E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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» Aquellos que hacen la crónica de los acontecimientos en Washington no encontrarán fuente más rica de analogías y metáforas que Los Tres Chiflados. En estos momentos me acuerdo de los días en los que un exasperado Moe, después de haber sufrido el insulto de ser rociado o salpicado de forma accidental, acude a Larry o a Curly y pregunta «¿Cuál es la gran idea?»

La premisa del enfrentamiento por el techo de la deuda queda demasiado grande para una cinta de los Chiflados, puesto que ninguna audiencia puede imaginarse a los líderes de un gran país tropezando en tal caos. El lema de los diálogos de Moe sigue siendo relevante, sin embargo, incluso si no se acompaña del dedo metido en el ojo que nuestros funcionarios electos tanto se merecen.

Está claro que a menos que el Presidente Obama acabe adoptando medidas unilaterales para romper una insalvable parálisis, los Republicanos ganarán. Cámara, Senado y Casa Blanca, todo funciona dentro de los parámetros definidos por el Partido Republicano: nuevas fuentes de recaudación fiscal no se contemplan, los recortes presupuestarios dolorosos se dan por sentados y todo el mundo parece aceptar el principio de que una subida del techo de la deuda — que permite al Tesoro pagar las letras de los gastos en los que ya ha incurrido el Congreso — tiene por obligación que estar ligada a las reducciones del futuro gasto público.

La cuestión principal responsable del estancamiento es si el Partido Republicano podrá obligar a los Demócratas el año que viene a subir al ring para librar la revancha. ¿Y por qué van a rechazar otro combate los Republicanos? Ellos ganaron la última batalla presupuestaria, a tenor de una posible clausura de la actividad pública, y deben sentirse confiados en ganar también la próxima. El tiempo está de su parte, incluso si sólo controlan un ala del Capitolio — e incluso si defienden medidas que rechazan la mayoría de los estadounidenses.

Los conservadores están en racha porque tienen la Idea Feliz que sirve de fuerza motivadora, movilizadora y unificadora. Casualmente resulta ser una idea pésima, pero es mejor que nada — cosa que, tristemente, es lo que tienen los progresistas.

La Idea Feliz simplista que define hoy al Partido Republicano es que los impuestos son siempre demasiado altos y el gasto público es siempre derroche. Por tanto, gasto público e impuestos han de reducirse en la misma medida.

Eso es todo básicamente. Hay un par de salvedades: muchos conservadores, la mayor parte quizá, no consideran al ejército parte «del estado» per se y están mucho más abiertos al gasto en defensa; y hasta un advenedizo del movimiento de protesta fiscal tea party tiene más números para tener la mente abierta en materia de proyectos de infraestructuras financiados por el estado en su propio distrito electoral. También está la filosofía demasiado extendida de la relación entre el estado y el individuo, y algunos conservadores imaginan «el retorno» a una utopía Jeffersoniana que nunca existió.

Pero la esencia de la Idea Feliz de la derecha cabe idóneamente en una pegatina: menos impuestos, menos gasto público. Es un mensaje simple y poderoso que conecta con la experiencia cotidiana. ¿Quién no conoce algún ejemplo de derroche e ineficiencia del estado? ¿Quién disfruta pagando impuestos?

No se me ocurre mayor amenaza a las esperanzas de nuestra nación que la cruzada contra la administración pública del Partido Republicano consistente en legislar a golpe de anécdota. Estados Unidos se está quedando rezagado en comparación con otros países en infraestructuras, educación e indicadores de salud pública como mortalidad infantil o esperanza de vida. La distribución de los ingresos ha empeorado y la movilidad social positiva — factor de enorme peso a la hora de atraer a las generaciones de inmigrantes con talento a estas costas — se ha vuelto indolente.

En un momento en el que la necesidad de desarrollar alternativas a los combustibles fósiles es clara y acuciante, los gobiernos asiáticos y europeos realizan importantes inversiones en nuevas tecnologías energéticas; nosotros nos quedamos atrás. Hace falta dinero para investigación básica que durante años pueden no dar lugar a resultados prácticos — como la investigación de financiación pública que desarrolló la red.

Estamos desperdiciando potencial humano. Ya ni siquiera hablamos de pobreza. En mitad de una acusada crisis económica, con el paro en niveles de crisis, simplemente mantenemos un largo y mezquino debate presupuestario que no está relacionado con la forma en que el estado podría tratar de crear empleo. Trata de recortes presupuestarios que destruirán puestos de trabajo.

¿Y cuál es la respuesta progresista? Básicamente, todo lo anterior – que no cabe en una pegatina. Los Demócratas han fracasado estrepitosamente a la hora de desarrollar y trasladar una Idea Feliz propia.

Obama habla de «ganar el futuro», pero eso es demasiado difuso. Yo sugeriría algo más conciso: empleo, empleo y empleo.

A la gente le puede desagradar pagar impuestos, pero le desagrada más el paro. Los progresistas deberían de hablar de devolver a la nación al pleno empleo y al crecimiento saludable — y que esto exige un estado adecuadamente financiado que interprete un papel relevante.

La próxima vez que Moe pregunte por la gran idea, Demócratas, decid, «empleo». Puede que evitéis un capirotazo y un dedo en el ojo.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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