Cuentan en el Níger que en las épocas de fuertes hambrunas,  nacen muchos bebés gemelos. Y no hay una explicación científica para este hecho. No hay razones genéticas ni médicas. La naturaleza, de alguna manera, sabe que muchos niños morirán ese año por lo que exprime al máximo sus posibilidades de supervivencia.  Y es curioso que algunos de los poblados que hemos podido visitar este verano en el Níger ofrecen esa estampa de vida por duplicado. Un milagro laico en el país más pobre de la tierra. Un milagro que no todas las familias pueden contar porque la tasas de mortalidad son brutales por culpa de la desnutrición. Tanto es así que muchas mujeres no ponen nombre a sus bebés hasta que superan los dos años de vida. Es ahí donde se marca el límite de la vida y la muerte. Los que lo superan poseen, y puedo asegurarlo, una fuerza sobrenatural aunque no levanten un palmo del suelo.  Todo en el Níger posee esta incómoda  y necesaria intensidad.  Las historias en cualquier país del tercer mundo suelen quedar deshumanizadas precisamente porque la vida no tiene el mismo valor allí.  Dice Ernesto Sábato que «hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad y es NO RESIGNARSE«.  (no lo hace alguien ya mencionado en este blog, José Collado, quien me ha enseñado todo lo que sé sobre el Níger. Es el enlace de Acoger y Compartir en el país africano)

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