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Fernando Berlín, el autor de este blog, es director de radiocable.com y participa en diversos medios de comunicación españoles.¿Quien soy?english edition.

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El año pasado cambió el rumbo de mi vida. He pasado los últimos 20 hablando de política en la radio y la televisión y pensando que hacía algo importante. Hasta que la vida me dijo que me estaba equivocando. Por eso he empezado a viajar. A viajar hacia dentro y también hacia fuera. Ahora pretendo encontrar lugares especiales.

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En este viaje hemos remontado el río Charente (Francia), en los barcos de Leboat . Casas flotantes equipadas con cocina, baño, ducha, agua caliente, dormitorios amplios e incluso wifi y aire acondicionado.

Las hay pequeñas, para viajar en pareja, o como esta, de catorce metros, y en la que se pueden acomodar seis personas. Su manejo no requiere de experiencia previa, ni título alguno. Y los precios están al alcance de cualquiera (desde 400 euros a 2.800 eur. la semana aprox., dependiendo del tamaño del barco, el trayecto y la temporada).

En este barco hemos sorteado esclusas, atravesado bosques y visitado las villas y casonas medievales de Cognac. También paseamos en bicicleta y compramos queso y vino que cenamos en la cubierta, amarrados en el corazón del río, en pleno bosque. Ha sido un viaje que no imaginé que se pudiera hacer hoy día, y mucho menos en Europa.

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El día que llegamos a Jarnac nos recibió un tipo delgado, no muy alto y de pelo simpáticamente desgarbado. Yo andaba preocupado por el barco y por el idioma. Se me hacía dura la idea de tener que aprender a manejar un barco así de grande y sin tener la más remota idea de francés…ni de navegación. Pero Fabién era un tipo amable, que hablaba algo de español, y que rellenaba las lagunas del idioma asomando una sonrisa.  A todo decía no importa y, con las manos, no pasa nada.

Fue la persona que nos explicó el manejo del barco,  nos hizo entrega del cabo y se despidió. Fue uno de los actos de confianza más generosos que ha visto la sociedad occidental. Catorce metros de confianza, para ser exactos, en un lugar lleno de esclusas.  Y allí estábamos, de pie, despidiéndonos de Fabién , sosteniendo un cabo en la mano y dejándonos llevar por la corriente.

 

 

 

Navegar el río Charente ha sido una experiencia maravillosa. Por una parte, es una actividad muy organizada -puedes incluso recibir asistencia en furgoneta si tienes dificultades con el barco- pero va acompañada de una sensación permanente de estar navegando un lugar inexplorado, incluso a sabiendas de que hace siglos que no es así.

Nos habían contado que Charente fue, en la Edad Media, una importante vía comercial que conectaba la costa Atlántica con el interior de Francia. Según parece, las embarcaciones remontaban el río llevando de un lugar a otro la sal producida en Aunis y Saintonge. También transportaban el coñac y los cañones reales o las piedras de las canteras de Saint-Même-les-Carrières. El río fue utilizado desde tiempos inmemoriales como vía de comunicación, incluso en la época galo-romana.

Tiene 170 km navegables y ha convertido el turismo fluvial en uno de sus atractivos. Lo habíamos elegido porque permite el baño, no hay demasiadas esclusas y navegar por aquí no precisa de mucha habilidad. Pudimos comprobarlo nosotros mismos. El barco se maniobraba de forma sencilla gracias a los dos pequeños propulsores de la proa que facilitaban los acercamientos a los embarcaderos.

Nosotros, los optimistas del 1%

Es verdad que tuvimos algo de suerte. La suerte del 1%, -le llamamos- porque hizo un tiempo extraordinario durante toda la semana. Y acertamos eligiendo un barco con toldo, -si vas a viajar en primavera o verano ni lo dudes: el sol en cubierta cae fuerte y aunque teníamos que plegarlo cada vez que atravesábamos un puente, es muy conveniente llevarlo.

Habíamos estado cerca de cancelar este viaje porque las previsiones anunciaban lluvias y las de los últimos días habían desbordado el río. Pero nos pareció una buena idea, en todo caso, visitar la región y si se daba mal y llovía mucho, utilizar el barco como alojamiento, aunque no se pudiera navegar. Por otra parte, se anunciaba el cierre del río «con un 99% de posibilidades» pero… ¿ por qué no íbamos a ser nosotros los del 1% ? Y así fue. Cinco días de radiante sol. La suerte de los optimistas. El 1% .

 

 

Las noches fueron muy agradables. La más impactante fue la primera porque estábamos recién instalados y porque la pasamos junto a un bosque muy cerrado. Se nos había hecho tarde navegando y hubo que improvisar un amarre en el corazón del río. El embarcadero más cercano en la carta de navegación -siempre tenéis que llevarla a la vista, nos había dicho Fabién- estaba ocupado cuando llegamos. Así que pasamos de largo y cuando cayó la noche, tuvimos que orientar el barco a contracorriente mientras lo atábamos a un grupo de árboles fuertes.

