E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Al menos ya no hay que disimular. La aprobación por parte de Arizona de la mezquina nueva ley de inmigración no tenía que ver con principios elevados ni con la necesidad de mantener el orden público. Al parecer, se trataba de poner a los latinos en su sitio.

Es difícil llegar a otra conclusión tras el último bofetón a los latinos propinado por el estado. El martes, la Gobernadora Jan Brewer aprobaba una legislación que ilegaliza que cualquier curso en la escuela pública «defienda la solidaridad étnica». El principal funcionario de educación de Arizona, Tom Horne, luchó por la nueva ley como herramienta contra un programa en Tucson que enseña a los estudiantes mexicano-americanos su historia y su cultura.

Horne afirma que las clases de Tucson imparten «chauvinismo étnico». Ha denunciado que los jóvenes mexicano-americanos son inducidos falsamente a creer que pertenecen a una minoría oprimida. La forma de desmentir esa noción, al parecer, es aprobar nuevas legislaciones opresoras destinadas estrictamente a los mexicano-americanos. Eso enseñará a los chavales una lección, está claro: Nosotros tenemos el poder. Vosotros no.

Arizona está ya haciendo frente a críticas y boicots a cuenta de su ley «de acoso a los latinos», que en esencia exige a la policía pedir identificación y encarcelar a los inmigrantes indocumentados. Ahora el estado añade insulto a la herida.

La ley de educación arranca con una barroca muestra de estupidez, ilegalizando que las escuelas públicas o concertadas ofrezcan cursos que «promuevan el derrocamiento del gobierno de los Estados Unidos». A continuación pasa de extraña a ofensiva, prohibiendo las clases que «promuevan el resentimiento hacia una raza o clase de personas», que «estén pensadas para alumnos de un colectivo étnico en particular» o que «defiendan la solidaridad étnica en lugar del trato a los alumnos como individuos». Cuando se intenta analizar esas palabras, el efecto es escalofriante.

¿Está permitido, dentro del nuevo código, enseñar historia elemental? Más de la mitad de los estudiantes del distrito escolar unificado de Tucson son latinos, mexicano-americanos la gran mayoría de ellos. El territorio que hoy es Arizona pertenecía en tiempos a México. ¿Puede «promover la desconfianza» entre los estudiantes de ascendencia mexicana enseñar ese dato? ¿Qué pasa con una clase que enseñara a los estudiantes cómo luchaban los activistas por poner fin a la discriminación de los latinos en Arizona entre otros estados de la costa oeste? ¿Alentaría ilegalmente eso a los estudiantes a lamentar la forma en que fueron tratados sus padres y abuelos?

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La legislación tiene una respuesta: A los estudiantes mexicano-americanos, al parecer, no se les debe enseñar a estar orgullosos de su herencia.

Esta violenta arcada anti-latinos en Arizona sólo está motivada por la inmigración ilegal en parte, que ha descendido de forma dramática en los últimos años. En realidad tiene que ver con el miedo y la negación.

Alrededor del 30% de la población del estado es latina, y esa cifra sigue subiendo. Este cambio demográfico ha inducido una sacudida cultural entre algunos habitantes de Arizona que consideran que la vieja estructura del poder sajón está perdiendo peso. Resulta evidentemente amenazador, para cierta gente, que los mexicano-americanos se consideren un colectivo con intereses y agravios comunes — y resulta aún más amenazador que puedan considerarse herederos distantes de los hombres y mujeres que vivían en Arizona mucho antes de que llegaran los primeros colonos británicos.

Para contrarrestar la amenaza, la solidaridad entre los mexicano-americanos ha de deslegitimarse. El propio grupo tiene que ser atomizado — se les debe enseñar a verse como población de individuos sin afiliación. Los vínculos sociales, culturales e históricos que han unido a la gente a través de la frontera mucho antes de que  hubiera frontera deben ser negados.

La lucha por la aceptación de cada minoría es característica, pero no puedo evitar ver parecidos con la era de Jim Crow en el Sur. Los blancos se esforzaban por impedir que «los agitadores» descubrieran la noción de orgullo e injusticia de los afroamericanos. Fracasaron, igual que fracasará la nueva ley de Arizona.

Es importante distinguir entre las inquietudes legítimas de los funcionarios de Arizona y sus motivaciones ilegítimas. El estado tiene desde luego un problema real de inmigración ilegal, y el gobierno federal ha eludido sus responsabilidades en la implantación de una reforma integral que garantizara la integridad de la frontera. Pero Arizona está tomando represalias con medidas que no sólo castigan a los sin papeles, sino que tienen un impacto negativo sobre la ciudadanía mexicano-americana cuyos orígenes se remontan generaciones.

La nueva ley de inmigración es gratuita y absurda. Arizona no puede ser arrancada del suelo y desplazada al medio oeste; está pegada a México. Siempre ha habido familias y tradiciones a caballo entre las dos sociedades, y siempre las habrá. Los mexicano-americanos van a sentirse orgullosos inevitablemente de quiénes son y de dónde vinieron — incluso si reconocer y alentar tal orgullo en el aula va contra la ley.

Ya sabe cómo son los chavales. Lo aprenderán en la calle.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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