Todos los días después de comer hacía el mismo camino, de su casa al bar y del bar al banco de aquella plaza. Miraba hacia arriba, pensando en lo alto que quedaba el castillo y que cuando era más joven trepaba hasta la atalaya sin ningún esfuerzo. Tiempo atrás, al alcanzar la torre, se paseaba a sus anchas entre las ruinas con sus pensamientos a cuestas. Ahora ya sin fuerzas para subir estaba convencido de que un día cualquiera, sin darse cuenta, habían quedado allí durmiendo la siesta sus recuerdos olvidados.

 

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