Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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 Richard Cohen – Washington.  Atención blogueros: tengo escrita una columna en defensa de Dick Cheney. Sé lo preocupante que resultará esto para algunos de los críticos de Cheney, y yo me cuento entre ellos, que piensan — parafraseando respetuosamente lo que dijo de Lillian Hellman Mary McCarthy — que todo lo que dice es mentira. Pero debo preguntarme si lo que dice ahora es verdad — a saber, que la tortura funciona.

En cierto sentido se trata de una idea esotérica, puesto que Estados Unidos insiste en que ya no va a torturar — no que, como añade rápidamente la gente de Bush, lo hiciera alguna vez. La tortura es una abominación moral, y el Presidente Obama acierta al reafirmar la oposición estadounidense a su práctica. Pero donde albergo mis reservas es en la cuestión de si las técnicas avanzadas de interrogatorio funcionan realmente o no. Que no funcionan es un dogma de fe entre aquellos a la izquierda política, que parecen pensar que los sospechosos de terrorismo fueron torturados por la CIA solo por diversión.

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Cheney, sin embargo, es firme en que las mismas medidas que ahora se consideran ilegales sí funcionaron y que, además, descartarlas por completo ha desprotegido al país. Cheney decía esto por última vez el pasado domingo en «Face the Nation,» en la CBS. ??Esas políticas fueron responsables de que se salvaran vidas,? dijo a Bob Schieffer. En la práctica, Cheney plantea una cuestión difícil de verdad: ¿Es más inmoral torturar que no impedir por todos los medios la muerte de miles?

Cheney es un vacío de credibilidad con patas. En el pasado, ha dicho, ??Sabemos que (los iraquíes) tienen armas biológicas y químicas,? cuando resultó que no sabíamos nada parecido. Insistió en que ??las pruebas son aplastantes? de que al-Qaeda había mantenido contactos al más alto nivel con el régimen de Saddam Hussein cuando ??las pruebas? eran virtualmente inexistentes. Y afirmó repetidamente que Irak poseía un amenazador programa de armas nucleares. Si fuera vendedor de coches usados, ningún cliente repetiría.

No obstante, todo el mundo tiene su momento y Cheney dedica cantidades ingentes de energía a predicar las virtudes de lo que se puede llamar coloquialmente tortura. ?l dice tener conocimiento de dos memorandos de la CIA que apoyan la opinión de la polémica de que los métodos crudos de interrogatorio funcionaron y que se salvaron muchas vidas. ??Eso es lo que hay en esos memorandos,? dijo a Schieffer. Hablan ??específicamente de diversos planes de ataque que estaban en marcha y de cómo fueron desarticulados.?

Cheney dice que en su momento tuvo los memorandos entre sus archivos y desde entonces ha solicitado que sean desclasificados. Algo de razón tiene. Después de todo, no se trata simplemente de alguna riña política entre blogueros, aunque algo de eso hay también. Insalvablemente, está relacionado con la vida y la muerte — no con ideologías, sino con la gente que se lanza desde el World Trade Center en llamas. Si Cheney tiene razón, entonces que comience el debate: ¿qué hacemos con los métodos del interrogatorio avanzado? ¿Deben estar prohibidos de manera taxativa, por siempre y para siempre? ¿Podemos hablar de lo que son, y no sólo de lo que tendrían que ser?

En la misma tónica, ¿podemos averiguar también lo que sabía Nancy Pelosi y en qué momento lo supo? Si realmente tenía conocimiento de la asfixia simulada allá por el 2003, eso no la convertiría en una criminal de guerra en absoluto. Pero si tuvo conocimiento e insiste en lo contrario, eso la convertiría en una de esas personas que no reconocerán que la atmósfera inmediata post-11 de Septiembre toleró métodos que ahora parecen repugnantes. Ciertos políticos Demócratas me recuerdan a lo que supuestamente dijo Oscar Levant de Doris Day: ??La conocí antes de que fuera virgen.? No tienen ningún recuerdo de quiénes eran.

En mis viejos tiempos de universitario, había muchos debates nocturnos en torno al «hombre libre» — no libre políticamente, ya ve usted, sino libre de los obstáculos culturales burgueses. (El escritor importante por entonces Jean Genet, ex delincuente de poca monta y prostituto, era citado con frecuencia.) En términos políticos, Cheney ha sido un hombre libre desde que abandonó cualquier aspiración presidencial. Se convirtió en el más apolítico de los políticos y sigue interpretando ese papel, sin adoptar ni la penitencia ni el voto de silencio durante su vida postvicepresidencial. Dice que los temas son demasiado importantes para permanecer, como es tradicional, mudo.

Tiene razón en eso. Los preparativos de la desastrosa Guerra de Irak fueron notables en su asfixiante ausencia de debate. Eso nos dio mal resultado entonces y nos dará mal resultado ahora si la gente que tuvo conocimiento de la utilidad, y ya no hablemos de la moralidad, de los métodos de interrogatorio avanzado mantuvo cerrada la boca. La administración Obama tendría que recoger el guante de Cheney, por así llamarlo, y desclasificar los memorandos. Si todo el mundo acierta alguna vez, ésta podría ser la vez de Cheney.

 Richard Cohen

© 2009, Washington Post Writers Group

Sección en convenio con el Washington Post

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