apartamento,
con un ejemplar de «El viaje del elefante».

Apenas se abrió la puerta de la biblioteca de Saramago el bebé salió corriendo y zás, se coló dentro. Había dormido sobre la misma, en la habitación que hay construida en el piso superior, -¡sobre un colchón de palabras!- le dijimos por la noche.

La biblioteca, le acogió silenciosa, vigilante, mientras caminaba en dirección a la mesa de José Saramago, aquella en la que escribió «Caín» y «El viaje del elefante». El bebé tendió la mano y la pasó suavemente por la manta que hay sobre el brazo de la silla de José.  Por allí, correteando, le hice algunas fotos.

El bebé se cuela correteando en la biblioteca de Saramago y de Pilar del Río. En la silla que se ve al fondo escribió «El viaje del elefante?

Pilar del Río nos invitó a pasar unos días en Lanzarote. Allí, sobre la casa que da cobijo a la biblioteca de José y Pilar, han construido un apartamento, independiente, para dar abrigo: «Esta biblioteca no nació para guardar libros, sino para acoger personas», dicen. El objetivo de la Fundación Saramago es utilizarlo en el futuro para que los nuevos escritores puedan alojarse allí a hacer su trabajo, rodeados de palabras, de simbología, del mundo de José y Pilar.

Y mientras tanto, va recibiendo el exilio de algunos amigos. Entre ellos, el de mi familia: María, el bebé y mi madre. Todo un regalo. Ahora el carácter del pequeño Fer se construirá sobre los recuerdos y las historias de los días en los que durmió en un colchón de palabras, sobre la biblioteca de Saramago y de Pilar, allí donde acarició la mantita de la silla.

Pilar es la hospitalidad en cuerpo de ser humano. Invadimos su cocina e incordiamos durante cuatro días a los pobres Camoens y Bolita, los perros, que resignados permanecían tumbados durante las conversaciones tras la cena, ajenos al mundo de las personas.

Fueron sobremesas calmadas, en las que hablamos de cantautores y de palabras, de amigos y de los no tanto, de políticos y de los que no lo son aunque dicen que lo son. Hablamos y nos refugiamos parando el tiempo. Como lo había hecho Saramago, el día que detuvo los relojes de la casa y colocó las agujas en la hora en la que conoció a Pilar. Así como siguen.

Reloj en casa de Saramago. Lo paró en la hora a la que conoció a Pilar del Río

Pilar nos contó que ha decidido abrir su casa, la casa de Saramago, para que el público la visite. Una casa, que sigue siendo casa, pero convertida en museo.
Pequeños grupos de turistas, amantes de los libros del Nobel, se cruzan por las habitaciones de doce a dos, incluso mientras ella trabaja sigilosamente en el piso de arriba.

Yo mismo me dediqué a disparar y disparar fotos, retratando cada detalle, cada minuto. También pregunté a Pilar si podía contarlo. Y me dijo que debía hacerlo, que son los amantes de los libros de Saramago quienes han recibido ese derecho, el derecho de  conocer cada detalle de ese mundo, de respirarlo. Así que pensé en escribirlo al terminar el viaje.

Dije que contaría todo esto y así lo estoy haciendo, para que cuando algún lector de este blog visite Lanzarote no se olvide de acercarse a la casa hecha de libros. Allí donde el niño durmió sobre un colchón de palabras.

Foto en 360º de la cocina de José y Pilar, donde se han dado cita todo tipo de ciudadanos, desde Zapatero a Vargas Llosa,… y ahora un montón de personas anónimas que visitan la casa de Tías, Lanzarote.

La mesa de la biblioteca en la que José escribió «El viaje del elefante»

Las plumas de José Saramago

 

El despacho en el que escribió «Ensayo sobre la ceguera»

Un momento de la tertulia tras la cena, escuchando a Luis Pastor hablar de cantautores

Claraboya, «el libro perdido y hallado en el tiempo» de Saramago

Pero la historia no terminó cuando el viaje terminó. Cuando llegué a Madrid me esperaba en casa, por mágica gentileza de Pilar, un ejemplar de «Claraboya» el primer libro que escribió Saramago y que una editorial tuvo almacenado 47 años, «el libro perdido y hallado en el tiempo». Pero esa ya es otra historia, de la que hablaremos otro día.

 

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