Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington ¿Qué se puede decir de una mujer de 19 años, atractiva según las fotografías, que participa en un atentado terrorista en el que 38 personas, 13 de ellas niños, son asesinadas a sangre fría? La respuesta, siempre que la mujer sea palestina y los muertos sean israelíes, es heroína o mártir – y si es Dalal Mughrabi, se bautiza en su honor una escuela o un campamento, y la semana pasada una plaza en la ciudad cisjordana de El Bireh. Será el emplazamiento adecuado para aquellos que piden cuentas con indignación a Israel por matar civiles en violación de todas las leyes de los conflictos armados. Plaza de la Hipocresía sería su nombre adecuado.

Desde luego, la ceremonia de descubrimiento de la Plaza de Dalal Mughrabi fue un asunto de escasa repercusión mediática. Esto se debe a que a diferencia de los israelíes, los palestinos tuvieron la picardía de no ser tan obvios mientras el Vicepresidente Joe Biden estaba más o menos de visita. En consecuencia, la ceremonia oficial se aplazó y sólo un dirigente de Fatah hizo su aparición. En contraste, los israelíes recibieron a Biden anunciando que aún más complejos residenciales se van a construir en Jerusalén Este. Al parecer esto se hizo por dos razones: para dejar constancia de las aspiraciones de Israel sobre la totalidad de Jerusalén, y para poner condiciones a la reanudación de las conversaciones de paz.

Sin embargo, hasta en Oriente Medio, la realidad es más importante que la percepción. Si se emplea el término «medidas de confianza», ¿qué confianza pueden tener los israelíes en una población y unos líderes que distinguen el asesinato de inocentes, niños particularmente, en 1978? Soy consciente de que el terrorismo es el arma de los débiles y soy consciente también de que los judíos se valieron del terrorismo contra los británicos antes de que Israel fuera una nación en 1948. Pero hasta esos infrecuentes casos de terrorismo se dirigían contra el ejército y cuando no – la matanza de los árabes en la aldea de Deir Yassin – eran condenados por los dirigentes sionistas. Que yo sepa, no hay plaza en Israel bautizada en honor a asesinos en masa de civiles. La sociedad palestina, en cambio, distingue a toda suerte de terroristas.

Esto no es una cuestión baladí. La veneración por los terroristas dice algo inquietante de la sociedad palestina. Un israelí puede reconocer la legitimidad de las aspiraciones palestinas y apreciar el alcance de la desgracia que les sucedió en 1948. El intelectual palestino Constantine Zurayk acuñó el término «al-Nakba» (la catástrofe) para referirse a su debacle en 1948 – y no hay duda de que lo sería. Pero para los palestinos, ese desastre solo se ha visto agravado por la intransigencia y la beligerancia árabes que dieron pie a las ambiciones territoriales de Israel, en particular la anexión de Jerusalén Oriental. La confianza en el terrorismo ha suscitado su encanto cinematográfico y concedido a los palestinos cierto caché entre la clá occidental aficionada a la kafiya, pero ha hecho que los israelíes se cierren en banda. El ensalzamiento de Dalal Mughrabi y los demás terroristas está destinado a dar qué pensar a cualquier padre israelí: ¿es esto el estado que queremos al lado? ¿No dio lugar la retirada de Gaza a una lluvia constante de proyectiles y, en su momento, a otra guerra?

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Editorialistas de todo el mundo tenían razón al castigar al Gobierno de Binyamin Netanyahu por su reprimenda frontal a Biden – aunque, como explica el analista Stephen P. Cohen, la decisión de los ministros del ala derecha pretendía también ser un reproche al propio Netanyahu. Estos planes de vivienda constituyen más que una molestia. Se trata de una cuestión capital. Proclaman la insistencia de los israelíes de derechas en que todo Jerusalén permanezca en manos israelíes por motivos prácticos y porque así lo quiere Dios. Por ambos motivos es necesaria una segunda opinión pero, como es el caso, no se pide.

Sin embargo, habría estado bien por parte de esos mismos editorialistas que hubieran detenido su yihad anti-Israel para reflexionar un poco acerca de la veneración prácticamente simultánea de los palestinos a los terroristas. De hecho, la determinación de Occidente, Europa en particular, a no hacer a los palestinos moralmente responsables del terrorismo – así como de su antisemitismo cotidiano – constituye una forma repugnante de mentalidad neocolonial en la que, una vez más, los palestinos están siendo aleccionados. Me atrevería a decir que los británicos habrían reaccionado de manera muy distinta si una plaza de Belfast hubiera sido bautizada en honor de algún terrorista del IRA.

La respuesta de Washington al anuncio de construcción del gobierno israelí fue dura y adecuada a la vez – una «afrenta» y un «insulto» lo llamó David Axelrod, consejero del Presidente Obama. Podría haber añadido «innecesario» y «contraproducente». El incesante desfile de asentamientos y viviendas de Cisjordania debe detenerse si existe alguna posibilidad de alcanzar la tan cacareada solución de dos estados. Al mismo tiempo sin embargo, uno de esos dos estados tiene que dejar de exaltar a los terroristas.

Detener los asentamientos. Cambiar el nombre de la Plaza de Dalal Mughrabi. Ahora vamos a hablar.

Richard Cohen
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