Acabo de ver la película La Red Social, que cuenta -probablemente de forma muy novelada- la historia de Facebook (que no hace falta que diga lo que es). El fenómeno es de tal magnitud que difícilmente podemos ser ajenos al mismo. Casi todas las entradas y blogs que he leído sobre este asunto y otros similares examinan su historia desde un punto de vista moral, criticando a unos, loando a otros. Lo encuentro lógico, lo único que nos asemeja a tamaña empresa es precisamente aquello que menos se necesita para sacarla adelante.

Particularmente yo nunca seré billonario, no solamente porque no soy tan listo, si no sobre todo porque a mí este asunto moral sí me da sentido y me importa… ¿o no? La mayoría de nosotros tendrá la experiencia directa de cómo al haberse enfrentado a un proyecto grande, trasformador, que uno cree importante, la moral se difumina, y aparece la practicidad, el compromiso, la determinación por llevarlo adelante. Qué importa si es una empresa global, una amante, tus hijos, el Calentamiento Global o el nuevo coche que quieres comprar. Si quieres lograrlo debes obsesionarte, trabajar duro, tener suerte y mandar a freír espárragos al que te critique la idea.

La caracterización de nuestros actos como actos de bondad o de maldad estará, final y tristemente, en el resultado y en la lectura que haga la Historia… nada nuevo en esta reflexión ¿o no? Qué hay de la lealtad, de la solidaridad, del compromiso con tus semejantes, con la gente que (de alguna forma) depende de ti… Ese es un proyecto con el que es complicado obsesionarse sin entrar en conflicto con las aspiraciones que exige la Sociedad Occidental. Esa es, para mí, el verdadero dilema moral.

Por lo demás, parece bastante claro que los remeros (tres pijos de papá redomados) no habrían logrado nada. A lo mejor, después de todo el tal Mark no era tan mal tipo.

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