Por suerte llevábamos una mosquitera en la mochila. El bosque murmuraba en Charente y desprendía un vivo olor a naturaleza mojada y algunos mosquitos se acercaron a cenar con nosotros.

Hubo un momento en el que me descubrí sentado en la cubierta, en medio de la oscuridad, anotando cosas para este texto y la única luz que había en kilómetros a la redonda parecía ser la de la pantalla de mi teléfono móvil. Únicamente se reflejaba el brillo de las estrellas sobre el río que se movía silencioso. Abajo, en el interior del barco, resonaba la radio y borboteaba una olla sobre el fuego.

Para nuestra tranquilidad improvisamos una alarma. Colocamos una olla sobre la mesa del salón con una cuerda que atravesaba el barco y que quedaba fijada a una rama en el exterior. Así, en caso de que el barco se soltase accidentalmente en mitad de la noche, estaba asegurado el estruendo de la orquesta. Alguien se despertaría. No parecía recomendable andar a la deriva con la noche cerrada y con una esa corriente.

Jarnac fue tanto el punto de partida, como el destino donde teníamos que devolver el barco. Allí tiene la base Leboat y es el lugar de nacimiento de Francoise Mitterrand -su residencia se encuentra abierta al público y se pueden encontrar algunos de los obsequios que recibió de personalidades internacionales y de jefes de Estado.

También visitamos Coñac. Esta región es conocida mundialmente por la producción de la bebida. El pueblo del que toma su nombre fue lugar de destilerías de alcohol que hoy están abiertas a las visitas. En nuestra parada aprovechamos para comprar algo de embutido y unas cervezas, y nos sentamos a comer en un parque y a observar a la gente. Las fachadas de piedra de Cognac están atravesadas por vigas de madera rústicas y los tejados que nos rodeaban aparecían cubiertos por un terciopelo negro producto del hongo que se alimenta de los vapores que emanan del alcohol…

Chaniers y Rochefort son otras de las visitas obligadas. Durante todo el trayecto nos acompañaron las numerosas casonas, las abadías y los castillos renacentistas que convierten las orillas en verdaderos cuadros. Llevábamos, además, bicicletas a bordo para poder curiosear por los caminos que flanquean el río y nos detuvimos en diversos embarcaderos. En uno de ellos alguien había dejado una cuerda amarrada a los árboles que se inclinan hacia el río, a modo de columpio, y la utilizamos como niños durante el atardecer. Un planazo.

 

 

Los desniveles del cauce se salvan gracias a las esclusas. Se trata de unas represas de grandes portones donde hay que introducir el barco para igualar, entre unos tramos y otros, la altura del agua. Se abren a mano. Basta con dos personas para hacerlo. Mientras una desciende del barco y amarra la embarcación, otra puede mantenerlo correctamente orientado a golpe de motor. Se abren girando unas colosales ruedas de metal.

En algunas de las esclusas encontramos «escluseros» que te hacían el trabajo, aunque todavía no sabría decir si lo hacen gratuitamente. Pero no os preocupéis. Se quedaron con un buen recuerdo de los españoles. Como no nos atrevimos a preguntar, soltamos el primer billete que encontramos, de forma que el resto de barcos aceptó de buen grado la generosidad española y fueron pasando sonrientes y saludándonos con la mano.

Pero, aún haciéndolo uno mismo, lo de las esclusas termina resultando una actividad entretenida y desde luego puede hacer que los niños -si viajas con ellos- se entretengan mucho.

Porque en efecto, este es un viaje adecuado para todo el mundo. Nos cruzamos con parejas y con familias enteras que embarcaban tras pasear en bicicleta, e incluso con un grupo de amigos, ya ancianos, a quienes ayudamos a levantar las esclusas.

 

Descubrimos pronto que la generosidad de Fabien, entregándonos la casa flotante, no era ciega; los barcos son aptos para que cualquiera los gobierne, incluso el más torpe, si va con cuidado. Están rodeados por numerosas gomas, que absorben los impactos. Y en toda aquella semana apenas llegamos a rozarlo. Los accidentes son raros, según nos dijo Fabien -supongo que más por miedo que por habilidad. Pero además este río es lo suficientemente ancho como para cruzarte con otros barcos sin riesgo alguno de chocar con ellos.

En todo caso, nosotros no nos cruzamos con muchos, aunque también ayudó el hecho de que elegimos el mes de junio para viajar, y esa no es la temporada más alta -nos pareció una excelente idea elegir una temporada en la que no hubiera mucho turismo.

En fin. Se trata de una experiencia adecuada para todo el mundo. Adecuada para quien quiera conocer esta región de la campiña francesa y sus pueblos o para quien persiga adentrarse en las profundidades de un río maravilloso de bosques habitados por casonas renacentistas. El viaje nos ha dejado algunas estampas maravillosas en la memoria. Creo que va a ser difícil de mejorar. Gracias Emily, Gracias Fabián por vuestra ayuda. Ha sido el viaje definitivo…por el momento.

 

 

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Este reportaje ha sido producido gracias a la colaboración de www.leboat.es
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