E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington.  El Presidente Obama afirmó solemnemente que «el mundo entero está siguiendo» los horrores de Libia, pero seguir no basta. Hay mucho más que los líderes mundiales – empezando por Obama – tienen que decir y hacer urgentemente.La censura del mundo no significa nada para el Coronel Muammar Gadafi, el dictador que promete morir antes que renunciar al poder que ha detentado durante cuatro décadas. En este extremo, el largo debate a tenor de si Gadafi es más alguien diabólico o más un demente es irrelevante. A pesar de sus divagaciones incoherentes, está luchando claramente no sólo por el poder, sino por su vida.

Los efectivos todavía aliados de Gadafi — sus hijos, secciones de la institución militar, mercenarios que ha importado de otros países africanos — saben que también ellos están luchando por su vida. Han abierto fuego pesado contra manifestantes desarmados. Han adiestrado a francotiradores con cortejos fúnebres pacíficos. Han aterrorizado a barrios urbanos con disparos aleatorios diseñados para obligar a la gente a volver a sus casas en lugar de unirse al levantamiento. Si las fuerzas de Gadafi son derrotadas, las represalias de la población van a ser definitivas y brutales.

Debería decir cuando las fuerzas de Gadafi sean derrotadas, porque en última instancia el tirano juega una baza perdedora. Juega de forma diestra, no obstante, habiendo logrado establecer un bastión relativamente seguro en Trípoli. Su mensaje a los valientes rebeldes que ya controlan la parte oriental del país es: Venid a por mí.

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Gadafi parece controlar todavía gran parte de los activos militares del país. Grupos improvisados de insurgentes no constituyen rival de cazas modernos o helicópteros de combate o buques que pueden bombardear los centros costeros de población a millas de la costa. Con el tiempo, la población ganará seguro. Pero es probable que miles hayan muerto ya — y está patentemente claro que Gadafi, hasta en una causa perdida, está dispuesto a cometer crímenes a escala genocida.

Gadafi parece haber calculado que cuanto más tiempo pueda prolongar el conflicto — y demostrar que todavía controla la capital y una fuerza militar contundente, aunque reducida — más probable es que pueda descubrir la forma de sobrevivir.

Ahí es donde interviene Obama y el resto del mundo. El objetivo inmediato debería de ser separar a Gadafi de cuanta fuerza militar sea posible.

El miércoles, en sus primeras declaraciones acerca de la crisis, Obama advertía que «la administración libia tiene la responsabilidad de abstenerse del uso de la violencia». Esas palabras, aunque correctas, fueron demasiado tibias. Obama debería apuntar de forma clara que ya no consideramos al régimen de Gadafi gobierno legítimo de Libia y que el dictador tiene que abandonar el poder con efecto inmediato.

Esto por supuesto no tendrá el más remoto impacto sobre Gadafi. Pero el mensaje no está destinado al demente Coronel, está dirigido a los oficiales del ejército — los pilotos de sus cazas y los tripulantes de sus buques de guerra — que tienen que decidir si van a cumplir o no sus órdenes. Hay que decirles, en términos nada ambiguos, que si se alinean con Gadafi pagarán las consecuencias.

Y esas consecuencias deben ser explicadas. El repertorio de líderes mundiales debería dejar claro que los que cometan crímenes de guerra, como abrir fuego contra civiles, serán responsabilizados personalmente. Si la turba en busca de represalias no les echa el guante, la comunidad internacional lo hará.

Estados Unidos debería liderar a la OTAN declarando con efecto inmediato una zona de exclusión aérea para la aviación de Gadafi y anunciando que el espacio aéreo libio estará protegido de violaciones. No se intentaría implantar una prohibición así con efecto inmediato. La idea, una vez más, debería ser influenciar a aquellos que tienen que elegir si cumplir las órdenes de Gadafi.

A través de la radio, la televisión y la red, Estados Unidos y sus aliados deberían de saturar Libia con el mensaje de que el régimen de Gadafi ha renunciado a cualquier legitimidad. A los libios no debería de quedarles duda de la posición en la que nos situamos.

Tales medidas enfurecerán a los líderes de regímenes autocráticos que han sido aliados de confianza de Occidente, como Arabia Saudí. El gobierno chino puede no quedar complacido ante tales «injerencias», y los rusos tampoco estarán encantados. Pero Gadafi es un caso aparte, como podrá dar fe cualquiera que haya visto sus últimas comparecencias en público. ¿La sombrilla? ¿Los discursos delirantes divagando acerca de que los manifestantes están colgados? ¿La promesa de matar o morir? Este caballero es un psicópata o un sociópata, pero no es un estadista.

Sin ambigüedades, las palabras contundentes y las amenazas son lo menos que podemos hacer por la población de Libia. Según incluso ese bajo rasero, nos estamos quedando penosamente cortos.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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