Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. El mes pasado, ningún soldado estadounidense perdió la vida en Irak. El mes pasado, el índice de desempleo bajó un poco, la Bolsa finalizó el año con avances, el sistema financiero no se vino abajo, los tres grandes fabricantes de automóviles empezaron a registrar actividad – y sin embargo empezó a formarse un consenso en torno a que Barack Obama, que o bien es responsable o simplemente era presidente durante todas estas buenas noticias, es un fracaso.

Es más, el consenso tiene el respaldo de las estadísticas. Las encuestas, según Rasmussen Reports, sitúan la popularidad del presidente cediendo dos enteros en diciembre al tiempo que la desaprobación de su labor subió un punto. Obama comenzó 2009 con el sólido apoyo del 43 por ciento de los estadounidenses a su labor y lo termina con el 26 por ciento opinando de esa forma. Si miren las encuestas por donde se miren, no fue un buen año para Obama.

Desde la izquierda, el presidente se está viendo castigado por una legislación sanitaria que no incluye una opción pública y que no ha enviado a Guantánamo a los ejecutivos de las aseguradoras. Desde la derecha, se le ataca por socializar la economía, crear tribunales de eutanasia y tolerar que nigerianos dementes se metan explosivos en sus gayumbos y embarquen con destino al pacífico Detroit. Es una caricatura.

En política exterior, Obama ha decepcionado rotundamente a sus fans entre la izquierda por la escalada de la guerra en Afganistán, y entre la derecha por no escalar lo suficiente. Guantánamo, que él se comprometió a clausurar, sigue abierto. Apoya los derechos de los homosexuales, pero no va a hacer preguntas sobre la política que impide al ejército preguntar por la orientación sexual. Va de un lado a otro. ¡Cambio! ¡Esperanza! Pero no mucho de lo primero y poco de esto último.

Para algunos, es débil con el medio ambiente. Para otros, es demasiado radical con el medio ambiente. Se camufla en lo incomprensible, sin dejar rastro (contaminante) y arremetiendo quijotescamente contra generadores eólicos. Cede demasiado a nuestros aliados, invita cuando debería presionar y no ha llevado paz a Oriente Medio – como, recordará, hizo George W. Bush.

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Gran parte de esta crítica es estúpida. Si el Partido Republicano se saliera con la suya – y Dios sabe que no es así – el país habría vuelto ya al trueque y el paro rondaría el 25 por ciento. El programa económico del Partido Republicano simplemente no existe, y hasta Bush lo sabía. Cuando llegó el momento de dar la cara, tiró por la borda su ideología y usó dinero público para rescatar a las instituciones financieras.

Sin embargo, la razón de que las críticas del Partido Republicano hayan comenzado a calar es que se pueden convertir en lo que quieran los críticos. Es un hombre delgado de arcilla ideológica que ha dejado que los demás moldeen su imagen. Su objetivo cambia constantemente. No es que no sea bueno ni inteligente, es más bien que en un universo político gobernado por predicadores ideológicos, él carece tanto de ideología como de convicción.

La Casa Blanca se enfrenta a un problema político importante. El primer año de Obama no es malo – y sin embargo, ha sufrido fuertes pérdidas. El año que viene amenaza con ser mucho peor. Los muertos van a aumentar en Afganistán. El desempleo podría descontrolarse del todo. La deuda va a aumentar, y en todo el país los gobiernos estatales y municipales van a quebrar y pedir ayuda a Washington. El país se va a agitar y el Señor Templado de la Casa Blanca no encaja en charlas junto a la chimenea como hacía Franklin Delano Roosevelt. ?l nació para bloguear.

A los periodistas les gusta creer que si están recibiendo críticas desde ambas partes de una noticia, es que deben de estar haciendo algo bien. Esto no es cierto en el caso de los periodistas – que en realidad pueden haber entendido al revés la noticia – y desde luego no es cierto en el caso de los políticos. En el caso de Obama, su desgracia es ser un líder sin causa.

Quería un proyecto de reforma sanitaria. ¿Por qué? Para cubrir el descubierto. Quizás. Para controlar a las compañías de seguros. Quizás. Para reducir el gasto. Quizás. Lo que más importaba era conseguir un proyecto de ley, cualquier proyecto de ley. Esto no es una causa. Es una marca en una lista de puntos de una agenda.

Obama podría ser un gran presidente. Ya ha logrado mucho – posiblemente salvar al país de la ruina financiera, salvar la industria del automóvil y conseguir algún tipo de reforma sanitaria. Posiblemente, posiblemente. Sin embargo, su popularidad se hunde al mismo ritmo que crecen sus logros. Es el Johnny Appleseed de la disonancia cognitiva, tan totalmente desvinculado de la realidad que cuando sale ganando, parece que es el único que se entera. Los encuestadores miden su popularidad pero los poetas le han descrito. William Butler Yeats lo pilló hace años: «Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad».

Richard Cohen
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