E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

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Es de madrugada cuando el teléfono suena en la Casa Blanca: Kim Jong Il, el excéntrico dictador sin escrúpulos de la nuclear Corea del Norte, está muerto. Su sucesor aparente es su hijo de veintitantos, del que no se sabe prácticamente nada. Funcionarios surcoreanos se han apresurado a movilizar al ejército nacional en estado de alerta.

¿Queremos que Mitt Romney responda a esa llamada telefónica?

¿Newt Gingrich?

La noche del sábado descubrimos lo que pasa cuando Barack Obama está al extremo receptor de la inquietante noticia procedente de uno de los avisperos más peligrosos del mundo. Se produce una ronda de consultas con los aliados, una declaración oficial estudiada, una evaluación de los esfuerzos diplomáticos por desactivar el programa nuclear de Corea del Norte — una respuesta medida y cauta, en otras palabras.

Implícito en las acciones de Obama está el reconocimiento de que nada de lo que diga o haga un presidente estadounidense en este momento va probablemente a influenciar el curso de los acontecimientos norcoreanos en un sentido positivo. Las palabras o las actuaciones desmedidas pueden ser desestabilizadoras en un momento de transición imprevista. No es momento de aplicar acusadas presiones sobre un régimen paranoico al extremo y herméticamente cerrado que se considera perpetuamente asediado y que casualmente resulta poseer armas nucleares.

La Casa Blanca se mostraba particularmente preocupada por la forma en que el hijo de Kim — Kim Jong Eun, «el Gran Sucesor», que podría haber asumido el poder ya — reaccionaría a cualquier cosa que considerara una provocación. El joven e inexperto líder podría creer que está obligado a llevar a cabo alguna muestra de beligerancia para hacerse valer. La intervención agresiva podría provocar una fuerte reacción surcoreana, y la situación podría convertirse de pronto en una crisis.

Todo esto se le escapa a Romney, que salía a la palestra con energía en lo que sonaba a llamamiento al cambio de régimen.

«Kim Jong Il era un tirano sin escrúpulos que llevaba una vida de lujo mientras el pueblo norcoreano se moría de hambre», afirma Romney en una declaración. «Buscó sin cesar armas nucleares, vendió tecnología nuclear y balística a otros regímenes disfuncionales, y cometió actos de agresión militar contra nuestro aliado Corea del Sur. No se le echará de menos».

La circular prosigue: «Su muerte plantea a América una oportunidad de trabajar con nuestros amigos y alejar a Corea del Norte del rumbo traicionero que sigue y garantizar la seguridad de la región. América ha de manifestar liderazgo en este momento. El pueblo norcoreano está atravesando una pesadilla nacional larga y brutal. Yo espero que la muerte de Kim Jong Il precipite su final».

Bueno, eso es lo que esperamos todos. Pero bailar sobre la tumba del dictador no tiene nada de presidencial. ¿Cómo puede estar seguro alguien del enfoque que va a conducir más probablemente a la reforma en Corea del Norte hasta saber más del Gran Sucesor? ¿O hasta estar seguros de quién controla el arsenal nuclear?

Romney está impaciente por demostrar que va a ser de alguna forma más duro que Obama en política exterior — un listón alto, teniendo en cuenta el historial de Obama de matar a Osama bin Laden y ayudar a orquestar la caída de Moammar Gadafi. Es posible que Romney comprenda cuál sería su responsabilidad de afrontar una circunstancia parecida como presidente. Pero si se toman sus palabras en serio, el ex gobernador de Massachusetts suena a irascible peligroso.

No es nada en comparación con Gingrich, cuyas anteriores intervenciones acerca de Corea del Norte han sido precipitadas.

En 2009, Gingrich dijo que Estados Unidos debía haber utilizado la fuerza para impedir que Corea del Norte probara un nuevo proyectil balístico de largo alcance. «Existen tres o cuatro técnicas que se podrían haber utilizado, desde fuerzas no convencionales al uso de proyectiles de larga distancia desde posiciones seguras, para decir: ‘No vamos a tolerar un lanzamiento balístico norcoreano, punto'», dijo.

No, no hay ningún «proyectil de larga distancia» que se pudiera haber utilizado, sin iniciar una guerra nuclear al menos. Gingrich ha manifestado su entusiasmo por un arma láser que el Pentágono intentaba desarrollar, pero ese programa se redujo de forma radical. Podríamos haber destruido el proyectil en su plataforma de lanzamiento simplemente, quizá con un ataque con misiles de crucero, pero los norcoreanos podrían haber respondido destruyendo Seúl.

Uno de los temores de Gingrich es que los científicos norcoreanos sean los primeros del mundo en descubrir la forma de utilizar un artefacto nuclear para crear un pulso electromagnético a gran escala — y freír los dispositivos electrónicos de Malibú a Maine. ¿Alguien puede por favor dar de baja su suscripción al Muy Interesante?

Durante la campaña de 2008, Hillary Clinton preguntó como es sabido si Obama estaba preparado para recibir una llamada de una crisis extranjera a las 3 de la mañana. La muerte de Kim nos recuerda que siempre son las 3 de la mañana en alguna parte del mundo.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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