E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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» Washington tiene muchos hábitos difíciles de abandonar, y uno de los peores es el acto reflejo consistente en ver equivalencias donde no hay ninguna. De ahí el disparate, predicado por políticos y tertulianos que deberían poder verlo, que dice que «las dos partes» son igualmente culpables de las conversaciones paralizadas en torno al techo de la deuda.

Esto es patentemente falso. La verdad es que los Demócratas han dejado claro estar abiertos al compromiso en torno a recortes presupuestarios y subidas de la recaudación pública. Los Republicanos han dejado claro que ellos no.

Dicho de otra forma, los Demócratas reaccionaron al «gran acuerdo» propuesto por el Presidente Obama y el presidente legislativo John Boehner graznando, quejándose y destacando los elementos que no eran de su gusto. Esto se conoce en todo el mundo como la forma de abrir un proceso de negociación.

Los Republicanos, en cambio, respondieron con un «no» tajante y a continuación hicieron oídos sordos. Teniendo en cuenta la inminente expiración el día 2 de agosto del plazo de suspensión si el techo de la deuda no se eleva, el término idóneo para este enfoque es chantaje.

Pero aun así, la narrativa del «ambas partes tienen la culpa» cobró fuerza de alguna forma después de que Boehner anunciara el sábado que los legisladores Republicanos no apoyarían ninguna subida de la recaudación, punto. Se trazó una falsa equivalencia entre el rechazo tajante de los Republicanos a la reforma tributaria «abierta a subir los impuestos» y la oposición Demócrata menos tajante a «los recortes de las pensiones» de la seguridad social y el programa de la tercera edad Medicare.

La crónica adulterada dice que el electorado radical de derechas que tiene el Partido Republicano y el electorado radical de izquierdas del Partido Demócrata son igualmente culpables del hundir el acuerdo.

Aparquemos, por el momento, el hecho de que dentro de la propuesta Obama-Boehner, habría alrededor de tres dólares de recorte por cada dólar tributario. No nos detengamos a preguntar si tiene sentido o no rebajar de forma drástica el gasto público cuando la economía sigue calándose en la peor recesión registrada en décadas. Centrémonos mejor fijamente en la política del acuerdo.

Cierto es que la responsable de la oposición en la Cámara Nancy Pelosi se puso a gritar como si la atacaran por la espalda al saber que los programas de las pensiones se estaban contemplando. Pero sus reparos — y los de los Demócratas en general — son filosóficos y tácticos, no tajantes.

Los progresistas entienden que el programa Medicare de los ancianos y la seguridad social no son sostenibles en su actual rumbo; a largo plazo, los dos tienen que cuadrar su recaudación y sus gastos. La postura de Pelosi es que cada programa debe abordarse con la vista puesta en la sostenibilidad — no como parte de un acuerdo de última hora con vistas a una subida mínima del techo de la deuda que nos financie durante dos o tres ejercicios más.

También es cierto que los Demócratas están convencidos de poder hacerse con una importante cantidad de escaños en la Cámara el año que viene a base de poner de relieve los planes Republicanos de convertir el Medicare en un programa de copago. Ellos no quieren que los Republicanos puedan señalar y decir: «Mire, los Demócratas también quieren recortar el Medicare».

No hay nada en estos reparos Demócratas, sin embargo, que no se pueda refinar creativamente. Se puede decir que realmente no se «recorta» una pensión, por ejemplo, si lo que hace es limitar el ritmo al que crece su gasto. Puede compensar el gasto con nuevas fuentes de recaudación, y se puede hacer de forma que se dé un respiro a los contribuyentes de renta modesta. Los Demócratas dejan la puerta abierta y estas opciones se podrían explorar.

La crónica por la parte Republicana es totalmente distinta. También hay formas de refinar la promesa de «nada de impuestos nuevos». En lugar de subir los tipos impositivos, puede cerrar lagunas en nombre de la reforma; se puede añadir una mejora por aquí, una «tarifa» por allá, y se puede obtener la recaudación que hace falta y seguir sosteniendo que usted no ha votado a favor de subir los impuestos.

Pero los Republicanos adoptan la postura de que no se puede recaudar un centavo de recaudación nueva, con independencia del eufemismo. Ciertos Demócratas, sí, se muestran picajosos y cascarrabias. Pero los Republicanos se niegan tajantes a negociar cualquier cosa. Que no es lo mismo.

Comprendo el motivo de que el Presidente Obama, en su rueda de prensa del lunes, reprendiera a «cada una de las partes» por adoptar una «postura maximalista». Por razones políticas y prácticas en la misma medida, le sale a cuenta dar el pego como mediador honesto.

Mientras tanto, sin embargo, el tiempo corre hacia el 2 de agosto y la posibilidad de un descubierto catastrófico se vuelve paulatinamente más real. Y nadie debería de llevarse a error en lo que afronta el presidente: Por una parte, quejidos y refunfuños. Por la otra, una pared. »

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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