En los tiempos que corren, la autoridad moral no se tiene, solamente se gana. Esta cualidad que los demás nos encuentran en algunas ocasiones, es imprescindible para casi todo lo que hacemos en la vida. Digamos que el mundo moderno la ha transformado en algo similar al aire que respiramos: si lo contenemos tampoco nos sirve para nada, tenemos que echarlo y cogerlo una y otra vez. 

No siempre fue así, hubo un tiempo en que por el hecho de representar una tradición eras escuchado y respetado, ya no necesariamente. Supongo que es fruto del mundo relacional en el que nos ha tocado vivir, en contra posición al mundo antiguo, más relacionado con cosas físicas, poco mutables y desde luego poco discutibles.

Ciertas organizaciones están comprensiblemente preocupadas y por ello han asociado este terremoto en la autoridad moral a otro aún más terrible el relativismo. Así nace el termino que define la lucha: el relativismo moral, como mal moderno. Sin embargo qué hay más relativo que el misterio, fundamento de la propia fé.

Este fenómeno no solamente está ocurriéndole a la Iglesia, o en el Partido Popular (empeñado en afearlo todo), si no también muchas empresas. Estas olvidan que las cosas cambian, y a veces cambian mucho. Su empeño por evitarlo es nuestra mayor limitación.

Los mal llamados «liberales» (según la terminología hispánica, no la anglosajona) no son más que aquellos poderosos que temen al relativismo más que a cualquier otra, porque cuestiona su natural «estaus quo», y ponen en peligro su codicia moral.

Pongamosle al 2008 relativismo y misterio. El futuro no está escrito, y si lo está, nadie lo conoce.

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