El colegio de mis hijas es un concertado del barrio de Las Tablas en Madrid. Pertenecía a una fundación de origen deportivo que debía estar pasando grandes dificultades financieras. Recientemente ha sido comprado por parte un grupo empresarial de origen educativo, entre cuyos planes debe figurar cambiar el PEC, o Proyecto Educativo del Centro sobre el que se basa el concierto de la Comunidad de Madrid.

Para los padres está siendo una prueba importante. También para los profesores. Algunos alumnos lo han acusado más que otros. Detrás de muchas historias hay un drama, pequeño o grande. Hay padres muy afectados, otros están razonablemente a favor de determinados cambios. Nadie conoce con concreción los nuevos planteamientos y eso genera ansiedad. Para algunos buenos profesores ha supuesto perder el puesto de trabajo, pero sobre todo su proyecto profesional. Algunos alumnos han reaccionado con bravura, en algún caso aislado, lamentablemente, violenta. También, qué duda cabe, debe ser también duro para los actuales responsables del colegio.

La información disponible no augura un colegio fallido o catastrófico. Aunque sí es probable que se pierda la frescura del ideario original, y también que en el camino se haga menos inclusivo de lo que originalmente fue. Con todo el grupo empresarial, a pesar de algunos ramalazos chungos al comienzo de su toma de control, no se caracteriza por promover «madrazas», si no colegios exigentes académicamente y respetuosos con el alumno y su entorno.

Sin embargo, esos pequeños y grandes dramas detrás de la historia, que reflejan la irreflexiva naturaleza de las comunidades humanas, predeterminadas por relaciones de poder, me recuerdan que como padre quiero enseñar a mis hijas (quizás más que ninguna otra cosa) que nadie tiene derecho a robar la aspiración del sueño de nadie. Porque ese es el secreto de la convivencia democrática (bueno, y de mercado): soñar y dejar soñar.

Al fin y al cabo, en mi cultura, un colegio no es más (¡ni menos!) que eso: el centro donde formarse para poder hacer realidad nuestros sueños. Ese fue el gran legado que me dejó mi padre, del que sin rubor puedo decir que fue un hombre bueno, en su lucha y en su amor.

PD. He tardado mucho en escribir mi siguiente entrada, pues mi padre, Nacho Montejo, falleció este verano. Fue un hombre complejo, grande en muchos aspectos, anónimo en términos globales, que nos marcó no como padre, si no como persona, a las muchas personas que compartimos su vida.

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