Este pasado fin de semana estuve en Santa Cruz de Moya, un pueblecito de Cuenca donde desde hace años se celebra el primer fin de semana de octubre un homenaje «a los guerrilleros españoles muertos por la paz, la libertad y la democracia al lado de todos los pueblos del mundo».

    Los organizadores son los propios vecinos del pueblo que, cada año, son capaces de convocar a cientos de personas de todo el país que acuden a escuchar conferencias de historiadores, sociólogos, escritores y cineastas, como el director de cine Montxo Armendáriz, los actores Álvaro de Luna y Juan Diego Botto, la escritora Inma Chacón, etc.  

Armendáriz explicó el sábado cómo fue capaz de sacar adelante «Silencio roto«,  la película que escribió y dirigió hace ya más de siete años, en un momento en el que aún escaseaba el cine y la literatura sobre la guerra civil y la posguerra en el bando perdedor.    

Presentó el proyecto a dos grandes productoras: Ambas lo rechazaron por considerar que era un tema que no interesaba a nadie. Armendáriz no quiso abandonar y decidió producir la película él mismo, con Pui Oria, su productora.

    Recuerdo que fui a ver «Silencio roto» con mi madre cuando la película se estrenó en los cines. Salimos las dos emocionadas y sintiendo que por primera vez un film contaba un trocito de la historia de nuestra familia, de las historias de tantas familias. Faltan más. Más libros, más películas. Más memoria, más historia. Nadie debería ofenderse por ello.

  Tenemos tras nosotros décadas y décadas de silencio. Lo decía ayer Iñaki Gabilondo en su informativo de Cuatro:

«(…)Los que pudieron honrar durante cuarenta años a sus muertos, deberían entender que puedan hacerlo los demás, encontrando primero sus restos. Decir que eso puede remover viejos rencores es jugar con ventaja?(…)?.  

 Muchos de quienes somos nietos y bisnietos de desaparecidos queremos escarbar en un pasado que siempre hemos sentido no cerrado. Tenemos derecho a poner tumbas a nuestros abuelos, a recompensar su memoria tanto tiempo tergiversada y a dignificar su nombre, tanto tiempo injuriado. No es reabrir heridas; es cerrarlas. Y sobre todo, es esforzarse por dejar claro que quienes en el futuro luchen por la democracia, por la libertad, contra golpistas o dictadores, obtendrán un reconocimiento y no un abandono o humillación.  Eso es importante.   

   Al igual que es tremendamente importante que existan lugares como Santa Cruz de Moya capaces de convocar a ancianos y ancianas guerrilleras que, emocionados, relatan su historia y nosotros, los más jóvenes la recogemos.  Almudena Grandes siempre menciona los versos de Cernuda, tan apropiados para hablar de nuestra memoria: «Recuérdalo tú, recuérdalo a otros».

  Mientras el sábado escuchaba a los guerrilleros recordaba la historia de mi abuelo, de mi bisabuelo, las historias de las mujeres de mi familia, viudas o huérfanas. Lo recuerdo siempre y se lo recuerdo a otros. Por la dignidad de mis familiares. Y para que no vuelva a ocurrir.

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