E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington . Es irónico que el Presidente Obama nunca pueda resultar convincente como populista en jefe. Tuvo una educación modesta – su familia dependió de los vales de comida durante un tiempo – y necesitó becas y préstamos para pagar su educación de lujo. No es ajeno a la lucha cotidiana de los estadounidenses.Por el contrario, George W. Bush mamó del dinero viejo y creció entre gran riqueza, privilegios y poder. Sin embargo, Bush fue capaz de proyectar una ruralidad cotidiana que hacía que la gente olvidara sus orígenes patricios. Obama simplemente no transmite esa cotidianeidad de andar por casa. Incluso si se subiera las mangas, se aflojara la corbata y empezara a hablar como su predecesor, soltando el acento a diestro y siniestro, nadie se lo tragaría.

Así que espero que la Casa Blanca no preste atención a los críticos que instan a Obama a cultivar una imagen más cotidiana. Recuperar la iniciativa política será una cuestión de fondo, no de estilo – y también una cuestión de pasión.

Incorporar a David Plouffe, arquitecto de la campaña electoral brillante de Obama, es una maniobra inteligente que sin duda ayudará al presidente a transmitir su mensaje con mayor eficacia. Pero parte de ese mensaje tiene que ser una noción clara del objetivo final de Obama. No es suficiente utilizar variaciones de la palabra «lucha» más de 20 veces en el curso de unas declaraciones relativamente breves, como hizo el viernes en Ohio. En algún momento, necesita – metafóricamente, por supuesto – liarse a mamporros con alguien.

No estoy hablando de percepciones. La idea no es que Obama tenga que abofetear a detractores y obstruccionistas como forma de demostrar su masculinidad alfa presidencial. La idea es que si la agenda de Obama es tan vital y necesaria como él dice que es, la Casa Blanca debería hacer que sus acciones coincidan con sus palabras.

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En sanidad, Obama nos dijo durante meses lo crucial que es un paquete legislativo integral para el bienestar de la nación. Si eso es cierto cuando los Demócratas tienen mayoría a prueba de veto en el Senado, sigue siendo cierto cuando tienen unos escasos 59 votos. Con el Congreso en punto muerto, ¿cuál es el próximo movimiento de Obama? ¿Acceder de mala gana a empezar de cero abriendo «negociaciones» con los Republicanos, que han dejado clara su oposición implacable a la reforma? ¿Salir adelante forzando el dominio Demócrata del Congreso, utilizando cualquier maniobra parlamentaria de manual incluso si esto significa sufrir daños políticos a largo plazo en aras de lo que – según el presidente – es a la vez necesario y correcto?

De la misma forma, el presidente puede hablar de empleo y clase media todo lo que quiera, pero el mensaje no calará a menos que la gente vea que sus acciones acompañan a sus palabras. Sin duda tiene que hacer una labor mejor a la hora de explicar el impacto que ha tenido el estímulo masivo del año pasado conservando el empleo de la gente. Puede darse el caso de que deba sacar adelante más estímulos económicos. Definitivamente no hay caso en que permita que los Republicanos le arrollen ni en que el Congreso empiece antes de tiempo a tomar medidas para frenar el déficit, porque si la economía sigue estancada son los Demócratas quienes serán sancionados en noviembre.

La promesa de Obama de cambiar la forma en que funciona Washington fue una razón importante de su elección. Se ha intentado cumplir esta promesa religiosamente – pasando por alto el hecho de que por aquí, ninguna buena acción queda sin castigo. Con el estímulo, por ejemplo, Obama incluyó un enorme paquete de recortes fiscales como gesto a los Republicanos, que lo vieron insuficiente y siguieron votando negativamente. El tango bipartidista de Obama no puede funcionar si una parte no baila.

A pesar de este esfuerzo, la popularidad de Obama se ha hundido. Estoy convencido de que esto se debe a que los resultados cuentan más que el proceso. Es cierto que los votantes están hartos de lo de siempre en Washington, pero no por razones estéticas.

No importa si Obama habla en voz alta. Lo importante es hablar con una voz clara, una voz definida. Siempre que ponga un limite – en salud, empleo, energía, lo que sea – debe hacer todo lo posible por defender ese límite, incluso si esto significa amor propio herido y ánimos destrozados.

Al final, los votantes respetarán los logros de Obama, no sus aspiraciones. Se recompensará su pasión, no su apariencia. Está bien que el presidente diga a los estadounidenses que está luchando en su nombre, siempre y cuando se acuerde de que lo que realmente quieren no es tanto que él luche, como que gane.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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