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Fernando Berlín, el autor de este blog, es director de radiocable.com y participa en diversos medios de comunicación españoles.¿Quien soy?english edition.

Felipe González es uno de los políticos más lúcidos de Europa, y nadie podría discutir ya esto, independientemente de que se compartan o no sus análisis. Ayer participó en el programa Hoy de Gabilondo, en CNN+, donde coincidimos.

Se refirió allí, a nuestro modelo de sociedad -el español, el europeo, solidario y social-, al que calificó como uno de los mejores del mundo aunque añadió que existe cierta incertidumbre por saber si en esta economía, «que decae», vamos a poder mantener ese sistema. Dijo que para hacerlo habría que» mejorar la productividad por cada hora de trabajo», entre otras cosas. Y señaló que la socialdemocracia consiste en producir más para generar más excedente:

«lo único que hay de izquierdas de verdad es tener un sistema de economía productiva capaz de generar un excedente que permita hacer política social y mantener la cohesión»-añadió.

También reconoció que hay quien le acusa de haber perdido el discurso de izquierdas con esa argumentación.

Hay algo a lo que me gustaría referirme para enlazarlo con esto y con el debate sobre la edad de jubilación, que en este momento se encuentra en la mesa del pacto de toledo.

González aludió a las rigideces de nuestras estructuras (rigideces sindicales, laborales, educativas) como causa de nuestro retraso en ciertos ámbitos. En una de las pausas que hicimos citó, por ejemplo,  que en España no existe un facebook o una compañía como twitter, es decir una empresa de garaje que se haya consolidado como poderosa multinacional.

No estoy muy seguro. De hecho un paseo por el proyecto de la Fundación Banesto que recopila las experiencias de los emprendedores españoles nos recordará muchísimos casos de enorme importancia.

Porque aunque en efecto no pueden compararse en dimensión con los casos de éxito de EEUU (aunque Zara tendría mucho que decir sobre eso), son modelos reconocidos globalmente por su calidad.

Es decir, quizá no poseamos a Mcdonalds, pero tenemos al Bulli de Ferrán Adriá. Ambos son negocios gastronómicos, sí,  pero uno destaca -y es reconocido mundialmente- por su excelencia y el otro por su dimensión de ventas, entre otras cosas…

Con esto quiero decir que España tiene rigideces atribuibles a su historia ,a  su cultura y a su modo de vida, en efecto, pero estas rigideces, lejos de suponer una dificultad nos han permitido desarrollar nuestro sentido de la productividad y el trabajo en otra dirección.

Porque no nos engañemos: España no podrá competir nunca en la producción de paraguas con China, entre otras cosas porque aquí, gracias a esas rigideces, existen los derechos sociales: (bajas, horas extras pagadas, Seguridad Social, vacaciones, jubilaciones etc,) que allí no existen y por lo tanto nuestros productos nunca serán tan baratos. Podemos sin embargo, convertirnos en una potencia mundial en el ámbito del turismo, el sol y la calidad de vida, entre otras muchas cosas. Muchos ansiarán vivir aquí, creedme.

Si tratamos de homogeneizar nuestra cultura con otros referentes, envidiando por ejemplo la productividad ajena, estaremos renunciando precisamente a lo único que nos hace diferentes y que lejos de ser una rémora constituye nuestra principal cualidad.

Es exactamente eso lo que está sucediendo con el modelo propuesto por el gobierno para alargar la edad de jubilación. Europa ha decidido asumir la edad de 67 años en muchos paises y nosotros caminamos detrás, aceptándolo, como si no tuviéramos cualidades o formas diferentes de entender la vida y la cultura del trabajo, como si pudiéramos imitar la productividad germana, sin transformarnos en ellos.

Además ¿por qué imitar el modelo anglosajón o el germano? ¿por qué no imitar el sueco? Al fin y al cabo allí uno puede retirarse a los 61 años pero con incentivos como el aumento de la pensión para aquellos que posponen  su jubilación a los 67 (sube hasta un 60%) .

Un gobierno progresista debería tener un discurso alternativo, de esta naturaleza, y preguntarse sin miedo: ¿qué queremos? ¿trabajar para vivir o vivir para trabajar?

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