Iñaki Gabilondo en Noticias Cuatro: «Nos harán falta semanas, incluso meses, para desmenuzar cuanto nos dejó la jornada electoral norteamericana. El hito histórico lo resumían las lágrimas del reverendo Jesse Jackson, que hace cuarenta años estaba en Memphis junto a Luther King cuando fue asesinado, y que ayer estaba en Chicago junto a Obama cuando se confirmaba su victoria. En otro ángulo encontrábamos la euforia de decenas de miles de jóvenes que se habían movilizado en favor del candidato demócrata, con iniciativas, hasta ahora inéditas, de acción directa en promoción y recaudación de fondos, y con Internet como herramienta principal.

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Ayer pasaron muchas cosas dignas de ser analizadas pero, vista desde España, la noche americana ofrecía sobre todo una lección o, mejor, una explicación: se entendía por qué es tan resistente la democracia norteamericana. Sólida incluso para soportar el daño inferido por mandatarios calamitosos, como Bush. Es el peso de sus instituciones, el respeto de todos por sus instituciones, el discurso de McCain al reconocer su derrota, agrupando a sus decepcionados seguidores en torno al nuevo presidente. Fue una prueba de primer orden el discurso del nuevo presidente, generoso y elegante al máximo con su rival. Lo fue igualmente la nobleza de los mensajes después de la más encarnizada de las batallas. No es simple música de violines, es respeto institucional, el mismo que vemos con relación a la cámara de representantes, el Senado o el Supremo. En la batalla política silban las balas, se libran peleas a cuchilladas, pero las instituciones quedan fuera, por encima, a salvo, conservando su solidez, su fuerza simbólica, su mito. La robustez de esa arquitectura es el verdadero milagro americano y en torno a él está establecido el único consenso que se necesita de verdad porque, si ese consenso existe, todos los disensos se pueden soportar. En España, solo la presidencia de la Generalitat o la figura del lehendakari, sean cuales sean sus titulares, han alcanzado algo parecido a ese respeto. De todas las lecciones de la noche americana, tal vez sea esta la que con más urgencia nos convendría aprender.»

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