Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. En el Foro Económico Mundial hace unos años, participé en un panel de debate sobre autómatas. Uno de los expertos — todo el mundo en Davos es experto — predecía que los autómatas controlarían el mundo. Otro decía que esto son tonterías. Un robot no sabe ni rascarse la espalda. Ahora vemos de primera mano que el segundo experto estaba equivocado. Unos autómatas asesinaron a más de 160 personas en Mumbai, India.

Es difícil llamar otra cosa diferente a los 10 jóvenes que perpetraron la matanza (perdiendo la vida nueve de ellos). No conocían a la gente a la que mataban. No les importaba la gente a la que mataban. Recibían las órdenes a través del teléfono de quien los controlaba desde Pakistán. Cuando él les decía que mataran, ellos mataban. Cuando les dijo que murieran, ellos murieron.

«Sé valiente hermano. No te dejes llevar por el pánico», le decía a uno de los hombres armados, llamado Hermano Fahadulah. «Porque para que tu misión tenga éxito, tienes que perder la vida. Alá te espera en el paraíso».

Fahadulah fallecía poco después.

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Estas palabras están tomadas de la transcripción de un documental sobrecogedor y muy inquietante de la HBO llamado «Terror en Mumbai». Se estrenó el 19 de diciembre, cerca del primer aniversario del atentado terrorista. Se me pasó por alto escribir algo por entonces, pero ahora es aún más relevante si cabe.

En los últimos días, cinco varones jóvenes del norte de Virginia han sido detenidos en Pakistán, aparente y presuntamente decididos a ingresar en los bastiones terroristas de allí. Y lo que es aún más preocupante, se sabe ahora al parecer que el ataque de Mumbai contó con la colaboración en su planificación de un residente de Chicago, un estadounidense de origen llamado David Headley que se encuentra ya bajo custodia. ?l presuntamente eligió los objetivos.

El tono correcto con el que entrar cuando se escribe acerca de la amenaza del terrorismo nacional difícil de encontrar. Es fácil ser alarmista y también es fácil restar importancia a la amenaza como las tonterías altisonantes de unos dementes circunstanciales. Pero como demuestra el documental de la HBO, narrado firme e inteligentemente por Fareed Zakaria (oriundo de Mumbai), no hace falta un individuo inteligente para cometer una auténtica atrocidad. Todo lo que hace falta es una siniestra ductilidad mental y cierto entrenamiento.

Todos los asesinos de Mumbai eran pobres salidos de los vertederos marginales de Pakistán. El que conservó la vida no era un fundamentalista islámico, el producto de alguna madraza, sino que fue vendido a los terroristas por su padre para que sus hermanos y hermanas pudieran contraer matrimonio. En cuestión de tres meses los demás asesinos y él eran convertidos en criminales sin escrúpulos.

«¿Qué hago, les disparo?» pregunta uno de los hombres armados a quien los dirige al otro lado del teléfono. El pistolero ha hecho rehenes en el centro judío, y las llamadas realizadas desde el teléfono de quien los dirige están siendo escuchadas por la Inteligencia india.

«Sí, hazlo. Siéntalos y dispárales en la nuca. Hazlo en nombre de Dios».
La llamada sigue activa. Se escuchan disparos de fondo.
«Bien, eso era uno de ellos, ¿no?» pregunta el que los dirige.
El autor material del crimen le corrige. «Los dos. Juntos».

El asesinato de judíos a sangre fría no es en absoluto una novedad. Los ataques terroristas de Mumbai tuvieron elementos de Europa Oriental durante el Holocausto. También en ese caso sería un consuelo pensar en los asesinos como bestias — diferentes a nosotros. Pero «Hombres corrientes», el relato de Christopher Browning del asesinato en masa de judíos a manos de los alemanes del pelotón 101 de oficiales de policía en la reserva, debería habernos enseñado lo que son capaces de hacer los hombres corrientes. Todos juntos, los integrantes del batallón fusilaron a 38.000 judíos y deportaron a 45.200 más al campo de exterminio de Treblinka.

Mumbai actualiza el horror. El origen banal de los asesinos germanos — que no eran Nazis convencidos ni mucho menos — resulta parecido de alguna manera a las historias que circulan acerca de los asesinos de Mumbai. La diferencia en esta ocasión fue que los terroristas de Mumbai no sólo estaban dispuestos a matar a los demás, sino también a suicidarse. En lo que a ellos respecta, no iban a volver a casa.

En Davos, uno de los panelistas me describía lo que pensaba que sucedería cuando el ordenador de un autómata se enlazara al ordenador de otro y después a otro y a otro hasta que cada autómata fuera súper-inteligente y súper-rápido y estuviera construido de algún material a prueba de balas y careciera por completo de consciencia — frío, sin alma, sin remordimientos.

Esto no es exactamente lo que sucedió en Mumbai, pero está muy cerca. Una estación de ferrocarriles, 2 hoteles y — con toda la intención — un centro judío fueron atacados y la ciudad más importante y grande estuvo en vilo tres días. Se hizo sin nada avanzado — unas cuantas armas automáticas, granadas y jóvenes convertidos en autómatas. Demostraron que el experto de Davos estaba algo atrasado. El futuro lleva con nosotros mucho tiempo.

Richard Cohen
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