E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. La Iglesia Católica Romana se está viendo obligada a enfrentarse no sólo al misterio fundamental de la fe – la vida después de la muerte – sino también a un enigma más mundano: ¿Qué sabía el Santo Padre, y en qué momento lo supo?

Las dudas a tenor de si el Papa Benedicto XVI estuvo involucrado personalmente o no, a medida que ascendía por la jerarquía de la Iglesia, en la ocultación de los abusos sexuales cometidos por párrocos han puesto al Vaticano a la defensiva. Un importante asesor legal de la Santa Sede ha llegado a afirmar, durante una entrevista con el diario romano Corriere della Sera, que el Vaticano no es responsable legal de ningún error cometido por obispos individuales en la gestión adecuada de las denuncias de abusos – y que, en cualquier caso, Benedicto XVI 1234-eugenerobinson-curastiene rango de jefe de estado y por tanto está más allá de la jurisdicción de cualquier tribunal extranjero.

Un portavoz manifestaba que Benedicto considera el escándalo sexual como una prueba «para la Iglesia y él» y que dedica la Semana Santa «en humildad y penitencia». Otro miembro de la jerarquía eclesiástica, el Cardenal William Levada, adoptaba un enfoque mucho más agresivo difundiendo una extensa declaración en la que ataca las crónicas de la prensa que han instado a investigar el papel de Benedicto XVI. Levada, prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe – que esencialmente es el brazo del Vaticano a cargo de la implantación de las cuestiones de la fe, un cargo que ocupó Benedicto durante más de 20 años antes de llegar a Papa – destacaba las crónicas del New York Times como «deficientes según cualquier estándar razonable de imparcialidad».

La alegación más volátil es que Benedicto, en su antiguo puesto, no tomó ninguna medida para apartar de su ministerio a un sacerdote de Wisconsin, Lawrence Murphy, que había abusado de hasta 200 alumnos de una escuela para niños sordos. La oficina de Benedicto detuvo el proceso de Murphy en el seno de la Iglesia al saberse que era enfermo terminal; el sacerdote fue investigado también por las autoridades civiles y nunca se presentaron cargos en su contra. Falleció en 1998.

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Los detalles de este caso, y de otro de cuando Benedicto era Arzobispo de Munich, desde luego plantean dudas en torno a la gestión del Papa de las denuncias de abusos. Era la cosa más normal del mundo que los sacerdotes que habían violado o maltratado a chavales fueran reasignados a otros centros discretamente, y en última instancia es lo que sucedió en estos casos.

El mayor problema para la Iglesia, en este tiempo de Pascua, no es sólo que el caballero considerado el Vicario de Cristo esté siendo blanco de todas las miradas sino que los escándalos de abuso sexual se han convertido en una cuestión importante fuera de Estados Unidos. Durante años, aquellos así inclinados pudieron restar importancia a la cuestión como una reacción exagerada por parte de los litigantes estadounidenses. Ahora el escándalo se ha extendido por toda Europa. Los obispos alemanes están abriendo una línea telefónica para las víctimas de abusos, los obispos holandeses y suizos han abierto investigaciones de casos antiguos, y un cardenal austríaco ha celebrado una misa por las víctimas en la que él admitía la culpabilidad de la Iglesia. El mes pasado, Benedicto reprendía con contundencia a los obispos irlandeses por los errores de juicio en la gestión de las denuncias de violación.

Aún más preocupante es que el escándalo se haya extendido al corazón de la Iglesia hoy — Latinoamérica. En Brasil, en donde residen más católicos romanos que en ningún otro país, una cadena de televisión emitía un vídeo en el que supuestamente se muestra a un sacerdote del estado nororiental de Alagoas manteniendo relaciones sexuales con un monaguillo. Ese sacerdote y dos más han sido suspendidos por la Iglesia y están siendo investigados por la policía.

Aquí yace la verdadera crisis de la Iglesia. Estados Unidos, con su ética de individualismo y sus legiones de abogados, puede considerarse un caso extraordinario. Las sociedades europeas están envejeciendo, y las majestuosas iglesias del continente con frecuencia están prácticamente vacías de fieles. Son países como Brasil o México, con su creciente población y su floreciente desarrollo económico, los que representan el futuro del Vaticano. Pero hay una competencia feroz en todo el mundo en vías de desarrollo con las denominaciones protestantes evangélicas, y cualquier insinuación de escándalo o corrupción solo puede perjudicar las esperanzas de la Iglesia Católica.

La Pascua es un tiempo para que Benedicto XVI, en calidad de líder espiritual de mil millones de personas, medite y reflexione. Luego debe actuar. Es hora de que el Papa sea exhaustivamente honesto y franco con el trágico fracaso de la Iglesia a la hora de prevenir o castigar abusos sexuales horribles — incluyendo sus propios errores — y a continuación tiene que garantizar de manera veraz a sus fieles que nunca se va a permitir que tales delitos se vuelvan a cometer. Con mayor urgencia aún, los delincuentes sexuales que sigan ejerciendo el ministerio sacerdotal deben ser apartados y denunciados a las autoridades civiles.

La penitencia, como bien sabe Benedicto, es un sacramento. No es una opción.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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