Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

Sobre Cohen

Sus columnas, ahora en radiocable.com

Otros columnistas del WP

 

   

Richard Cohen- Washington: «Diga lo que quiera de WikiLeaks – y a mí no me gusta nada lo que ha hecho — que no obstante sería útil a su fundador, Julian Assange, seguir a George W. Bush mientras recorre el país a saltos promocionando su nuevo libro, «Decision Points». Cuando, por ejemplo, Bush intente justificar la Guerra de Irak diciendo que el mundo es un lugar mejor sin Saddam Hussein, Assange podría echar mano a su mochila de despachos gubernamentales estadounidenses filtrados y citar la observación del rey saudí Abdalá hecha en privado de que la guerra había entregado Irak a Irán como «regalo en bandeja de oro».

Irak tiene ahora una administración dominada por chiítas y muchos altos funcionarios que mantienen relaciones inquietantemente buenas con Irán. Siempre fue la política estadounidense utilizar el Irak de Sadam como contrapeso a Irán puesto que realmente era Irán el que planteaba un peligro para la región. Ese peligro queda ya ampliamente documentado en los nuevos despachos de WikiLeaks – incluyendo la revelación de que Corea del Norte ha vendido a Irán misiles capaces de alcanzar, digamos, Tel Aviv o, un minuto o dos después, El Cairo.

Hasta cierto punto, los documentos filtrados contienen la forma más cruda de cotilleo. Es divertido enterarse de que el líder libio Muammar Gaddafi está paralizado psicológicamente por todo tipo de tics neuróticos y no viaja sin su enfermera ucraniana, descrita como «una rubia voluptuosa». Está bien ver a esa parodia de fanfarrón, el italiano Silvio Berlusconi, caracterizado en el bolsillo del ruso Vladimir Putin y divertido preguntarse, en un momento propio del Tío Gilito, cómo haría el vicepresidente de Afganistán para sacar del país 52 millones de dólares en efectivo y atravesar la aduana de los Emiratos Árabes Unidos el año pasado mientras usted y yo éramos retenidos por llevar un pequeño envase de champú. Hay algo raro aquí, sospecho.

Publicidad

La alarma del mundo árabe ante la inminencia de una bomba iraní salta a la vista en los despachos filtrados — como las tentativas metódicas y eficaces de la administración Obama por aislar a Teherán. El saudí Abdalá suplicaba a Washington que «corte la cabeza a la serpiente» mientras todavía haya tiempo, y los Emiratos Árabes Unidos «convinieron con (el General estadounidense John P.) Abizaid en que el nuevo Presidente de Irán (Mahmud) Ahmadineyad parece desequilibrado, hasta demente». Unos meses más tarde el jefe de la defensa de los Emiratos, el príncipe heredero Mohammed bin Zayed de Abú Dhabi, decía a Abizaid que Estados Unidos tiene que tomar medidas contra Irán «este año o el que viene». Si los cables enviados desde Jordania y Egipto pudieran leerse, no serían diferentes. El mundo árabe (sunita) aborrece y teme a Irán por motivos sectarios y también porque desposa una doctrina revolucionaria del tipo que reyes y dictadores encuentran inquietante.

?ste es el mundo de nos dejó George Bush. Existe por doquier menos en su libro, donde los hechos se omiten o se reorganizan de forma que la guerra en Irak parece el producto de la razón pura. Como ha apuntado mi colega, el infatigablemente infatigable Walter Pincus, Bush logra poner patas arriba tanto la cronología como la importancia de las diversas inspecciones de los sistemas de armamento de Irak a fin de insinuar que cualquier otro presidente al que le fuera entregado el mismo conjunto de datos habría ido a la guerra. «Traté de abordar la amenaza de Saddam Hussein sin guerra», escribe. En ese apartado, simplemente carece de credibilidad.

Las pruebas que se acumulaban por aquella época mostraban que Irak carecía de un programa de armamento nuclear y tampoco tenía armas biológicas. En cuanto a su programa de armas químicas, aunque más difícil de desentrañar, no sólo ya no existía, sino que de haber existido, era motivo insuficiente para ir a la guerra. El gas venenoso lleva presente desde la Segunda Batalla de Ypres. Eso fue en 1915. «La ausencia de arsenales de armas de destrucción masiva no alteraba el hecho de que Sadam fuera una amenaza», escribe Bush. Cara gana él, cruz pierde usted.

Leyendo el libro de Bush, viéndolo en sus diversas apariciones televisivas, sigo pensando en Menajem Begin, el difunto primer ministro israelí. En 1982, Begin llevó a Israel a la guerra en el Líbano. Ello costó a Israel hasta 675 vidas, 4.000 heridos graves y su imagen de invencible en el campo de batalla. Begin asumió la responsabilidad. Dimitió y se convirtió en un ermitaño, un caballero deprimido y castigado.

No sugiero ese rumbo a Bush – solamente que se lea los despachos de WikiLeaks y que, por el bien de la historia y las lecciones que ofrece, vuelva a evaluar sus tan cacareadas decisiones. Su insípido enfoque sobre la toma de decisiones — conócete a ti mismo, pero no necesariamente los hechos — es directamente repelente. En la cubierta del libro, Bush aparece vestido de vaquero. Un disfraz de Peter Pan sería más apropiado. Al igual que él, Bush nunca ha crecido.

Richard Cohen
© 2010, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com

Sección en convenio con el Washington Post

Print Friendly, PDF & Email