E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

Sobre Robinson

Sus columnas, ahora en radiocable.com

Otros columnistas del WP

 

   

[Washington Post – Radiocable.com] La política de la reforma reguladora financiera es simple. Después de la crisis y el rescate, son muchos los estadounidenses – quizá la mayoría de los estadounidenses – que se inclinan por ver al sector financiero como la bestia depredadora que todo lo devora. Meterse en la boca del lobo y pedir cuentas a la bestia, como hizo el Presidente Obama el jueves, era una maniobra sin desventajas.

Tal vez Obama podría haber sumado más puntos de popularidad si hubiera ordenado que unos cuantos financieros fueran sacados del auditorio de Cooper Union esposados. Por otra parte, en cuanto a candidatos al paseíllo, la cosecha era escasa: muchos de los principales lumbreras de Wall Street no acudieron, quizá por despecho a la idea de que unos simples funcionarios electos tengan el descaro de decir a los amos del universo cómo administrar sus asuntos.

«A menos que su modelo de negocio dependa de estafar a la gente, hay poco que temer de este nuevo reglamento», dijo Obama. Sin embargo, hay tanto temor ahí fuera, en todo Wall Street al menos, que las grandes instituciones financieras están liberando millones a mansalva para torpedear las reformas. Según el Center for Responsive Politics, JPMorgan Chase gastó 1,5 millones en presión política durante el primer trimestre del año, Citigroup invirtió 1,4 millones y Goldman Sachs gastó 1,15 millones de dólares – en el caso de Goldman, un aumento del 70 por ciento con respecto a lo que la empresa gastó en presión política durante el primer trimestre de 2009. La gente razonable podría preguntar: ¿A qué viene toda la preocupación?

Publicidad

El tono de Obama no era el de un vengador espada en mano – no practica la retórica homilética – sino el de un padre severo que explica a unos adolescentes impacientes por ir a la fiesta porqué sus privilegios con el coche se han limitado.

El presidente obviamente no quiere quitarles las llaves para siempre, no obstante. Mientras describía correctamente el gigantesco mercado de productos financieros derivados opacos en los términos «apuestas de gran endeudamiento escasamente vigiladas», se esforzó por decir que cree que los productos financieros son herramientas útiles y que lo que quiere es hacer el mercado más transparente y responsable – no clausurarlo.

Una iniciativa en el Senado, encabezada por Blanche Lincoln, D-Ark., pondrá unos límites más estrictos al mercado de derivados que los que serían del gusto del Secretario del Tesoro, Timothy Geithner. El consejero delegado de JPMorgan Chase Jamie Dimon y otros titanes de Wall Street ausentes deberían haber tenido con Obama la cortesía de asistir a su discurso. La moderación del presidente puede ser todo lo que se interpone entre ellos y la justa indignación de la más ingrata de las naciones.

Obama no necesita realmente vender la idea. Es ya evidente que a pesar de la habitual bravata del partido del no pronunciada por el secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell, los Republicanos se dan cuenta de que oponerse a una regulación más dura de la industria financiera es una postura insostenible. El Senador Charles Grassley ya ha desertado, y no hay entusiasmo entre las figuras del Partido Republicano por ponerse de parte de Wall Street en contra, básicamente, del resto del país.

En cuanto a la demagogia, lo mejor que han sido capaces de inventarse los Republicanos es una tenue denuncia de que las propuestas de los Demócratas no eliminan, en todos los casos, la posibilidad de nuevos rescates a empresas en quiebra. «Suena a buen eslogan, pero no es correcto. No es cierto», dijo Obama. «Un voto a favor de la reforma es un voto a favor de poner fin a los rescates financiados por los contribuyentes».

La verdad es que la promesa de los Republicanos de acabar con los rescates es absurda y que la promesa de Obama de acabar con los rescates es menos absurda, pero casi nada firme. Nadie debería creer a cualquiera que diga que el gobierno estadounidense nunca, bajo ninguna circunstancia, gastará un dólar de dinero público para rescatar a otra institución financiera de su propia codicia y estupidez. Los Demócratas quieren que la industria financiera invierta su dinero en un «fondo de compensación» de 50.000 millones de dólares para apuntalar empresas en quiebra. Pero de presentarse otro momento noviembre de 2008, Dios no lo quiera, y parece que una oleada de quiebras inminentes arruina mercados de todo el mundo, la Casa Blanca y el Congreso tendrán seguramente que hacer todo lo necesario para evitar una catástrofe.

Después de aprobarse la reforma del régimen regulador, el sector financiero seguirá siendo un garito de juego – con menos riesgo, más estrechamente vigilado, pero esencialmente una casa de apuestas. Cualquiera que espere un cambio verdaderamente fundamental va a salir decepcionado.

Lo que ha cambiado definitivamente, sin embargo, es la atmósfera política. El presidente está a la ofensiva ahora, sus detractores se pelean para decidir cómo reaccionar. Obama debería estar agradecido a los traviesos dioses de Wall Street, porque le han dado una forma de recuperar su amuleto.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
© 2009, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com

Sección en convenio con el Washington Post

Print Friendly, PDF & Email