Estoy en Beirut. Busco un ??service? que lo llaman aquí, que no es otra cosa que un taxi que admite varios clientes si la ruta de éstos coincide.

Recorremos Ashrafiyeh, un barrio donde viven principalmente cristianos. En él se encuentran las sedes de los dos principales partidos cristianos: El del general Aoun, ahora aliado de Hezbolá ( sin embargo hace años antisirio), y el Kataeb (más conocido como Falange libanesa), que por cierto, hace dos días celebró el 25 aniversario del asesinato del que fuera su líder, Bashir Gemayel, con una gran marcha de sus seguidores por las principales calles del barrio, una misa, cánticos, y el himno de las Falanges cristianas acompañado de decenas de brazos en alto tatuados con una cruz cristiana.

Bashir Gemayel fue elegido hace 25 años presidente de Líbano pero no llegó a tomar posesión: Fue asesinado junto a otros cuarenta miembros de su partido por un agente de inteligencia sirio. Dos días después los suyos vengaron su muerte masacrando a los palestinos de Sabra y Chatila. Precisamente allí me dirijo, a Chatila, para recoger a mi amiga Lina, cuyo padre sobrevivió a esa matanza pero murió posteriormente, en 1985, en la llamada guerra de los campos, que enfrentó a los palestinos con los chiíes seguidores del partido Amal.

Aquí todos tienen a alguien muerto en alguna de las múltiples guerras insertas dentro de la llamada guerra civil de Líbano (1975-1990). Tardo solo cinco minutos en llegar al campo de refugiados palestino, recojo a Lina y seguimos la ruta hacia Hareth Hreik, un barrio principalmente chií situado dentro de lo que aquí todos llaman Dahiya, que significa suburbio en árabe, y que es una zona donde habitan muchos seguidores de Hezbolá.

Por el camino el taxista recoge a un hombre de treinta y pico años, muy parlanchín, que nos cuenta que está ayunando porque es Ramadán, pero no del todo, ya que no es capaz de dejar de fumar, y nos lo dice mientras absorbe con ansiedad el humo del tabaco, se mira el antebrazo y nos muestra un tatuaje con el dibujo de un gran sable y unas letras escritas: ??Shiat Ali?, en referencia al primo y yerno del Profeta, a quien los chiíes consideran el sucesor de Mahoma (Mohammed).

 El hombre saca dos zumos de una bolsa y nos los ofrece. Pajita en mano, Lina y yo le decimos adiós porque se baja antes que nosotras. Unos metros después sube una palestina acalorada a causa de la abaya negra que le cubre entera, saluda a Lina y ésta me susurra que el marido y dos de los hijos de la mujer desaparecieron en la masacre de Chatila. Nunca encontraron sus cuerpos.

Llegamos a nuestro destino. Desde un balcón nos saluda Sahar, amiga de Lina, 21 años, estudiante de Banking and finance en la Universidad Árabe de Beirut. Subimos cuatro pisos hasta llegar a su casa y nos instalamos en su terraza para fumar narguile, una pipa de agua. Frente a nosotras hay varios edificios semiderruidos a causa de los bombardeos israelíes del pasado verano.

Sahar es una gran seguidora de Hezbolá y de hecho, el salvapantallas de su móvil es un foto del jeque Nasrallah. Me la enseña mientras le cuenta a Lina que esta noche ha quedado con un chico que le gusta mucho y que probablemente irán a bailar. Zahar lleva una minifalda, melena al viento y un escote de infarto: Aquí en Líbano no hay cabida para los encasillamientos. Salimos a la calle, paseamos por su barrio, entramos en un lugar llamado ??La promesa?, un local de Hezbolá al que acuden todos los vecinos cuyas casas quedaron destruidas o dañadas por los bombardeos israelíes para consultar cómo va la reconstrucción de sus viviendas, financiada por el partido de Nasrallah, con el apoyo de Irán.

Unos metros más allá cuelga un gran cartel, de acera a acera, en el que se lee: ??Thanks, Iran?. Zahar dice en broma: ??Gracias a Hezbolá todos los del barrio estamos redecorando nuestras casas?. Cogemos las tres otro ??service? que nos lleva a La Corniche, barrio céntrico de Beirut, hermoso y chic, frecuentado por coches caros, con tiendas de ropa de lujo, y libaneses cubiertos de Armani.

Tomamos un refresco contemplando el mar mientras el de la mesa de al lado se empeña en contarme las bondades de Hariri, el candidato respaldado por los saudíes y líder de la agrupación que apoya Estados Unidos. Volvemos a Chatila, a la casa de Lina, sorteando la basura y los charcos que se acumulan en el campo de refugiados debido a la precaria red de alcantarillado, doblamos esquinas y más esquinas caminando por estrechos pasadizos laberínticos sobre los que se apelotonan las viviendas, sin apenas espacio.

 Los palestinos en Líbano no tienen derecho a votar, ni a tener una casa en propiedad, por lo tanto no pueden heredar lo poco que sus padres tengan, y tampoco tienen derecho a un trabajo en empresas públicas.

Dejamos a Lina en su casa de 35 metros cuadrados que nunca podrá heredar, cogemos otro taxi y seguimos el trayecto hasta Hareth Hreik, donde estallan sin parar fuegos artificiales que indican la caída del sol y por lo tanto el fin del ayuno. Las calles se convierten en solo cinco minutos en escenario de una gran fiesta. Dejo a Zahar en el portal de su casa y regreso a Ashrafiyeh, el barrio donde me alojo, más sobrio que las zonas musulmanas, más occidental.

Al llegar a casa, desde la terraza, diviso de lejos los fuegos artificiales mientras oigo la televisión del vecino, que transmite una entrevista con el portavoz del Parlamento Nabih Berri, quien ha pedido a todos los partidos políticos consenso para la elección del próximo presidente libanés, elección que comenzará en el Parlamento dentro de unos días, el 25 de septiembre.

También oigo el eco de la música de las discotecas, lugares refugio de una juventud, la libanesa, heredera de las tragedias de sus mayores, que el próximo día 25 contemplará las elecciones entre políticos cuyos apellidos, muchos, son los mismos que los de otra época: Hariri, Jumblat, Geagea, Aoun, Gemayel?.

Los mismos, ahora ancianos, o políticos hijos de políticos, grandes sagas familiares. Todos volubles como siempre, unos antes prosirios y ahora antisirios o viceversa, y sobre ellos las miradas de Irán, Siria, Arabia Saudí, Europa y Estados Unidos. Tantos ojos externos (y no solo ojos, también el dinero de unos y otros) para solo cinco millones de personas que habitan este país hermoso, pequeño y contradictorio, escenario de un gran pulso entre las potencias de la zona?.

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